Cultura

Abismales distancias, distintas especies

Si no hay alimentos se come lo que sea. Desde el canibalismo entre los náufragos hasta los gatos que sabían a conejo durante nuestra guerra y posguerra la historia da muchos ejemplos de adaptación gastronómica para la supervivencia. Si no hubiera DVD veríamos en las pantallas de los cines lo que fuera, y hasta nos parecería entretenido a falta de otros elementos nutritivos que saciaran nuestra iconofagia (sobre todo: a falta de otros elementos que permitieran establecer comparaciones). Pero resulta que el DVD existe, que la calidad de las copias restauradas del cine clásico y moderno -europeo o norteamericano- es extraordinaria y que el tamaño de las pantallas domésticas ha crecido hasta rozar los límites de las de los antiguos cine clubs.

En estas condiciones es tan difícil comerse el menú que ofrece la cartelera, que no alcanzo a comprender qué íntima desesperación, insondable soledad o imposibilidad para quedarse en casa hace que un ciudadano que no deba cargar con la tarea crítica vaya al cine a ver películas como Mujeres. Para colmo, cuando acaba de editarse en el mercado español el original que George Cukor dirigió en 1939 con su elegantísimo estilo y reconocida maestría para el análisis del carácter femenino y la dirección de actrices (méritos que ese mismo año le costó el despido del rodaje de Lo que el viento se llevó por presión de un Gable tan incómodo con la pluma del director como temeroso de que diera más realce al personaje de Vivien Leigh), basándose en un guión que destilaba veneno escrito por Anita Loos y Jane Murfin (pioneras femeninas del guión en Hollywood) a partir del éxito teatral de la editora, periodista, novelista, activista, diplomática y autora teatral Clare Boothe Luce (estrenada en 1936 en Broadway) e interpretada -agárrense si no lo recordaban- por Joan Crawford, Norma Shearer, Rosalind Russell, Paulette Goddard y Joan Fontaine. Hay que tener mucho valor (en la variante kamikaze) o estar muy desesperado para irse a ver el Mujeres de Diane English pudiendo ver en casa el de Cukor.

La comparación entre las dos películas describe la caída del imperio cinematográfico americano con la misma crudeza que la Juana de Arco de Luc Besson describía la caída del cine francés si se la comparaba con la de Robert Bresson. Donde había actrices hay modelos, donde había ingenio hay zafiedad, donde había sutileza hay trazo grueso, donde había malvadas caricaturas de estereotipos hay simplonas muñecas, donde había guión hay tele escritura, donde había talento hay torpeza, donde había genio hay rutina y donde había cine hay un remedo de las teleseries femeninas. De la crítica social de la obra teatral de Clare Boothe Luce y del veneno del guión de Loos y Murfin no queda nada. Del reparto original a este, pese a la presencia de Annette Benning, media una distancia que la palabra abismo no puede expresar. Y de Cukor a Diane English media algo más que la distancia: pertenecen a especies distintas. Cuando Cukor realizó Mujeres había dirigido a Tallulah Bankhead, Kay Francis, Constante Bennet, Catherine Hepburn, Myrna Loy, Marie Dressler, Jean Harlow, Joan Crawford, Greta Garbo o Paulette Goddard y era uno de los directores estrella de la Metro. El currículum de Diane English se agota en la televisión como guionista, con Murphy Brown como éxito mayor. Y su película lo delata.

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