Málaga

La virtud de los pulmones limpios

  • No hay peligro: la calidad del aire en Málaga es admisible durante la mayor parte del año l Otra cosa, claro, es que cuando se camina por ciertas calles, especialmente en el centro, uno prefiera reservar sus ganas de respirar bien hondo para otras ocasiones l No sólo el dióxido ataca a las fosas nasales

CREO que era Todo lo demás la película en la que Woody Allen se quejaba, con su singular humor judío, de que los nazis te llevan a unas duchas que luego resultan no ser duchas. A la hora de respirar no todo es lo que parece, y en Málaga tampoco. El último Informe Anual de Medio Ambiente correspondiente a Andalucía revela que el aire, tanto en la capital malagueña como en la provincia, es "admisible" el 94% del año. El 6% restante se corresponde con el verano, cuando el exceso de tráfico eleva la polución a niveles dignos de la minería ucraniana. Por lo demás, a menos que viva usted en La Araña, puede inhalar tranquilo lo primero que le salga al paso de las narices. Es una buena noticia: con Corea del Norte dispuesta a declarar la guerra a Estados Unidos en cualquier momento y Michelle Obama de vacaciones en Marbella, lo único que nos faltaba era tener que llevar mascarillas de oxígeno hasta para ir a comprar el pan. Sin embargo, ante la complacencia general, dan ganas de levantar el dedo en plan alumno recalcitrante y poner un pero. Quizá lo que respiro no acabe conmigo, oiga, pero no sólo de oxígeno vive la napia. Seguro que la composición de cuanto va a parar a los pulmones de los contribuyentes resiste cualquier test de estrés. Nada que objetar. Pero esto no significa, vaya, que uno esté dispuesto a andar por el centro de Málaga con el apéndice nasal tan abierto como en el Valle de Arán. La proporción de dióxido de azufre en el aire respetará la legalidad, pero, por lo general, lo que se respira en algunas de las calles más señeras de la ciudad huele mal. Y en verano, efectivamente, bastante peor. El problema no es que en la calle Granada estalle una tubería y salgan las heces hasta por debajo de los manteles; la cuestión es que, con la Feria y todos sus prometedores efluvios ahí al lado, Málaga se parece demasiado a un señor con halitosis o hiperhidrosis axilar que ha dado la batalla por perdida: se le tolera por cortesía, pero también se le evita en lo posible. Ayer mismo, el cruce de Larios y Martínez, que un servidor atraviesa religiosamente todos los días para venir a la redacción, olía a las 16:50 a un pestazo de mil demonios. No había reventado cloaca alguna, pero el suelo estaba pegajoso como si hubiesen derramado una botella entera de calimocho. Se trataba, pensé, de un buen vaticinio: pronto no se podrá dar un paso aquí mismo y este aroma se elevará al cubo, pero tampoco puede uno dejar de preguntarse, después de haber pasado unos días de asueto en ciudades cercanas donde también es verano y también hace mucho calor y donde no huele tan mal, por qué, sencillamente, no cabe más opción que aguantarse y taparse las narices, por muy limpio que esté el aire.

A quien crea que este artículo puede resultar exagerado le bastará con pasear por la calle Victoria (deténganse, especialmente si es de noche, en la alcantarilla frente al número 83, en el establecimiento de alimentación Yuan-Yuan, y aspiren; ya me dirán) y el Jardín de los Monos. Encontrará resultados similares un poco más al norte, en Cristo de la Epidemia, aunque en el primer tramo hay un asador de pollos que abusa generosamente del curry y camufla cualquier otro perfume despedido a la atmósfera. No hace falta, sin embargo, salir del centro: en la Plaza de los Mártires y las anexas calles Mártires y Andrés Pérez, en la Plaza Uncibay, en Strachan, en Sánchez Pastor, en la calle Nueva, en Calderería y en otras muchas me he visto asaltado en las últimas semanas por agentes desagradables en mi aletargado hocico, desde cañerías a diversas categorías de micción. Por no hablar de los coches de caballos para turistas en el entorno de la catedral, a cuyos propietarios, que yo sepa, no se les ha ofrecido una solución definitiva para la despedida de aguas mayores y menores. Los vendedores de biznagas lo tienen cada vez más difícil para hacerse notar. Suerte.

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