La crónica

La épica penaliza la desidia (3-2)

  • El Málaga somete a la Real Sociedad durante una hora y después ve cómo le remonta en la prolongación colgando balones a su área. La fe donostiarra hurgó en la autocomplacencia malaguista.

Una vez sacudida la cara de tonto que dejan remontadas así, se puede entender por qué al Málaga le quitaron los puntos en la línea de meta. El equipo confundió echar el cerrojo al partido con darlo por cerrado y ensució una hora de gobierno con media de desidia. La Real Sociedad se había disparado en el pie a la hora de partido, con un descuido de Mikel González que puso a Montanier camino al patíbulo. Sin nada que perder, empezó a ganar; con el choque ganado, el Málaga empezó a perderlo. Hay otra explicación para los más místicos: la suerte es amiga o enemiga arbitrariamente. Se cobró la chilena de Baptista con la de Vela y el 3-2 de Getafe in extremis con el de Anoeta. Enfocarlo así es más paliativo.

El regalo del central donostiarra a Sebas Fernández en el 1-2 llevaba veneno en el envoltorio. Por minutos, fue un premio de pescador paciente para el uruguayo, que siempre anda a la zaga esperando esos fallos, capítulo básico en el manual del delantero inteligente. Enseguida se convirtió en un punto de inflexión.

Quién sabe si tras el tanto de la remontada en la cabeza de más de uno empezó a sonar el himno de la Champions y eso apagó el interruptor antes de tiempo. Sólo se puede asegurar que Toulalan no lo hizo. Con el francés, el Málaga ha fichado un robot; sus anticipaciones, sus robos, su despliegue por todo el campo parecen una repetición de cada partido anterior. Fue el único que jugó al margen del marcador. En torno a él se articuló la imagen de equipo sobrio que sometió a la Real, con más sensaciones que goles, eso sí.

Pero el problema es que el galo fue una excepción, no la tónica. El primero en quedar desconectado fue Cazorla. Aunque por orden de Pellegrini. Renunció a su creatividad por la bisagra de Apoño. No era la intención del chileno, pero el equipo se quedó algo más alejado de Bravo. Más achacable es que quitara a Rondón por Van Nistelrooy cuando el venezolano, pese al halo de torpeza que le acompaña últimamente, ofrecía más potencia a la contra que el holandés.

Montanier, virtualmente despedido, se jugó sus últimas fichas en la ruleta, un delantero por un centrocampista, otro atacante por un lateral. Hasta entonces, la Real había intentado buscar a Caballero con asociaciones y buenas intenciones. Ahí decidió ser primitivo y colgar balones al corazón del área. Caballero, otra mano milagrosa en el 87, estaba preparado para el combate; Demichelis y Mathijsen no. El 1-0 fue un accidente en el rebote final, pero también un aviso al agujero negro que había. La Real fue insistiendo desde su desesperación hasta que Vela se disfrazó de Baptista e Ifrán definió en la prolongación como si estuviera en un entrenamiento. Hartos de toparse con Toulalan, explotaron la vía aérea y por ahí encontraron el petróleo. En los dos tantos del sonrojo, hasta por dos veces los jugadores realistas ganaron las pugnas en los dominios propios. La moraleja, la autocomplacencia es pecado de nuevo rico, nunca un camino.

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