calle larios

Una fiesta de fin de curso eterna

  • No pregunten por qué, pero Málaga parece ser una ciudad ideal para perder el control

  • Lo que garantiza el éxito de cierto turismo por el que además se apuesta sin reparos

  • Y, bueno, no sé yo

'Game Over', sí, pero adivinen quién pierde de verdad.

'Game Over', sí, pero adivinen quién pierde de verdad. / marilú báez

Hace unos meses, una familiar fue a pasar unos días a Roma. A la vuelta fue a tomar su avión tranquilamente pero ya en la puerta de embarque comprobó que tendría que compartir vuelo con una cuadrilla de siete u ocho mendrugos, muy machotes, muy pelados, gritones y borrachos como cubas que hacían caso omiso a las indicaciones del personal del Aeropuerto para que se pusieran sus camisetas. A la hora de subir a bordo el fragor se redujo un tanto, con lo que los ínclitos entraron sin problemas. Pero nada más despegar el cacharro, los muchachotes empezaron de nuevo a dar voces y a dar saltos en sus asientos cuales hooligans desbocados (todo esto, por cierto, igual merecería una reflexión sobre la amplia variedad de alcohol disponible a precio módico en un lugar tan sensible como un aeropuerto, pero ése es otro cantar). La situación no le hacía gracia a nadie, y por más que el personal de vuelo llamaba a la calma a los cuadrúpedos, éstos siguieron encaramándose y dándose de collejas como gibones en celo hasta el aterrizaje. Resultó que los angelitos venían a Málaga a una despedida de soltero y habían decidido venir ya directamente mamados de casa, con los deberes hechos. Su plan, según manifestaron abiertamente, era beber hasta no poder más, satisfacer su volcánico deseo sexual y dormir en la playa. Y al parecer Málaga les ofrecía suficientes garantías para cumplir tales objetivos. Recordé este episodio el otro día cuando, errando por el centro a las cinco de la tarde, conté como seis o siete celebraciones de este tipo: un grupo de señoritas con penes de gomaespuma en la cabeza jugaba a la gallinita ciega (o algo parecido, más obsceno) en Molina Lario mientras en la Plaza de Uncibay otro equipo masculino, uniformado con camisetas que ridiculizaban cruelmente al próximo marido, se subía a las mesas de un conocido bar de tapas para proferir improperios contra no puedo decir muy bien quién y celebrar de paso un concurso de eructos. Semejante estampa coincidió con el Festival de Cine, y no crean, resulta que la mayor parte de esa afluencia foránea que ha convertido el certamen cinematográfico en alta temporada turística a mayor beneficio del sector hotelero no viene a ver películas, sino a participar de la fiesta que se monta en la calle a costa de la alfombra roja, los chupitos de saldo, la estupidez general y su santa madre. Así que el paisaje resultante era de una enorme fiesta de fin de curso con las hormonas a veinte mil revoluciones, un perder el control, la cabeza y más cosas que me callo de la manera más gratuita, una bacanal adolescente (a menudo nostálgica) por ver quién cometía la barrabasada más gorda. No en vano Málaga es líder en el negocio de las despedidas de soltero. Es decir, sí: nuestra ciudad ofrece a quien quiere hacer el ganso no more, como si no hubiera un mañana, todas las facilidades. Y adivinen lo que estoy pensando.

Pues estoy pensando en Barcelona. En aquella ciudad que fue un día faro cultural de España y de Europa y que decidió poner todos huevos en la cesta del turismo a ver qué pasaba. La Barcelona que convirtió toda su esencia en una marca rechuli por si picaban los incautos (picaron) y que ahora está invadida de pelagatos en un simpático abanico de idiomas de los que no sabe cómo zafarse. La Barcelona que creyó que en los apartamentos turísticos estaba el futuro y que se ha convertido en una trampa mortal. No deja de llamarme la atención que Málaga insista en proyectar de sí una imagen de ciudad de la cultura cuando la gente viene aquí a otra cosa, pero también es cierto que, como pasó en Barcelona, la cultura, o lo que aquí se entiende por cultura, ejerce también su papel de gancho para este turismo de medio pelo que no revierte en beneficio alguno y que termina proyectando una imagen muy distinta. No en vano algunas ciudades se han plantado y han prohibido o puesto límites severos a las despedidas de solteros: dada la agenda internacional de nuestros casamenteros vía redes sociales, cada invitación es, sí, un aliento al turismo. Pero a ver de qué turismo estamos hablando. Sucede lo de siempre: o hacemos política y tenemos claro qué ciudad queremos o en diez años seremos Barcelona 2. Sálvese quien pueda.

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