Cultura

Aguar la fiesta

Del cine de Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri, que no sólo se circunscribe a sus dos primeras películas como directora y guionistas, Para todos los gustos y Como una imagen, sino que también abarca los espléndidos libretos de On connait la chanson, de Alain Resnais, y de Un aire de familia, de Cédric Kaplish, ya conocíamos su elegante y refinada capacidad para la observación humana y el certero retrato de las contradicciones y cuitas de la clase media francesa a la que, sin coartadas ni exculpaciones, ellos mismos pertenecen de primera mano.

Sus dos primeras películas, escritas e interpretadas por la pareja y dirigidas en solitario (suponemos que en un mero trámite) por la Jaoui, demostraban un fino oído para el diálogo inteligente, la situación incómoda y verosímil y, muy especialmente, la disección de la hipocresía como principal rasgo de las relaciones entre sus personajes, observados siempre, y a pesar de todo, desde la comprensión y la calidez.

Háblame de la lluvia repite modo y tono, siempre cercano a la comedia, aunque en esta ocasión algo más forzado, para situar en la provincia a tres personajes dispares, una activista feminista, un aspirante a director de documentales y su colaborador en un proyecto sobre la primera, que se redescubren a ellos mismos a lo largo de diez días de forzada y accidentada, a veces, cómica, convivencia con la familia, los hijos y las relaciones sentimentales de por medio en lo que pretende ser un intento de condensar las preocupaciones de la sociedad francesa a través de los tipos.

Menos finos que en ocasiones anteriores, demasiado reconocibles y algo mecánicos en su juego de máscaras y cruces, Jaoui y Bacri siguen confiando demasiado en su escritura como único elemento de enganche. Así, por más que podamos reconocernos y reconocer al personal a través de sus personajes, por más que sus dudas, sus dobleces y su fragilidad se nos antojen familiares y cercanos, Háblame de la lluvia no acaba de entusiasmar ni de ir más allá de unas buenas intenciones aplanadas por una puesta en escena que no pasa de funcional. Un molesto doblaje al castellano termina de aguar la fiesta.

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