De entre todas las religiones que en el mundo existen, quizá la más novelera (entiéndase en el sentido elogioso del término) sea el cristianismo. El Antiguo Testamento es un continuo relato de aventuras repleto de batallas, intrigas, éxodos, sucesos prodigiosos, catástrofes y cataclismos. Una serie de emocionantes episodios eventualmente aderezados con exóticos toques de erotismo que pueden hacer ruborizar a los creyentes más piadosos. En la segunda parte de la Biblia -el Nuevo Testamento- los "guionistas" dan una vuelta de tuerca a la historia al posibilitar que Dios envíe a la Tierra a su propio hijo para que, al modo del espectral "Predicador" del western "El jinete pálido", remedie todas las injusticias y desafueros provocados por una humanidad machaconamente pecadora. Jesús viene a ser un trasunto mejorado de Clint Eastwood; tan todopoderoso que ni siquiera precisó de revólveres para imponer su ley que, naturalmente, no era otra que la ley de Dios.

Lo previsible sería (y de hecho así ocurrió durante muchos siglos) que los cristianos celebrasen con devota solemnidad el 25 de Diciembre, es decir, el aniversario de la aparición de Jesús en nuestro planeta con la altruista misión de salvar a cuantas almas descarriadas encontrase en su camino. La Navidad era ante todo un reconocimiento a la misericordia del Padre, a la generosidad del Hijo y, cómo no, a la trascendental intervención del Espíritu Santo para que la Virgen María concibiera la parte humana de Cristo. Una fiesta alegre y gozosa que los cristianos ya redimidos oficiaban diciendo aquello de: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Sin embargo, hoy, el componente religioso de la fiesta navideña se ha ido reduciendo hasta quedar apenas en el tenue fulgor de una vela en medio de la aparatosa iluminación profana que le es característica. La progresiva infantilización de las sociedades modernas ha exigido convertir tan trascendental acontecimiento en una especie de parque temático que equipara el portal de Belén con las atracciones de Euro Disney o Port Aventura. Los solemnes autos sacramentales que antaño se representaban (el de los Reyes Magos es de 1145) con ocasión de las Pascuas, han sido sustituidos por el "belén viviente" una suerte de pase de modelos de la región de Judea en la época de Herodes que subvencionan los ayuntamientos con la intención de que los modernos feligreses vean una gallina o una cabra en vivo y comprueben que, entonces, los "tupperware" no eran de plástico y los hacían los alfareros. Por si fuese poco, la glotonería, la ingestión compulsiva de bebidas espiritosas y el impostado protagonismo de un advenedizo Papa Noel, ayudan a socavar aún más el maltrecho espíritu de la Navidad. Más que a salvar almas, estos días Jesús parece venir (¿enviado por el gobierno?) a salvar la cuenta de resultados de mercados, comercios y restaurantes.

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