Crítica de Cine

Calcomanía de una gran película

Fotograma de este 'remake' dirigido por Bill Condon.

Fotograma de este 'remake' dirigido por Bill Condon.

Las variaciones sobre la fascinante bruja de La bella durmiente (1959) que fue Maléfica (Stromberg, 2014) tenían sentido por la originalidad y belleza siniestra con la que desarrolla a la fantástica mala del original. La adaptación a imagen real/digital de El libro de la selva realizada por Jon Favreau tenía sentido porque era una nueva creación a partir de la versión animada y no una argucia para vender lo mismo como nuevo. Como nada se puede vender dos veces como nuevo, sino que la nueva versión es necesariamente mejor o peor que el original, nunca igual, la errada fidelidad oportunista de esta versión real/digital a la película animada la sitúa muy por debajo de aquella importante obra de 1991 que, junto a la precedente La sirenita (1989) y la siguiente El rey león (1994), marcó la segunda edad de oro de los estudios Disney y su definitiva recuperación, hasta hoy, tras el bache que supuso la muerte de su creador.

Se tendría la tentación de decir que como película infantil, esta nueva versión cumple sus objetivos. Pero esto contradeciría el espíritu de Disney quien a lo largo de su carrera, desde las Comedias de Alicia en 1923 hasta El libro de la selva en 1967, última película que produjo, estrenada un año después de su muerte, siempre fue más lejos en la exigencia de calidad y creatividad dando lo mejor a los más pequeños. En este caso Bill Condon, mediocre director de algunas películas interesantes (Dioses y monstruos, la mejor, Dreamgirls, Mr. Holmes) y de unos cuantos petardos (Kinsey y dos entregas de Crepúsculo), no tiene la creatividad necesaria para convertir, sin servidumbre, la misma historia en otra película. El paso de la animación a la imagen real/digital (bestia de peluche y artefactos animados incluidos) tiene el aire de las operaciones tipo coloreado de películas en blanco y negro. Emma Watson y el resto del reparto aportan poco. Los guiños políticamente correctos, feministas o gay, son oportunistas.

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