El informe

La solución duradera para nuestras playas

  • El autor, uno de los grandes expertos de Costas de España, subraya que el aporte periódico de arena procedente de barcos-draga es la única posibilidad real y viable de mantener el litoral malagueño

NO deja de ser al menos curioso que, desde hace veinte años, siempre que llegan los temporales de invierno se reproduce la polémica, desde algunos ámbitos municipales y concesionarios de chiringuitos y hamacas, contra la Administración de Costas para que defienda las playas construyendo espigones por doquier a petición de parte interesada, como una solución duradera. Ahora al menos ya se piden que sean semisumergidos, aunque parece que siguen sin darse por enterados y no se preocupan de impedir o reclamar que no prosiga la principal causa de que las playas se pierdan o disminuyan. Ésta no es otra que los encauzamientos e incluso entubado de los 140 ríos y arroyos, repartidos a una distancia media entre los mismos de sólo un kilómetro, y la urbanización de sus cuencas altas. En época de lluvias los áridos de sus laderas son la única fuente de alimentación natural de arena, junto con guijarros y limos que después lava el mar, que han tenido históricamente las playas para que seguir existiendo.

Es como si quisieran curar un catarro o una gripe con antibióticos, como solución definitiva, pero manteniendo abiertas las ventanas de la casa con las consiguientes corrientes de aire, y luego se quejen de que así la enfermedad se convierte en crónica y puede incluso llegar a ser terminal.

Esta es la causa principal de lo que está pasando con las playas, más que los puertos como a veces se dice -sean deportivos o no, que al mar lo mismo le da-, ya que lo que hacen, igual que los espigones, es alterar con sus diques el flujo de arena a lo largo de la costa, provocando su acumulación a un lado y la falta en el otro, si su emplazamiento o diseño fue inadecuado desde el punto de vista de la dinámica litoral, entonces insuficientemente conocida, pues ha sido en la década de los años 80 cuando la ingeniería de Costas ha alcanzado su madurez a nivel mundial. La mala opinión pública de los puertos deportivos también se debe a que en aquellos años solían llevar aparejado el ganar terrenos al mar sobre los que edificar masivamente, lo que ya impide la Ley de Costas de 1988, que habiendo sido tan criticada por ciertos sectores en su promulgación, ahora es apreciada por casi todos e incluso considerada insuficiente por algunos ante el agravamiento de la situación. Es justo reconocer que gran parte de los problemas se deben al conflicto con la competencia exclusiva en materia urbanística de las Comunidades Autónomas, por lo que la Ley de Costas no pudo entrar a resolver y prevenir ciertas situaciones. Es de desear que con la próxima transferencia de competencias desde la Administración del Estado en materia de Costas, especialmente en concesiones y autorizaciones, se mantenga la aplicación rigurosa de dicha legislación y sobre todo la necesaria vinculación al respecto de la planificación territorial y urbanística.

Pero volviendo al tema de actualidad en nuestra provincia, hay que reflexionar seriamente sobre el hecho de que las playas malagueñas reciben ya solamente, según cálculos realizados, la cuarta parte de la arena que les llegaba en los años 60 desde las cuencas fluviales, es decir, se han perdido 12 millones de metros cúbicos (19 millones de toneladas) de arena, a razón de 100 (160 toneladas) por kilómetro cuadrado de cuenca urbanizada, debiendo tenerse en cuenta además que, al haber arrasado una voraz urbanización litoral sin límites el cordón de dunas que había en las playas de la provincia, éstas han perdido también la autodefensa que tenían para contrarrestar de forma natural los efectos de los temporales. Y menos mal que en el quinquenio 90-95 la Administración de Costas aportó, para paliar hasta entonces la falta de la arena que antes suministraban naturalmente los cauces fluviales, 10 millones de metros cúbicos (16 millones de toneladas) de arena extraídos de yacimientos marinos a 30 metros de profundidad, regenerando 25 playas con una longitud de 32 kilómetros, de los 139 que en total tiene la provincia, previos los estudios favorables de impacto ambiental y a pesar de las críticas de diversos representantes ciudadanos y algún seudoecologista.

Pero si continúa la mencionada despreocupación urbanística sobre este problema, y no se sigue compensando con la aportación artificial de grandes cantidades de arena, cada año se seguirán perdiendo por este motivo 200.000 metros cúbicos (320.000 toneladas) procedentes de las cuencas, equivalentes a 40.000 metros cuadrados de playa, y por tanto en los próximos 30 o 40 años nuestra costa seguirá teniendo sol pero apenas playas, sino un escollerado prácticamente continuo desde Nerja hasta Manilva. Es más, para cuya construcción habrá que abrir más canteras de las que ya existen, con las consiguientes quejas de los amantes del paisaje de las montañas, y que aparte de su coste, provocarán la congestión de las carreteras o calles con el tráfico de grandes camiones, alargarán el tiempo necesario para la ejecución de las obras y aumentarán la contaminación del aire, pues la arena vertida por un barco-draga en 24 horas equivale en términos medios a la transportada por 3.000 camiones, y será también una mala solución al impedir la renovación de las aguas estancadas, y además sólo provisional, porque ante el paulatino rebase de los espigones por mayores y más frecuentes temporales debido al cambio climático, se pedirá después que, para lograr una mayor estabilidad, se rigidice la franja residual con hormigón, como si fuera una calle más de la ciudad con sus restaurantes y demás negocios, o bien que se haga una sucesión de piscinas artificiales con toma del agua del mar. Todo ello sin mencionar la subida del nivel de éste, ya constatada en mediciones desde hace varios años.

Pero aparte de consideraciones futuristas, no hay que olvidar que lo cierto es que la mejor defensa de una costa, y de sus edificaciones colindantes, es una playa, al no provocar un mayor impacto del oleaje, como hacen las escolleras, sino por el contrario conseguir, con la adaptación del perfil transversal de playa al temporal, una más suave disipación de su energía.

Para evitar este desolador panorama, la única solución realmente duradera será seguir aportando periódicamente arena del fondo del mar, porque ya no quedará ésta ni en los mismos cauces ni junto a los diques portuarios, y recurrir a áridos machacados de cantera no es solución por su muy elevado coste y porque a los usuarios de las playas les incomodarían sus hirientes aristas o la untuosidad de su polvo, y traer arena del desierto africano, como han dicho algunos, no sirve por ser demasiado fina y por tanto inestable por la acusada pendiente de nuestras playas. Es decir, que si la población desea mayoritariamente seguir teniendo playas y además la economía, fundamentalmente turística, de la provincia lo necesita, no habrá más remedio que seguir sacando arena de yacimientos marinos adecuados en los que se no se ocasione impacto ambiental, cada vez a mayor profundidad, pues hasta los 100 metros pueden ya operar modernos barcos-draga, y de forma continuada porque parte de la arena se va perdiendo, por cañones o vaguadas submarinas o por temporales extraordinarios, a profundidades de las que ya no vuelve por sí sola.

Y todo esto sin perjuicio de hacer espigones en algunos puntos de la costa, en cambios de alineación o en tramos de playa independientes en su dinámica, porque el equilibrio de las playas no es estático, y cuando se tenga por segura su acción beneficiosa al no perjudicar a las playas vecinas, ya que en otro caso puede ser más costoso el levantamiento de los espigones que su construcción, pues incluso semisumergidos pueden también provocar, aunque en menor medida, pérdidas de arena, debido a la interrupción, por la punta arenosa o espigón de arena que forman, de la corriente de ésta que fluye alternativamente por la costa, según sea el sentido del oleaje.

También cada vez será más necesario el levantamiento o traslado de construcciones (vías de comunicación, paseos, edificaciones, chiringuitos, etc.), como se está haciendo desde los años 80, pues en vez de "ganar terrenos al mar en propiedad" como se hacía antes, la situación ha cambiado y hay por el contrario que "incorporar terrenos a las playas para su uso público", como en el Peñón del Cuervo donde además se regeneró la playa hacia el interior, que es la solución verdaderamente duradera, en una estrategia de acomodación o retirada ante la creciente gravedad del problema. Son medidas que otros países (Francia, Inglaterra, Holanda, EEUU) están también aplicando, como está haciendo la Administración de Costas española, de forma responsable y profesional. Actuar de otra forma sería aún más criticado por la mayoría de la población y entonces, además, con razón.

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