Sevilla

Las aceras que perdimos

  • El velador se adueña de Mateos Gago hasta el punto de que la calzada destinada al tráfico rodado se convierte en la única zona para andar.

La imagen muestra el estrecho pasillo del que disponen los peatones en las aceras de Mateos Gago.

La imagen muestra el estrecho pasillo del que disponen los peatones en las aceras de Mateos Gago. / Juan Carlos Muñoz

Pocas calles en el mundo -sin temor a caer en la exageración- ofrecen una perspectiva tan bella como la que depara Mateos Gago. Cuando se baja desde Fabiola, una vez superado el Colegio San Isidoro, se atisba la Plaza de la Virgen de los Reyes, sobre la que se alza, desafiante, la Giralda. Es la estampa que esperan cientos de turistas que recorren esta vía al día. Sin embargo, disfrutar de tal contemplación resulta bastante complicado a tenor de los innumerables obstáculos que hay que salvar mientras se anda por ella. Un continuo zig-zag que convierte en odioso dicho tránsito.

Las aceras de esta vía hace muchos años que quedaron conquistadas por los veladores. Apenas queda un resquicio para caminar por ellas, a no ser que el peatón posea una sobredosis de paciencia y no le importe tardar el doble de tiempo en cruzarlas. El sector hostelero se ha adueñado de Mateos Gago. El 80% de sus locales están dedicados a tabernas, bares y cafeterías. El resto, para tiendas de souvenirs y algún quiosco. Con tal distribución, no es extraño que a cualquier hora que se pase por ella el olor a comida y a bollería industrial inunde el olfato de los transeúntes.

Sirva como ejemplo la tarde de este domingo. A las 16:30, desde la Plaza de la Virgen de los Reyes hasta la esquina con la calle Mesón del Moro, sólo quedaban tres mesas libres de las 66 instaladas en ambas aceras. Todas son de distinto color y formato. Disparidad que más bien parece sacada de un catálogo de muebles a precios populares. Altas, bajas, cuadradas, redondas, de madera y metal, marrones, blancas y negras. Una variedad cromática que lejos de añadir belleza, le resta bastante hermosura a una vía situada a escasos metros del enclave monumental protegido al estar declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Hay zonas de las aceras, incluso, que están moquetadas en negro, con lo que se acentúa el mensaje de explotación del espacio público por un tercero, que hace de esos metros cuadrados al aire libre una extensión del negocio.

Veladores sin solución de continuidad. Apenas hay separación entre las mesas de un bar y otro

Con todo, la estética resultante de los veladores no es lo más preocupante. El peor efecto es la imposibilidad de hacer uso de la acera. Entre las mesas y las fachadas sólo queda un estrecho pasillo que en numerosas ocasiones está ocupado por grupos de clientes de los bares que toman cervezas, vinos y varias viandas de pie. No queda más remedio que recurrir a la calzada. De hecho, pocos son los peatones que toman alguna de las aceras de Mateos Gago para andar por ellas. La mayoría lo hacen por la zona destinada al tráfico. La acera, en tales condiciones, es de uso exclusivo de los bares, hasta tal punto que los veladores se suceden en línea recta sin solución de continuidad. Resulta hasta complicado distinguir cuál es de un negocio y de otro, al estar casi pegados. Sólo la diversidad de colores y formatos sirven de diferenciador. Unas tabernas enfocadas principalmente al turismo, especialmente al extranjero. De hecho, ayer, a la hora mencionada, abundaban guiris de piel blanquecina y que, pese a que el día no invitaba a ello, lucían ya pantalón corto y hasta chanclas.

En las fachadas de estas tabernas se exhiben las ofertas gastronómicas, que parecen calcadas unas de otras. Platos y menús globalizados, pues anuncian un tipo de comida que puede degustarse en cualquier otro punto del mundo. Y a un precio que hace temblar al bolsillo. Las vistas, se entiende, hay que pagarlas. Paellas precocinadas servidas desde las dos a las cinco de la tarde. Queso frito con su pequeño cuenco de mermalada de fresa. Surtido de croquetas con tiras de zanahoria. O punta de solomillo al whisky con patatas panaderas. Eso sí, todo ello servido en platos cuadrados. A ser posible, negros y de pizarra, para hacer creer al cliente que degusta una cocina excepcional y de diseño. Una exclusividad que luego se evidencia en la factura. Los sevillanos que ya han conocido tal sablazo prefieren acudir a las pocas tabernas autóctonas que quedan en Mateos Gago y consumir un par de botellines con algún montadito.

Resulta paradójico que la calle que a principios del siglo XX se ensanchó para facilitar el tráfico rodado se haya vuelto inaccesible cien años después. Hay que llegar a Fabiola para sentir que se ha salido de un parque temático. Mateos Gago es un velador continuo. Las aceras que perdimos.

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