Podrán pensar que me estoy refiriendo a los pastorcitos que en estas fechas hemos visto adorando al Niño Jesús ante el portal de Belén (que por cierto vaya patrimonio cultural que poseemos con los "Nacimientos" en nuestra ciudad). No era eso. Me quiero acordar de esos pastores que en nuestra ciudad aún conducen a sus rebaños a los mejores pastos, que cada vez con más ladrillos y hormigón son más difíciles de encontrar.

Desde la antigüedad, romanos, musulmanes y las primeras crónicas cristianas medievales, hablaban de la feracidad de los campos jerezanos; trigo, vid olivos, higueras… nos relatan un paisaje agrario, pero apenas hablan de ganadería. Es obvio que para el suministro diario se necesitarían vacas, cabras, ovejas, que diesen leche y carne para cubrir las necesidades cotidianas. Parece que esas prácticas se olvidaron con el paso de los tiempos.

Con el incremento de las riquezas, y sobre todo, a raíz del descubrimiento de América, caballos, toros de lidia y ganado vacuno vinieron a sumar a un supuesto PIB jerezano en alza en aquella época. Hoy en día, ese tipo de ganadería es un símbolo de la cultura propia. Y últimamente, con el retinto, lo autóctono se está imponiendo.

Pero yo quiero volver para homenajear a esos humildes, pacientes y sacrificados pastores de rebaños, ayudados por los fieles y eficacísimos perros pastores. Esas imágenes nos trasladan a otra época. Contemplaba en estos días festivos las ingentes caravanas de coches dirigiéndose a una conocida zona comercial del oeste de nuestra ciudad para seguir incrementando el tremendo consumismo en el que caemos en estas fechas. En un altozano, un pastor con un rebaño de ovejas y rodeados de sus canes, observaba la escena apoyado en su cayado. Pensaba yo en esos momentos si la gente habría captado la escena y el significado de la misma.

Espero que sí. Porque si no pienso que estaríamos en Belén con… los pastores.

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