No existe en el mundo un solo país civilizado (y no digamos ya democrático) en el que se dé la anómala y aberrante circunstancia que le ocurre en España a la que es su lengua oficial: el español. En efecto, podemos vanagloriarnos de tener la exclusividad universal respecto al disparatado criterio de impedir que los nativos del país con independencia de donde nazcan y residan aprendan y utilicen el idioma que nos es común a los españoles (y a casi 500 millones más de personas foráneas). A pesar de que, en su artículo 3, la Constitución proclama el deber de todo español a conocerlo y el derecho a usarlo, el castellano está prohibido o restringido en el 30% del territorio: Baleares, Cataluña, Comunidad Valenciana, Galicia y el País Vasco y, atendiendo al fervor identitario que parece apoderarse de los políticos nada más ocupar hasta el más insignificante de los carguillos autonómicos, no es descartable que pronto el español retroceda también en Aragón ante el empuje de la fabla aragonesa; en Asturias frente al encanto del sofisticado bable o incluso que se vea superado en Canarias por la innegable economía fonética y sintáctica del silbo gomero.

Apoyada en la imposibilidad de los padres de elegir el idioma en que quieren que se eduquen sus hijos, en las comunidades con dos lenguas cooficiales, la escuela se ha convertido, de hecho, en la mejor herramienta para arrinconar el español. En Cataluña solo se le conceden dos horas semanales de clase (¡1 menos que al inglés!) y a aquellos (pocos) alumnos a los que obligados por las sentencias judiciales se les imparten más clases en castellano se les margina y segrega de los niños catalano-parlantes con la misma animadversión que los nazis apartaban a los judíos de los arios. En otras comunidades con tal de no educar en español se opta por recurrir a la estafa pedagógica del plurilingüismo, esto es, se prefiere (intentar) enseñar asignaturas en algún idioma extranjero, habitualmente el inglés, aunque en muchos casos ni alumnos ni profesores estén preparados para ello. El registro culto de una lengua solo se aprende en la escuela y es ridículo afirmar (como hacen los nacionalistas para justificar la injustificable inmersión lingüística) que los niños pueden aprender el español "en la calle" o viendo la televisión. Una falacia aún más clamorosa en el caso de que el "aprendizaje" se refiera a la lengua escrita. En cuanto al argumento de la "riqueza cultural" que aportan las lenguas cooficiales baste señalar que, por ejemplo, en Camerún existen más de 250 lenguas y que a pesar de su "opulencia idiomática" los sensatos cameruneses, si consiguen que sus hijos vayan a la escuela, prefieren que les eduquen en inglés o francés para que puedan tener alguna oportunidad de prosperar. Mientras que no sea posible estudiar español -sin miedo a represalias- en nuestro país, España será un estado fallido.

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