Prodigan ahora las ideas de separación, independencia y autonomía. La de adolescentes, las de parejas y las de los matrimonios. La de regiones que se quieren valer por sí mismas, como la de una parte de España, la de familias que se rompen fácilmente, como la socialista jerezana, o la de equipos de una misma ciudad rotos en la medular o en la delantera. No sirve de nada querer ser fuertes, avanzar en las civilizaciones o mantener a todo gas y a toda vela nuestros esfuerzos como en Fuenteovejuna. Prima el quererse diferenciar por la genética, el color del pelo, el tipo de religión o las ideas, sin pensar en sus consecuencias. Los barones contras las duquesitas. Los hijos contra las padres. Los hermanos entre ellos. Y las consuegras, por la ley de Dios. El espíritu de familia unida ya no existe, porque hemos dotado a la sociedad de tanta superficialidad que es difícil entretenerse. De ahí, que nos inventemos cada día, que nos queramos tirar al ruedo sin muleta, que nos arriesguemos por desidia y poder así reinventarnos de nuestras cenizas. La rotura crea más lideres y más noticias. La fragilidad crea elementos contraproducentes. Habrá que ponerse en el lugar de esa madre de Puigdemont. La de orfidales que estará tomando. En los viejos del partido, la de caladas que estarán dando. O en esos padres de alevines, como locos comprando equipaciones.

En un mundo donde hay demasiados adversarios, es más fácil subirse al carro de la sinrazón, antes que seguir los pasos de la cordura que nos lleva al final del camino haciendo camino al andar. Ni la de Romeo contra la de Julieta, ni la de los Montoyas con los Tarantos, ni la ikea Family ni el préstamo familiar Ahora, las familias enfrentadas y con rencillas no lo son por culpa del amor. Lo son por el aburrimiento. Situaciones y expedientes no admitidos a trámite por falta de consistencia.

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