Cultura

Bienvenidos al otro lado del espejo

Henry Selick es, junto a Hayao Miyazaki, el último gran artesano visionario y romántico de la animación tradicional en tiempos de exhibicionismo digital. Su magisterio, su cuidado del detalle y su infinita paciencia para filmar plano a plano a través de la técnica del stop-motion se escondían tras la firma estelar de Tim Burton en esa obra maestra del cuento infantil siniestro que es Pesadilla antes de Navidad (1993). También en la adaptación del universo literario de Roald Dahl en la más colorista James y el melocotón gigante (1996). Selick probó suerte con las criaturas de carne y hueso en Monkeybone (2001), en la que lo mejor de la función lo protagonizaron los interludios y personajes animados que correteaban alrededor de Brendan Fraser.

Ocho años después, y con una gloriosa alianza con la tecnología 3-D, Los mundos de Coraline devuelve a Selick a su entorno natural, al plató en miniatura, a las marionetas animadas con regusto europeo (inevitable no pensar en Svankmajer, Barta, Trnka y otros maestros del Este), al universo de los cuentos de hadas infantiles con regusto terrorífico, y lo hace a partir de una novela juvenil de Neil Gaiman (autor también de Stardust, llevada al cine recientemente) que contiene todos los ingredientes para una nueva y fascinante incursión en lo maravilloso.

Así, la historia de Coraline actualiza Alicia en el país de las maravillas en tiempos de familias disfuncionales, abandono infantil y nostalgia de la magia del circo, para lanzarse a una aventura en la que los espejos devuelven una imagen deformada y capturan el alma de los niños, un viaje con pasadizos secretos que conducen a mundos paralelos donde la promesa de felicidad y postre continuo se torna pesadilla en la que los ojos son sustituidos por botones cosidos y las madres por arañas metálicas.

Desbordante de imaginación iconoclasta y libre de pleitesías estadísticas, Los mundos de Coraline reivindica el derecho a la fantasía infantil como espacio ambiguo y territorio inestable, evita la moraleja y los mensajes fáciles en favor de la aventura libre e incierta, imagina mundos desdoblados estilizados repletos de personajes y criaturas inolvidables por los que, como a su joven heroína de pelo azul, también nos gustaría perdernos de vez en cuando antes de despertar de nuevo.

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