Aunque resulta evidente que cada día estamos más cerca de eliminar la discriminación de género, lo cierto es que a lo largo de la historia las mujeres lo han tenido difícil para destacar en una mundo diseñado a la medida de los hombres. Sin embargo y pese a todo, el talento, la habilidad e incluso el atrevimiento de muchas de ellas acabaron imponiéndose a la inanidad y el ostracismo a los que la sociedad de su tiempo las condenaba de antemano. Marie Curie, por ejemplo, revolucionó la Física al descubrir la radioactividad, Jane Austen vendió más libros que ningún hombre en la Inglaterra victoriana y, en el otro lado de la ley, Anne Bonny fue una pirata tan temible como el mismísimo Henry Morgan. Incluso en un campo tan propicio a las exhibiciones de testosterona como el de los desafíos, ya en 1892 dos mujeres demostraron su "hombría" solventando sus diferencias en un duelo a espadas.

La princesa Pauline Metternich, nieta del famoso ministro austriaco Klemens von Metternich y esposa (a la vez que sobrina) de su hijo el príncipe Richard, fue una relevante personalidad de la alta sociedad vienesa. Creadora -como se dice ahora- de tendencias, fue mecenas de músicos como Wagner, enseñaba a patinar a los aristócratas y animaba a las mujeres a fumar... sin temor a que se cuestionara su reputación. Con motivo de un certamen musical en Viena y en calidad de Presidenta Honoraria del mismo, la princesa discutió con la Presidenta del Comité de Damas, la condesa rusa Kilmannsegg , al respecto de la ornamentación floral del Theater an der Wien. Tan fuerte debió ser la disputa que ambas decidieron resolverla en un duelo con espadas a la primera sangre, esto es, finalizando tan pronto como una de las duelistas resultase herida.

Princesa y condesa con sus respectivas "madrinas" se dieron cita en Vaduz la capital de Liechtenstein. La juez de este singular duelo de honor fue la baronesa Lubinska, una médico polaca ferviente seguidora de Lister y la antisepsia que habiendo visto como muchas heridas de guerra aún superficiales se volvían sépticas y mortales por la introducción de fragmentos de ropa sucia en las mismas, insistió -tras volver de espaldas a sirvientes y lacayos- en que ambas contendientes se desnudasen de cintura para arriba. Después de tres lances la princesa infligió un corte a la nariz de la condesa y esta, casi al mismo tiempo hirió el brazo de su adversaria. A la vista de la sangre ambas madrinas se desmayaron y fue la baronesa polaca quién declaró ganadora a la princesa. La noticia de dos señoras de alta alcurnia batiéndose a espada y... ¡en topless! se difundió más de lo deseable y pronto postales, vistas estereoscópicas y nickelodeons recrearon tan erótico acontecimiento. Una vez más, el morbo le ganó la partida a la emancipación.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios