Arte

El África que esconde Barceló

  • Bajo el prisma del 'continente negro', la exposición del creador mallorquín en el CAC Málaga permite discernir los argumentos clave en la trayectoria del artista

Tiene esta Obra africana de Miquel Barceló muchas virtudes más allá de la enorme calidad y representatividad de casi la totalidad de las piezas expuestas. La condición de retrospectiva es otra de ellas, puesto que al tomar como universo expositivo una selección de 82 obras de las miles que Barceló ha elaborado en sus periódicas estancias en Malí desde 1988 hasta la fecha (dos décadas de creación), se consigue componer un conjunto que arroja luz no sólo sobre lo que supone la presencia del continente negro en su producción, sino que permite abordar cuestiones que superen ese carácter referencial o evocador de África y lo africano para vislumbrar otras sobre el estilo, los temas y las técnicas del artista, lo que podríamos llamar la poética de Barceló. Para ello hemos de intentar contextualizar este conjunto en el total de su producción, ya que resulta cuanto menos empobrecedor entender esta obra africana (con sus singularidades y con las características comunes a otras ajenas a ella) como un período inconexo o estanco respecto al resto de su trayectoria. Por tanto, como conjunto que recorre estos veinte años refleja los nuevos escenarios y las constantes de la obra de Barceló y no es extraño que en muchas de estas obras se preconicen las magnas intervenciones en la Capilla de San Pedro de Palma de Mallorca, la arrojadiza políticamente Cúpula de Ginebra, las ilustraciones para la Divina Comedia, así como que se rememoren sus inicios povera, sus sopas o su interés por la fauna marina, entre otros.

De inicio, se desprende que el artista ha consolidado un estilo basado en la diversidad de maneras y recursos, en ocasiones aparentemente antagónicos. Así, subyace un sentido arqueológico en la obra de Barceló, esto es, que soluciones y temas anteriores se recuperan tomando su propia obra como arsenal. El propio Barceló dejó anotado precisamente en sus Cuadernos de África (Galaxia Gutenberg, 2004) ese carácter autorreferencial tanto de su obra como incluso de la historia del arte, tanto "como una coliflor, un cerebro, una nube, una galaxia". Ese sentido de autorreferencialidad y de estilo basado en la diversidad nos permite señalar que su obra es un continuum: pareciera que el artista construye una sola obra a través de muchas.

Ese carácter retrospectivo al que aludimos nos permite hablar de riqueza de matices. Barceló viaja de la saturación a la simplicidad, de lo oscuro a lo claro (y vuelta), de la espesura de la materia conformadora y la pincelada briosa y cargada a lo lírico y poético en la aplicación del color, de una superficie pictórica cuasi-volumétrica y en movimiento a espacios planos y delicados con sugerentes y puntuales resaltes, del fuerte tratamiento matérico y lo neo-expresionista a otros más sugerentes, menos violentos y cercanos a lo metafísico. Todo ello es como decir que apreciamos prácticamente todas las maneras, evoluciones, saltos y citas de Barceló. Y esto, por sí solo, ya es mucho.

Igualmente representa temas crudos como la muerte y el sacrificio con sutileza y lirismo -el primero propiamente africano y el segundo consustancial a su obra como se ve en sus tauromaquias-. Sus recientes cráneos, simples y esenciales, comparten espacio como un despojo más con detritus y otros cráneos animales. La rotundidad del símbolo de la muerte se contrapone con delicadas sugerencias cuasi-delebles, a lo Cy Twombly, de un mundo mínimo de gran caudal poético y usual en su trayectoria como es el de lo marino.

Sus papeles abundan por lo general en la sutileza, ya que se hallan despojados de materia pictórica copiosa, aunque son sumamente interesantes y capitales para entender su obra aquéllos en los que el soporte se comba como si estuviesen encolados adquiriendo volumen y llegando a bordear los terrenos del objeto y la escultura. En los papeles de 2007 juega con las propiedades de la aguada para recrear el temible harmattan (viento de arena), desvirtuando poéticamente los paisajes mientras que las sombras de los personajes que los pueblan aparecen nítidos. En sus cuadernos, por otro lado, con un repertorio mínimo demuestra la capacidad para ordenar espacios y hacer surgir evocaciones paisajísticas sólo con el color.

En referencia a la cerámica, por más que haya aprendido de las técnicas africanas, el concepto que la rige y el trasvase entre imagen-objeto es, a todas luces, deudor de Picasso.

Con todo, se antoja fundamental apreciar cómo ese inicial afán por malear la materia pictórica hasta darle forma (volumétricamente) adquiriendo valores casi escultóricos, como sus papeles arrugados y horadados, hacía que la materia deviniese forma y movimiento y escondía, ya entonces, algunas de las más notables aproximaciones entre pintura, escultura y cerámica que desde hace unos años protagonizan parte de la producción del artista mallorquín.

Y en el fondo, África. Vivida y sentida, y no sólo experimentada con furor etnocentrista (se comprenden muchas de las lecturas que le acompañaron: Leiris y Griaule, etnógrafos cercanos al surrealismo heterodoxo). El artista plasma la aridez, la nada, el sacrificio, el vacío, la celebración de la vida y la muerte. Barceló, en esa especie de diario que son sus Cuadernos de África, dice: "la muerte todo el tiempo, por lo que ha de ser justificable que coja un pincel. Pintamos porque la vida no basta. En cualquier caso, aquí la vida sí basta. Es casi excesiva"

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