El fuego ARRASA SEIS MUNICIPIOS DE MÁLAGA

"El ruido del fuego era impresionante"

  • Vecinos de Atalaya Alta cuentan que las torres de luz estaban al rojo vivo y que los conejos huían despavoridos del fuego · Varios residentes de la zona han perdido sus cabañas de madera

Laderas calcinadas, cabañas de madera reducidas a cenizas, un penetrante olor a quemado y, muy a lo lejos, la humareda del incendio del Juanar. Ese era el panorama ayer en el diseminado Atalaya Alta, en Mijas, junto al río Las Pasadas. "El ruido del fuego era impresionante, lo tuve muy cerca. El metal de las torres de las luz estaba al rojo vivo". Fernando Zain recordada así el peor día de su vida. Ayer miraba desolado cómo el monte que rodeaba su vivienda había quedado reducido a cenizas.

Era el jueves. "Me di cuenta del fuego sobre las 18:30 por la zona de Alhaurín. Vi que venía hacia aquí. Pensé que las llamas no iban a cruzar el río, pero lo cruzaron en tres minutos. Fue muy rápido. Cuando vi que se acercaba solté los animales y busqué los documentos. Corrí el riesgo de estar rodeado por el fuego. La temperatura era muy alta. Entonces me fui", cuenta. Desde abajo de la montaña vio su casa envuelta en llamas. Ayer, comprobó que milagrosamente la vivienda se había salvado. Quizás debido al viento o quizás porque la refrescó todo lo que pudo. Cuando vio que las llamas se acercaban, sacó las bombonas y comenzó a regar el inmueble.

Luis Fernández, un curioso que el jueves por la tarde se acercó a la zona del incendio, se adentró en el diseminado y vio que Fernando estaba en apuros. Así que sin conocerlo comenzó a ayudarle a refrescar la casa y a sacar los vehículos.

Ayer, se pasó a saludar a Fernando y se alegraba de que su casa se hubiese salvado. "Es que el fuego subió muy rápido. Sacábamos los vehículos y cada vez que volvíamos, el fuego estaba más cerca. Escuchamos los árboles crujiendo. Hasta que no lo vives no te das cuenta del peligro. Se veían como remolinos y en la turbulencia, las llamas subiendo. Era hasta bonito", relataba. "Luis ayudó a Fernando a sacar una moto, a mojar los alrededores de la casa y a sacar el otro coche. Ha sido un ángel", decía Mariela Jereb, la mujer de Fernando.

Fernando y Mariela, argentinos, han salvado su casa. Pero el entorno bucólico y agreste en el que vivían ha quedado reducido a un suelo negruzco del que todavía salen fumarolas.

"Aquí había hasta jabalíes, estaba lleno de vida", decía Fernando mirando cada palmo de su terreno como si estuviera viviendo una pesadilla de la que esperaba despertar. Su casa está casi intacta, pero ha perdido 40 olivos y el taller, donde guardaba sus kajaks, el equipo de buceo, las motos y todas las herramientas de labranza. Logró salvar una moto, pero nada mas. Ayer, el taller era un montón de hierros retorcidos cubiertos de cenizas. "Yo estoy seguro de que este incendio es intencionado", opinaba.

Mientras hacía esta reflexión, entre el taller y la casa, el rescoldo de un tronco era reavivado por el viento. Rápidamente, cogió un cubo con agua y fue a apagarlo. "Aquí están 14 años de nuestra vida, 14 años de trabajo. Hemos puesto cada piedra. Hemos levantado esto con nuestras cuatro manos. Esto tarda más de 10 años en recuperarse. Además, no son épocas de bonanza. ¿De dónde vamos a sacar dinero para reponer las herramientas que necesitamos?", se preguntaba Mariela.

Con el de ayer, la pareja ya ha vivido tres incendios. Pero este ha sido el que más les ha afectado. Mariela recuerda el miedo que pasó. Estaba trabajando en la costa cuando se enteró del fuego. Intentó llegar a su casa, donde estaba su marido, pero la Policía ya no la dejó pasar. "Yo vi el incendio desde el paseo de Fuengirola", contaba. Ayer, Mariela y Fernando se lamentaban por lo que habían perdido, pero se alegraban de estar juntos y a salvo. La noche del jueves al viernes durmieron en su coche. Ayer no tenían claro dónde pasarían la noche. Querían quedarse en su casa para empezar a limpiar. Pero no tenían agua, ni luz. El cableado para el suministro eléctrico que habían costeado de su bolsillo ha sido devorado por el fuego.

Fernando recorre los alrededores de su casa, repasa cada rincón y revive la pesadilla: "Vi los conejos corriendo como ratas". Muchos vecinos son cazadores y tienen bastantes perros. Así que al comprobar la proximidad del fuego, abrieron las jaulas. Ayer, los vecinos intentaban encontrar a sus animales. En el diseminado también hay familias que tienen caballos. Al abandonar las casas el jueves por la noche, casi todos los habitantes de Atalaya Alta llevaban sus équidos. Seres humanos, perros, caballos y conejos huían del fuego como podían.

Ayer sobre las 7:00 de la mañana, Fernando y Mariela intentaron volver a su casa. Pero los rescoldos se reavivaron y se marcharon. "Escuchamos el ruido del fuego y nos fuimos", contaba la mujer. Sobre el mediodía volvieron y el paisaje que veían por el camino era dantesco: una casa de la que solo quedaba la parabólica, cabañas de madera reducidas a cenizas, árboles tumbados en los caminos por la acción del fuego... "Aquello era un alcornocal", explicaba Fernando. "Eso era un bosque cerrado", decía un poco más allá. Ayer ya todo era un erial gris. En medio de la desolación, se veía una isla aún verde de vegetación en la zona del molino, donde el río hizo de cortafuego para una pequeña parcela que resaltaba en medio de tanto paisaje ceniciento.

Desde la casa de Fernando y Mariela se veía el edificio del Centro Provincial de Drogodependencias de Mijas, que tuvo que ser desalojado el jueves por la noche. Era una mancha blanca en medio de los montes calcinados. Todos sus alrededores estaban arrasados.

"No sé qué solución habrá para estas casas. Porque encima los de las viviendas irregulares somos los más afectados", apuntaba Fernando.

Los vecinos comentaban la alta temperatura provocada por el incendio. De hecho, a escasos siete metros de la casa de la pareja había una mesa de madera reducida a cenizas que ardió por el intenso calor, sin que las llamas hubieran alcanzado esa parte de la vivienda. En Atalaya Alta viven muchos extranjeros. Hay suizos, holandeses, finlandeses, alemanes, ingleses... Wilhelmus van Der Berge es holandés. Vivía con su mujer y su hija en una cabaña de madera que devoró el fuego. "Era de alquiler, pero allí teníamos nuestros muebles, la ropa; 14 años de vida. Y nosotros nos hemos salvado porque sobre las nueve de la noche nos fuimos, pero nadie vino a avisarnos".

"Nos fuimos con las chispas detrás del culo", dice Sandra, su mujer, de nacionalidad suiza. "Pero estamos vivos", añade. Ayer por la mañana volvió a la casa, pero de la cabaña no quedaba nada. Sus pertenencias ya no existían. De momento, tendrán que irse a vivir con sus suegros. "El fuego vino muy rápido. Si esto hubiera ocurrido de noche no estaríamos aquí", añadía Wilhelmus.

Francisco Ramos tiene una casa de fin de semana en el diseminado. Ayer por la mañana fue a ver los efectos del fuego. La vivienda se había salvado, pero ha perdido la huerta donde cosechaba pimientos, tomates, cebollas y otras hortalizas. "El fuego empezó en Barranco Blanco, en Coín, y como había poniente lo trajo hacia aquí. He perdido medio centenar de árboles, la huerta y tres años de trabajo. Tendré que pintar y volver a sembrar. Pero bueno, otros han tenido más mala suerte", se consolaba ayer. Julio Valenzuela, otro vecino, tiene tres parcelas. Las llamas han arrasado dos en las que cultivaba aguacate, olivos, naranjos y limones. "Por suerte, el fuego no llegó a la otra en la que tengo los animales", relataba ayer.

Los habitantes de la zona volvían a sus casas para verificar las consecuencias del incendio. Unos volvían se encontraban sus cabañas de madera convertidas en polvo negruzco, otros intentaban iniciar las tareas de limpieza, muchos preguntaban por sus mascotas perdidas para recuperarlas y todos se preocupaban por conocer la suerte que habían corrido sus vecinos y sus viviendas.

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