LaLiga · Málaga-Valencia

La churrería de Sandro (2-0)

  • El Málaga se regala otra buena victoria para restañar la imagen de Riazor

  • Décima diana del canario, que continúa insaciable

  • Ontiveros y Recio cocinan un gol a la malagueña

Sandro y Jony celebran el 2-0.

Sandro y Jony celebran el 2-0. / Javier Albiñana

Con un mejor equipo, Sandro podría haber metido al Málaga en la pugna por Europa. Sin él, el descenso habría sido una temible realidad. Así se define el paso del canario por aquí. Es de esa suerte de delanteros insaciables, que se bebe los 90 minutos haya lo que haya en juego, y que por desgracia suelen tener un paso fugaz por La Rosaleda. No quiso conformarse con renovar por un buen dinero y ser el eterno suplente de la delantera del Barcelona, no echa el freno aunque la permanencia ya esté en el bote. Sandro es una fábrica de goles y de ocasiones. Voracidad y potencia son la materia prima y un buen disparo ejecuta la técnica. Es adictivo como una droga; engancha, deleita. Y marca como quien hace churros a diario.

Pero su rutina del gol no aburre, al contrario. Ayer se convirtió en el chico diez. Su decena de tantos, con un par de lesiones musculares entre gol y gol, son la espuma de la temporada, suya es la melodía de la permanencia. Sandro es lo que hizo en su doble disparo de ayer, tirar y tirar hasta que el balón entra rendido. Y a punto estuvo de anotar un avance maradoniano en el que le faltó aliento en la última decisión. De haberlo logrado, la cola para pagar su cláusula daría la vuelta a La Rosaleda.

Fornals dio la razón a los dirigentes del Valencia que le quieren fichar el próximo año

Sandro, la sapiencia de Fornals y los ramalazos de Ontiveros animaron un partido con tramos de solteros contra casados. El Valencia saltó a jugar como si se hubiera acostado a las seis de la mañana, con una bochornosa actitud. Ello le vino de perlas a un Málaga que quiso quitarse las legañas de Riazor. Lo consiguió con el segundo triunfo seguido en casa, mérito habitual de hace dos entrenadores. Ahí sigue Míchel, pintando de colores más vivos las paredes que habían quedado tan dañadas esta temporada. No fue una victoria crucial para la clasificación, sí para seguir tirando semillas de cara al próximo proyecto.

La rehabilitación avanza a paso firme. Con recaídas como la de Coruña, lógicas porque hay mucho poso negativo acumulado. Pero el Málaga se está olvidando de salir a jugar con una mochila a cuestas. Las cabezas están más frescas, y ello se aprecia en cantidad de detalles. Ahí queda la incorporación al ataque de Llorente con posterior tiro a puerta como botón. Aplaudió a rabiar La Rosaleda a un chico apocado y errático que ahora es solvente y atrevido. Su nuevo chip es el paradigma del cambio con Míchel. A los que ya funcionaban solos les ha implementado más si cabe. Reina en ello Pablo Fornals. Debajo de su cara de niño esconde un fútbol de canas, capa mágica y cetro. Sus decisiones están llenas de lógica y veteranía, y su cuerpo le da para llegar a donde quiera. Ayer, consciente o involuntariamente, jugar ante el Valencia sacó lo mejor de él. El partido era un escaparate para el interés ché y los dirigentes se fueron a casa firmando el cheque de su cláusula. Fornals será quien marque sus propios límites, aunque atreverse a chutar más desde la frontal le vendrá de fábula para subir un escalón más.

Ontiveros se subió al tren en marcha de Míchel. Enchufarle es un reto personal. Sabe el técnico que el marbellí es talento sin brújula, por eso le pone ración extra de palo y zanahoria. La última, una dieta que le ha llevado a disfrutar de la titularidad de nuevo. Respondió el canterano desde esa inconsciencia que a veces se traduce por temeridad y otras por genialidad. Por eso en ocasiones parece estar jugando al FIFA y en otras es capaz de regatear como y a quien quiera. Porque es el rey de la cornisa, pocos como él gambetean en la corta distancia. Suya fue la asistencia a Recio, que casi ni se afeitaba la última vez que marcó un gol de cabeza. Un gol a la malagueña, de Marbella a El Palo, porque cuando las cabezas andan limpias todo parece fluir mejor.

El choque, en esencia, quedó resuelto en los cuatro minutos entre un gol y otro. En Granada se dará el primer match-ball para la permanencia matemática. Pero estos triunfos reconcilian los desastres pasados y alumbran las intenciones futuras. Y gusta llevar en el pecho medallas antes que cicatrices.

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