Málaga

La lucha por el preciado metal

  • Murgas y comparsas dieron todo por hacerse un hueco en una final que podría deparar sorpresas. De la juventud de los hermanos León a la experiencia de Zumaquero o el Kara, la noche supuso el ecuador de las semifinales.

La comparsa 'Al pasar me dijo el barquero', en su paso por el Cervantes.

La comparsa 'Al pasar me dijo el barquero', en su paso por el Cervantes. / J.L. Pérez

Uno de los gestos más codiciados por los carnavaleros es el de tener en sus manos la estatuilla de cobre que simboliza la victoria en el Concurso Oficial de Agrupaciones de Canto. Los ensayos, el cuidado del tipo y la búsqueda de la mejor letra y música son los ingredientes que se unen para que la competición llegue hasta la final y no existan apeaderos por el camino.

La actual edición del COAC, sin embargo, ha venido a romper ciertas reglas. Si en otras ocasiones el aficionado sabía por dónde podían ir los nombres de la final, 2017 viene a dejar más incógnitas. Las semifinales alcanzan su ecuador poniendo difícil lo que pueda ocurrir el próximo viernes. Los aciertos suman pero los fallos acercan a la cuerda floja, especialmente cuando en comparsas y murgas las plazas se reducen a cinco por categoría.El espíritu del Cervantes fue anoche el del nivel. Volvía Zumaquero con los entrenadores de Niño… ¡lo que yo te diga! en un estilo tan reconocible como siempre. La experiencia es un grado y la murga de los entrenadores del Atlético Filemón lo sabe. Por eso pueden atreverse a cantarle al amor homosexual en uno de sus pasodobles con una respuesta del público satisfactoria, mientras los cuplés se dedican a su propio tipo sin perder un ápice. El popurrí, ajustado al milímetro.

Pero frente a esa experiencia llegaron Las traigo fritas, vendedores de almendras clásicos del centro histórico, quienes vivían por primera vez una actuación en el Cervantes. El tipo, de corte simpático, les daba puntos para conectar con el público, si bien algunos elementos de pasodobles y cuplés no fueron tan del gusto del respetable. En el cierre de la sesión, la murga de los hermanos León demostró sus ganas de seguir creciendo con el futuro en sus filas, donde el pequeño Antonio mantiene la disciplina de saberse parte de un grupo. Los tanatoestéticos dedicaron espacio a las inundaciones en un cuplé y reclamaron la importancia de su trabajo para aliviar el sufrimiento de quien pierde un familiar.

Cerró la categoría de murga Los duros de pelar, agrupación de San Roque que gracias al tipo de peluqueros caninos levantaron al público, dando juego con los canes de peluche y escayola a los que trataban con tanto mimo.

Frente a la murga, la comparsa tampoco daba facilidades a la hora de buscar una mejor que otra. Al pasar la barca me dijo el barquero sorprendió como los hijos de Caronte, herederos del Inframundo, en letras comprometidas y muy arriesgadas. La iglesia y los cofrades, con su doble moral, y la pederastia fueron tratados con crudeza y reivindicación en un claro grito de “basta ya” a conductas poco cívicas. Ese punto de acidez es el que buscaba la agrupación Los canallas, de Almería, reconocible en su presentación y popurrí, dejando la sensibilidad y el susurro de voces para pasodobles al Alzheimer y la situación de España. De callejera pero sobre las tablas se presentaron al público Los calleheros del Kara. Superhéroes construidos con objetos de andar por casa que derrocharon voz en su retorno al Teatro Cervantes. Cerraron la competición con la paradoja de ser un tipo de disfrute que no piensa en el premio, sino en la complicidad entre sus miembros a golpe de tandas de cuplés.

Y fuera de la vorágine competitiva, La patrulla del Susi. La murga infantil se vestía de la famosa serie infantil de perritos para sacar sonrisas con su energía, un diez del jurado en forma de pancarta y la reflexión mayor: no hace falta batirse por el cobre si disfrutar y hacer amigos es el mejor premio del Carnaval.

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