Málaga

Todo el mundo a pintar

  • Dicho y hecho: la clave del éxito en esta ciudad consiste en ser un joven creador Al menos, de los de cierto tipo Los demás, parece, lo tenemos crudo Así son las cosas de la Málaga cultural

EL cantautor y amigo Jesús Martínez, que no nació en Málaga pero es más malagueño que muchos aborígenes de medio pelo (escribió una canción a los Baños del Carmen que ya quisieran los letraheridos oficialistas), me dijo en cierta ocasión, hace ya muchos años: "Málaga es muy buena ciudad para pintar. Pero, si quieres hacer otra cosa, lo mejor es irse a otro sitio". Lo que ni Jesús ni yo sabíamos entonces era la que se nos venía encima. Eso sí, los pintores de antaño, los de pincel y lienzo, los de marina y retrato, ya no existen. Los artistas que salen en cada promoción de la Facultad de Bellas Artes prefieren, en su mayoría, el vídeo y la fotografía. Hace ya tiempo que las artes plásticas cedieron el testigo a las artes visuales (aunque no crean, algún loco queda pintando y dibujando por ahí), y en esto Málaga ha sabido ponerse al día. Como en muchos otros ámbitos, el talento que hay puesto en juego es mucho, y de altura. Pero, independientemente de los gustos, que para eso los hay más que colores, lo sorprendente es el modo en que Málaga ha orientado su política cultural a estos menesteres hasta convertirlos en una marca de identidad propia. La invasión de museos franquiciados a porrillo ha venido de la mano de una espectacular promoción de la contemporaneidad en un sentido, cuando menos, ajustado. Tal vez recuerde usted, lector, que lo que en un principio plantearon para el Soho quienes reclamaron la atención del Ayuntamiento con el fin de recuperar el Ensanche era un barrio de cierta inspiración parisina, con sus locales de jazz, sus librerías, sus cafés y sus galerías de arte para alimento de la bohemia más dada a la conversación. Y algo de esto hay, pero en una expresión mínima: el Soho ha terminado siendo pasto de grafiteros de renombre mundial, y uno no puede dejar de preguntarse si, de haber cundido el planteamiento original, el lavado de cara del enclave no se habría dado ya en términos más satisfactorios. Resulta, sin embargo, que de la mano del director del CAC, Fernando Francés, el Soho se ha convertido en referente internacional del arte urbano en virtud de vaya usted a saber qué ranking. Tenemos por tanto la marca, pero no el barrio. Gana la pegatina, pierde el ciudadano. Dado que Francés tiene evidentemente mucho que decir respecto a la política cultural de la ciudad, ahora el Ayuntamiento ha decidido convertir la antigua Prisión Provincial, con sus 14.000 metros cuadrados, en un centro cultural de la mano de una plataforma de jóvenes creadores, agrupados en varios colectivos, para que puedan utilizarla a modo de estudio de producción. Ahí queda eso.

El procedimiento, al parecer, fue muy sencillo. Los artistas en cuestión (subvencionados por la municipalidad a través de diversos cauces, como la reciente feria Art & Breakfast celebrada en el Hotel Larios) pidieron un edificio al Ayuntamiento y éste, dado que al final no hay universidad privada que valga, les brindó la cárcel. Y ya está. Parece que aquí no hacía falta uno de esos concursos públicos a los que es tan aficionado el alcalde. Si seguimos hablando de cultura, de nada sirvió que antes pidiera la misma cárcel la Orquesta Filarmónica de Málaga para un proyecto mucho más abierto e integrador, ni que haya tantos grupos de música reclamando desde hace años mayores facilidades para ensayar y tocar (lo del Málaga Crea en la Caseta de la Juventud de la Feria es una trampa para gatos), ni compañías de teatro haciendo microfunciones en el bordillo de la acera para terminar perdiendo dinero y pidiendo, desde antiguo, facilidades para acceder a infraestructuras en los barrios (ejemplar es el caso de la compañía Trasto Teatro, que durante mucho tiempo ha ofrecido funciones en un piso de Teatinos para aforos de quince personas mientras llenaba teatros en México y Brasil; ahora, Raúl Cortés y los suyos dirigen un centro de investigación y producción teatral en Morón de la Frontera, Sevilla). En cuanto al arte, no deja de ser paradójico que Alfredo Viñas haya tenido que cerrar su galería, donde tantos artistas de verdadero genio hemos llegado a descubrir, mientras la cuadrilla de emergentes tiene a su disposición semejante despliegue, con el compromiso del Ayuntamiento de correr con los gastos y dejárselo bien limpito. Si hablamos de cosas distintas de la cultura, pero no menos importantes, antes de una cesión tan in habría que haber respondido a las reclamaciones para un uso vecinal y memorialístico de la cárcel. Resulta lógico que el edificio dé satisfacción a ambos. Pero el Consistorio, parece, no lo tiene tan claro.

No obstante, todo indica que la estrategia jugará bien a favor de la marca. La misma que el alcalde quiere mantener a toda costa después del ridículo armado a cuenta de la Capitalidad Cultural de Europa. El medio responde: la Fundación Contemporánea dice ahora que Málaga es la cuarta ciudad en cuanto a calidad cultural. Eso, a pesar de haber dejado morir festivales de música bien señeros, de que el contenido de su temporada lírica sea un chiste, de haber cerrado galerías y salas de arte, de dejar parada la Academia de la Filarmónica (los alumnos del Conservatorio no son tan afortunados: no los quiere ni la Universidad), de que su Biblioteca Estatal siga embalada y de que la mayor parte del talento siga largándose. Pues eso. Aunque ya soy algo viejo, voy a hacerme youtuber. A ver si me dan el Colegio de San Agustín.

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