Cultura

Actores Gulliver aplastan a un director liliputiense

Se equivocan quienes condenan moralmente esta película y la oponen a Taxi Driver, por estar ambas interpretadas por Robert de Niro y tratar de asesinos que se toman la justicia por su mano como reacción ante una sociedad podrida, una Policía ineficaz y una justicia complaciente. Y se equivocan porque la diferencia entre las dos películas es fílmica, no moral. En ambas se justifica la acción criminal del hombre bueno desequilibrado por la experiencia de la crueldad, vastedad e impunidad del mal (en el caso de Taxi Driver agravándose el desequilibrio por el trauma pos-Vietnam). Incluso en la película de Scorsese, que sería menos ambigua si se cerrara tras la matanza, el asesino es absuelto por la carta de los padres de la menor rescatada por el taxista, mientras que en ésta la justicia expeditiva es condenada y castigada, cierto que tras algunas argucias de guión que parecen indicar lo contrario. El problema no es ético, sino estético. Aunque hay que añadir que toda estética tiene una dimensión ética; y que la inmensa superioridad cinematográfica de Scorsese sobre Avnet daba a Taxi Driver un tono de bajada a los infiernos, un carácter perturbador, una profundidad moral, un valor social y un espesor humano que la convertían -sin que por ello dejara de ser éticamente ambigua o dudosa- en una obra maestra, es decir, en una mirada a la vez inteligente y creativa sobre la naturaleza humana en general, un tipo particular y un momento concreto de la historia.

Por lo tanto, la diferencia fundamental entre esta película y Taxi Driver, o cualquier otra gran obra que trate de lo mismo, no consiste en que la protagonicen unos polis que se toman la justicia por su mano, sino en que está discretamente rodada en sus mejores momentos y con excesivas concesiones al efectismo visual en los peores. Es una más, una del montón, dirigida por un realizador que va de mal en peor desde un comienzo prometedor (Tomates verdes fritos, Íntimo y personal, El laberinto rojo) hasta un presente decepcionante (88 minutos). Eso sí, con una suerte no merecida para dirigir a grandes o famosos actores. Por sus manos han pasado -por este orden- Kathy Bates, Kevin Costner, Robert Redford, Michelle Pfeiffer, Richard Gere o Al Pacino. Lo que demuestra que las carreras de los actores estaban más seguras en manos de los grandes estudios que en las de ellos mismos y sus agentes. En esta ocasión Avnet el afortunado culmina de momento su trayectoria trabajando con Pacino y de Niro, tal vez los dos más grandes actores de los últimos 30 años, sacralizados además por haber interpretado El Padrino II, considerada la mejor película de Coppola y una de las mejores de la historia del cine americano.

La presencia de los dos monstruos se vuelve contra la película, a la que se le reprocha dar tan poco teniendo tanto, y contra Avnet, que queda como un minúsculo liliputiense aplastado por estos dos gigantescos Gulliver. El guión es bueno y está bien escrito en su fraseo. La realización es correcta. El entretenimiento está garantizado. Y ver a Pacino y De Niro juntos es siempre un espectáculo que vale el precio de la entrada. Pero es imposible no pensar qué podría haber hecho un director más creativo con estos monstruos enredados en una trama negra. Lumet, por ejemplo, que tan bien ha retratado la corrupción policial. O el David Fincher de Zodiac.

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