Cultura

Un festival sin reglas formales

  • Los Hermanos Cubero, dúo de Guadalajara que combina el 'bluegrass' con jotas y tonadas de la Alcarria, ofrecen una actuación memorable

Ambiente en la Alameda de Hércules la tarde del sábado, cerca del escenario Ron Contrabando.

Ambiente en la Alameda de Hércules la tarde del sábado, cerca del escenario Ron Contrabando. / víctor rodríguez

En la segunda y última noche de conciertos en el Teatro Alameda hubo distintos tipos de artistas. Aquellos a los que reclaman para ofrecer conciertos que no pueden dar porque su trabajo habitual se lo impide en días laborables, por ejemplo. Hay otros que abandonan su proyecto musical por el desinterés hacia su obra. Los primeros avivan las conciencias con sus canciones; los segundos lo hacen con sus provocaciones entre canción y canción. Ésa es la diferencia entre Los Hermanos Cubero y Cabezafuego.

Íñigo Cabezafuego es un compositor imaginativo, pero la irreverencia de sus canciones protesta, cuando hemos escuchado antes las de Los Hermanos Cubero, le hace quedar como si fuese Madonna, como él mismo reconoció durante su actuación. Y quizás por eso lo dejará todo en Navidad; hasta entonces andará despidiéndose con conciertos como el del Teatro Alameda, una actuación que dedicó a todos los grupos que han venido a tocar a este festival pensando que serán los próximos Vetusta Morla. Nos cantó sobre El traje del emperador, Caramelos 6 de julio y Cruces de hierro, se convirtió en el arribista de su Minueto, en el esnob al que no dieron suficientes hostias en el colegio de La balada del irritante y, tras llamarnos varias veces gentuza e hijoputas desde el más absoluto cariño, desapareció cabalgando entre el público a hombros de Quique Cubero.

El reciente disco de Cabezafuego, Somos droga, comienza con Los Hermanos Cubero cantando, y la noche del sábado también fueron Quique y Roberto Cubero los primeros en salir, deleitándonos con un miniset de canciones de primera hora de la mañana, para los que se acaban de levantar, como los jartibles del Monkey: "sube las persianas, abre las ventanas, no remolonees", que los conciertos continúan.

Son los Cubero un dúo que se complementa a la perfección: si Quique tiene una voz poderosa que se adueña del teatro y tapa a la de Roberto, éste tiene un registro tan diferente que en un segundo plano aporta una dulzura que le quita rotundidad a la otra. Instrumentalmente ocurre lo contrario: la guitarra de Quique acompaña las melodías mientras Roberto es una especie de Jimi Hendrix de la mandolina, que sin necesitar cables eléctricos es capaz de convertir el concierto en una sesión de hardcore con piezas como Fabricando buenos tiempos, la que dicen ellos que es su canción de festivales, la que le quita densidad a su último disco, Arte y orgullo, que repasaron ampliamente con esas seguidillas de Maldita urraca, que habla de pájaros pero no de aves, o transfigurándose en los Lynyrd Skynyrd de Guadalajara en Trabajando en la MCA, que para los americanos es su sello discográfico y para los Cubero es la empresa Metal, Construcciones y Afines, de la que son ceros a la izquierda en los millones que crean. Ya se está poniendo el sol la cantaron al borde del escenario, a pelo, sin micrófonos ni amplificación, y a los que estábamos extasiados a sus pies nos tuvieron que pedir que cesáramos en los aplausos porque no les iba a dar tiempo de hacer el pasodoble que les quedaba.

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