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Beck ya no es un mago

  • De la mano de Danger Mouse, el autor de 'Odelay'; publica el décimo álbum de su ya larga carrera y su mejor trabajo en años, aunque la sorpresa ya no existe

Ya no quedan más sorpresas bajo el sombrero de Beck, otrora mago del sonido y maestro de la mezcla de géneros. Modern guilt (XL / Pop Stock!, 2008) es el décimo álbum del autor de Odelay (1996), uno de los discos que definieron la década de los 90, y que ejerció de faro para muchos otros artistas que quisieron jugar a la alquimia. Ahora, Beck se ha puesto en las manos de Danger Mouse, el productor más pluriempleado de la facción cool de la industria; así, en 2008, Beck es uno más.

Tras The information (Universal, 2006), el álbum con el que recuperó crédito tras Guero (2005), y que no fue más que una versión ligera y pulida de sus monstruos anteriores -la producción la firmó Nigel Godrich-, Modern guilt aporta mayor frescura gracias a un sonido espartano y una sonoridad contemporánea pero siempre con la mirada fija en los 60 más psicodélicos.

La principal novedad de este Beck minimalista es que ya no forma parte del catálogo de artistas alternativos de las multinacionales, ya que después de acabar su longevo contrato discográfico se ha pasado al redil de los indies - ya estuvo, ¿recuerdan?-. Y lo ha hecho con un buen disco, modesta y moderada obra de apenas diez canciones, un austero ejercicio de concreción estilística: pop psicodélico de ecos, detalles y groove raro.

Todo el mundo parece estar convencido de que este es el mejor Beck que hemos escuchado en años, y quizá tengan razón; Modern guilt no esconde ningún desliz, pero tampoco muestra ningún hallazgo. Beck se ha quedado para discos pequeños, ejercicios de buen gusto que ya no pueden deslumbrar, aunque si permiten disfrutar, y mucho.

Es definitivo: Beck ya no es un genio, si es que alguna vez lo fue, ni tampoco un ilusionista o hipnotizador, porque nos sabemos sus trucos -ya le hemos visto antes sacar este conejo de la chistera-. Lo que quedan son diez buenas canciones, una actitud atractiva y, por fin, algo de diversión en sus letras.

Entre las anécdotas de este disco está la participación, casi invisible, de Cat Power -también están dos viejos colegas: Jason Falkner y Joey Waronker-. Tampoco es desdeñable la sensación de déjà vu que transmite Chemtrails, canción que podría haber entrado en Mutations (1998).

Este buen disco sabe a esfuerzo por recuperar viejas glorias, objetivo que cumple mejor que los dos pasados intentos. Nuestro loser ha dado en la diana aunque sabe que ya no creemos que vaya a salvar a nadie, algo que seguro agradece.

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