Málaga C.F.

Late, luego existe

  • Un Málaga de héroes y villanos obra la remontada para aferrarse a la salvación

  • Con todo perdido y tres cambios perfectos, Borja Bastón consumó el 3-2 a seis minutos para el final

Borja Bastón celebra el gol del triunfo dándose toques en el pecho.

Borja Bastón celebra el gol del triunfo dándose toques en el pecho. / fotos: marilú báez

Fútbol, lo que es fútbol, apenas luce. Inconsistente, escaso, poco esperanzador. Y eso es un epitafio de descenso. La compensación llega desde el corazón. Es infinito, gigante, inagotable. Así que el Málaga no juega, late. Mientras lo haga, la permanencia será una meta real, aunque devastadora en lo emocional. La épica es el vehículo con el que el equipo conduce por la autopista empedrada que es esta campaña. Ello supone una ruleta rusa semanal. Ahora caigo, ahora sonrío, ahora creo que voy a perder, ahora remonto. Las cotas de sufrimiento tienen pinta de ser históricas. Cada partido así será una moneda al aire. Pero también otra historia de amor entre jugadores y aficionados.

Jugar a pecho descubierto, al todo o nada, al Ave Fénix, no siempre dará resultado. Ayer salió cara y con el peaje de otro desgaste emocional terrible. Eso sí, el Málaga, a lo Roosevelt, está haciendo de sus miserias virtud; como el fútbol no le da más que para pasarlo mal, ha encontrado un leitmotiv en el sufrimiento. Es el guerrero que nunca cede, la fe que emerge en los peores momentos. Y tiene en La Rosaleda su mejor desfibrilador. Consiga o no la salvación, su campaña de marketing es la mejor que se recuerda en años: ganaremos o perderemos; pero juntos. El Málaga fideliza desde los malos ratos, desde la remontada, desde el borde del infarto. Y todo gran amor precisa esas dosis de intensidad. Nadie querría luchar por la supervivencia sino por cotas mayores, si bien esta comunión rompe un par de años en tierra de nadie que habían llevado a cierto hartazgo en las gradas. En cierto modo, ha reconstruido el cordón umbilical entre césped y grada.

Así que el Málaga remontó un partido que ya tenía el certificado de drama. Un incendio nace de una chispa, y la combustión de ayer prendió en el banquillo. Míchel hizo sus cambios más atinados en la última media hora y Borja Bastón, Ontiveros y Juanpi acudieron al rescate encontrando su interruptor el día más pertinente. El delantero marcó su primer tanto, bañado en toneladas de oro; los canteranos firmaron el prólogo de su redención. El gol, el desequilibrio y la inspiración fueron las armas de la improvisada banda de superhéroes.

Hubo también, no obstante, un bando de villanos. Baysse, Luis Hernández y Rolón acabaron como cenizas de la remontada. La pareja de centrales fue un nido de imprecisiones, una fuente inagotable de desaciertos. Uno de ellos, del madrileño, supuso el 1-1 de Lucas Pérez cuando La Rosaleda aún sonreía por el gol de laboratorio de Rosales. El 1-2 ocurrió con los dos centrales idos, nerviosos como alevines. Tanto que incluso contagiaron a Roberto, cuya mala salida antecedió el remache de Schär. Ayer no hubo secuelas, pero la advertencia para el futuro es preocupante: su rendimiento a día de hoy pone en peligro cualquier sueño de salvación.

Por delante de ellos, el argentino no les echó cable alguno. Rolón fue una presencia fantasmagórica. Corre como pollo sin cabeza buscando un sitio que nunca encuentra. Hasta los compañeros parecen no querer darle el esférico. Más que adaptándose, da la sensación de estar en el purgatorio.

Así se escribe la crónica, con arrebatos cautivadores y despropósitos desmoralizadores; el Málaga es un puente colgante entre el cielo y el infierno. Como el Deportivo tampoco anda para presunciones, el circo de los horrores hizo de las suyas en La Rosaleda. Serán las meigas o las flechas acumuladas en el costado, pero los de Cristóbal se quedaron sin gasolina y sin alma.

Desaparecieron cuando los superhéroes del banquillo tomaron el partido por los cuernos. Ontiveros caracoleó, volvió a hundir la hierba. Jugueteó ante Luisinho y lanzó una catapulta al segundo palo que, de haber entrado directamente, habría convalidado sus errores recientes. La bola cayó con suspense por la línea. No parecía muy claro si el gol lo empujó Chory Castro o el defensa del Deportivo. Mentira, ninguno de los dos. Lo firmó La Rosaleda. Como ese jugador que levanta el futbolín a pulso para que la gravedad meta la bola en la portería. Así entró el 2-2, con el campo volcado hacia Rubén. La Rosaleda cambió la música de viento por los tantanes y su equipo, desatado, entendió que había que llevar el partido al precipicio. Con el Chory Castro de mediocentro, el Málaga se mudó al campo rival y allanó su morada. Juanpi metió la ganzúa en la cerradura, Borja Bastón entró por la ventana y se plantó ante Rubén en unos segundos eternos. Acarició la bola con una vaselina de poco vuelo y rompió los decibelios de Martiricos. Su celebración fue de brazos abiertos, como un Cristo Redentor. Como lo que fue, para sí mismo y para el Málaga.

Llegó el segundo triunfo. Para dejar la salvación a un punto y quitar varios meses de vida a la afición. Este es el Málaga que hay, sin coraza, con corazón. Llámenlo fútbol, llámenlo cardiología. Y aún quedan 25 jornadas así.

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