laliga santander

Sin orgullo cuando pierde (4-1)

  • El Málaga perpetra una humillación histórica con una primera parte vergonzosa

  • Encaja los cuatro goles en diez minutos horripilantes

  • Sandro suma otro golazo de falta para 'maquillar'

Los jugadores malaguistas se lamentan tras encajar un tanto.

Los jugadores malaguistas se lamentan tras encajar un tanto. / Antonio Pizarro

Hay derrotas que no se pueden pasar por alto porque remueven los símbolos y los corazones. La de anoche fue una de esas, tocó los cimientos del escudo y contravino todas las premisas del himno. Concentrada en los diez minutos más hirientes que se recuerdan, lo cual amplificó el ridículo y la sensación de impotencia. El Málaga contrajo una deuda histórica en el Sánchez-Pizjuán, el aficionado tardará en perdonárselo. No es para menos.

Hay errores a los que el ser humano parece condenado. El problema no es cometerlos, sino ante quién: la persona de la que siempre estuvo enamorado, el amigo que nunca le falló, el familiar más querido. Algo así le ocurrió al Málaga, cuya flor venía tapando que jugaba con fuego a cada jornada. Se vino a quemar ante el rival que ningún malaguista habría querido. El ridículo antológico de la primera parte fue el reverso de todo el cúmulo de fortuna de noches anteriores. Sólo hacía falta que un equipo muy potente destapara la manta y dejara las vergüenzas al aire. Del minuto 25 al 35, cuando cayeron cuatro goles de los que hacían los mayores a los pequeños en el patio del colegio, se hizo la radiografía de los males de la temporada.

En vergüenza quedaron Juande Ramos, que una vuelta después sigue sin ser capaz de dotar de esqueleto a los suyos; y todos los futbolistas en general, pero algunos más que otros. Como Boyko. Qué pasaría por la cabeza de Kameni en el banquillo viéndole hacer la estatua en tres goles y en el otro cometer un fallo garrafal que se la puso en bandeja a Vietto. Creyó oportuno Juande cambiar el portero y ahora tiene a los dos señalados y enfadados. Se podría escribir largo y tendido sobre los errores de los demás, pero quedaron en evidencia. A Mikel Villanueva, que lleva cuatro ratos en la élite, debe quedarle una valiosa lección para el futuro. Sin intensidad, el fútbol te devora.

Más tralla lleva a cuestas Diego Llorente, que confirmó una preocupante tendencia: cada día lo puede hacer peor. Cuesta creer que en una defensa tan arropada existieran tantos huecos. Si Vitolo es capaz de taladrar los muros más pétreos, ayer encontró una barra libre que no dejó escapar. Ni él ni Vietto ni Ben Yedder; en plena búsqueda de delanteros por la evidente falta de gol, los dos arietes de Sampaoli ayer agradecieron la actitud del Málaga como una visita al spa.

El técnico apeló al mismo sistema que rentó un punto en el Camp Nou y, paradójicamente, acabó siendo una invitación al canibalismo para el Sevilla. En la medular había ventajas por todas partes, la frontal del área blanquiazul se convirtió en la boca del metro. Cada gol reforzaba al Sevilla, hundía al Málaga, retorcía al aficionado en su silla. En números: cuatro goles en contra, ninguna parada de Boyko, una sola falta -en la segunda parte, Recio ya había hecho dos en los primeros cinco minutos-.

El paso por el vestuario dejó varias broncas, un doble cambio y la necesidad de recordar que había un escudo en el pecho. Mal haría quien se consolase con la mejora de la actitud en la segunda parte. Que el equipo dieran un paso adelante vino a incidir en que se debía haber hecho mucho más antes. Por suerte, Rami hizo el tonto en una protesta absurda y, con diez, el Sevilla dejó de hurgar. Apenas se vio cerca el 4-2, y ni siquiera el excelente tanto de falta de Sandro, otro más, dio motivos para celebrar. Ayer salió a la luz lo que siempre se recuerda: el equipo de las remontadas, el de la flor, es un plan de rescate; el equipo de ayer es el real, el que sigue en pañales.

 

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