calle larios

Lo que traerá la deriva

  • lUna plataforma feísima de 43 metros de eslora encalla en la costa y el paisaje cambia por completo lLo imprevisto representa un papel esencial en la definición de los territorios

En Doctor Harpo, la inolvidable novela de Rafael Pérez Estrada, dos barcos colisionan frente a un pequeño pueblo costero del mediterráneo llamado Peñón del Cuervo, trasunto de la ciudad que ya se imaginan. Uno de los navíos transporta una misteriosa carga de aves exóticas, con lo que la diminuta villa queda de inmediato inundada de colibríes. Los pajarillos se adaptan al sitio estupendamente y transforman el enclave, gris y anodino, en un cúmulo de estampas de enorme belleza, mientras los habitantes del Peñón del Cuervo, un tanto ajenos a la maravilla, siguen arrastrando sus particulares servidumbres. Seguramente Málaga nunca tuvo una utopía tan hermosa, pero ya se sabe que el mar es, desde Homero, la partera de la fantasía; y que por mucho que las sondas enviadas al espacio nos informen de la presencia de vida microscópica en las lunas de Saturno, todavía el runrún del oleaje nos invita a pensar que algo puede llegar en cualquier momento. Convertido en escenario de la tragedia cotidiana para quienes huyen en sus costas a bordo de esqueletos flotantes en busca de un futuro, el mar es, todavía, grande: tanto como para confiar en que lo verdaderamente definitivo, lo que nos cambiará la vida, vendrá por ahí, a la deriva, para llenar esto de colibríes o de Dios sabe qué. La plataforma de 43 metros de eslora que apareció varada el viernes pasado en Benalmádena, arrastrada desde un remolcador al que dio plantón a causa del temporal, ofrece una alternativa un tanto tenebrosa por su dimensión industrial, pero certera en su abultada calidad distópica. Al cabo, lo que podemos esperar del mar, del porvenir, del progreso y de lo que aún no conocemos es esto: una plataforma gris empleada para fabricar bloques de cemento en alta mar. Nada de colibríes exóticos, pero igual éste es el menor de los males: los loritos tropicales que tanto gustaban a Pérez Estrada llegaron a mansalva y exterminaron, o casi, la población local de gorriones que algunos preferimos. De entrada, la estructura nos permite imaginar una antigua civilización cuyo mayor testimonio haya quedado al descubierto por obra y gracia de las mareas, como en el final de El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner. O un fragmento de una mastodóntica nave espacial que se hubiese desprendido en la maniobra imprudente cometida por algún astronauta milenario (nadie ha contado esto como Kurt Vonnegut en Las sirenas de Titán: si una inteligencia superior sufre una avería ahí fuera, adivinen quiénes tendrán que ir a arreglarlo) y hubiera caído aquí, al ladito de Torrequebrada, que ya es decir. Bien visto, ya que la deriva ha empujado la estructura hasta nuestras costas, podrían dejarla así y aprovecharla para instalar algún equipamiento y subsanar ciertas carencias: un cuartel de bomberos, un palacio de la música, un museo de las vanguardias del siglo XX, una franquicia costasolense de la heladería Inma, un estadio de fútbol, la Delegación de Urbanismo del Ayuntamiento de Benalmádena, un parque acuático, una librería especializada en poesía alemana del siglo XVIII, una plaza de toros, un mercado gourmet, un teatro gestionado por Antonio Banderas, la casa hermandad de alguna cofradía, una corresponsalía de Málaga Hoy, un zoo, un Primark, un Mercadona, un puerto deportivo, un teleférico que enlace con el Tivoli, un centro de salud, un palacio de ferias y congresos, un tablao flamenco, un puesto de chucherías, un canódromo, un cine, un vivero o una escultura dedicada a John Lennon. Algo, lo que sea. Se podría someter la decisión a votación popular. Con una perenne iluminación navideña a lo calle Larios, seguro que no queda tan fea.

Pero no, más vale no hacerse ilusiones. Cuando acabe el mal tiempo y se solucione el papeleo, vendrá otro remolcador competente y se llevará la mole a Cádiz, el destino que la aguardaba cuando ocurrió el accidente. Habrá que aprovechar mientras tanto las posibilidades que ofrece nuestro peculiar intruso. En la historiografía de las ciudades, el principal papel modificador queda reservado siempre a la intervención consciente, los planes trazados, las actuaciones razonadas. Una lectura alternativa, sin embargo, revelaría cuánto de lo que hoy es un territorio como Málaga y su provincia debe a lo inesperado, al azar, al capricho de los elementos y, especialmente, a lo ingobernable. La dichosa plataforma, con su monumentalidad, revela que pueden darse aún sucesos con los que no contemos. Esto todavía puede ser divertido.

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