Málaga

El retiro a la no ciudad

  • En su breve trayecto de siete minutos desde el Clínico hasta las nuevas Ingenierías de la UMA, la línea 5 de la EMT transita por la Málaga futura para dar cuenta del desierto

Son las 10:20 en la rotonda de acceso al Hospital Clínico. El colapso del tráfico es abultado: decenas de automóviles buscan aparcamiento sin fortuna. En la explanada improvisada junto al mismo centro sanitario, un gorrilla advierte a los conductores con la mano de que no hay plazas disponibles. Hay coches subidos a las aceras, en doble fila, estacionados junto a contenedores de basura y detenidos con las luces de emergencia encendida en las puertas de los garajes de los primeros bloques de viviendas de Teatinos. En la primera parada de la línea 5, junto al aulario López de Peñalver, una veintena de estudiantes esperan la llegada del siguiente autobús. Un hombre de edad avanzada se acerca a la cola con una silla de playa plegada en la mano y unas vistosas gafas de sol a modo de visera. Pregunta a una joven que parece pasar mucho frío debajo de un gorro de lana si el autobús que espera lleva al centro. La chica la responde que no y le señala la parada del 8, donde un vehículo aguarda ya la subida de los últimos pasajeros. Tres minutos después, dos mujeres que vienen de una revisión en el hospital formulan la misma pregunta, esta vez a un estudiante barbilampiño y de mirada distraída que brinda a las cuarentonas la misma indicación. Parece que la confusión es habitual. Siete minutos después, a las 10:30, llega el autobús de la línea 5 y emprende la marcha sin apenas respiro hasta las nuevas Ingenierías de la Universidad.

Viajan a bordo un total de 24 usuarios, todos estudiantes. En la distribución por géneros presenta una clara ventaja la cuota femenina: 16 chicas y 8 chicos, lo que contradice los porcentajes y encuestas al uso referidos a ingenierías y carreras técnicas. Tres de los ocupantes leen el periódico, todos ejemplares de dos cabeceras gratuitas distintas. En el suelo del autobús hay otros dos periódicos deshojados y desperdigados a lo largo y ancho del interior del automóvil. Los 24 viajan en silencio, salvo dos chicas que comentan alguna trastada en el último examen del carné de conducir. Tras internarse por las calles de Teatinos más próximas al campus, con comercios y cafeterías rebosantes, el bus enfila la Avenida Plutarco y comienza a sortear sus interminables rotondas. A un lado y a otro se van perdiendo los bloques de viviendas, donde se anuncian alquileres (en algunos carteles se hace explícito el lema: "No para estudiantes"), a favor de chalés adosados y casas unifamiliares gobernados por un ponderado silencio. Sólo hay una parada antes del destino, en la calle Doctor Ortiz Ramos, ya en Ingenierías. Pero antes hay que atravesar el páramo que se abre a partir de El Viso, donde las aceras ya concluidas circundan enormes extensiones de tierra y polvo. El perfil de Soliva amanece a estribor y añade un tono aún más fantasmagórico a la estampa monocroma. De repente aparece un hombre haciendo footing: un tipo que corre solo, solo como el mundo, con sus auriculares y sus pantalones cortos. Parece el protagonista de la novela de Richard Matheson Soy leyenda. Nadie baja en Doctor Ortiz Ramos, así que la tripulación desciende íntegra en la última parada. Sopla el viento, y la hierba salvaje cubre los bordillos. Son las 10:37. Fin del trayecto.

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