Cultura

Los 'Charlies' fueron lo de menos

Si bien la Segunda Guerra Mundial tiene, y presumiblemente tendrá por siempre, el récord de películas dedicadas a las trincheras, el tristemente famoso conflicto de Vietnam no le va a la zaga: películas tan conocidas y magistrales como Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), Platoon (Oliver Stone, 1986) o La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987) se centran en el conflicto en sí, mientras otras como Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), Acorralado (Ket Kotcheff, 1982) y La escalera de Jacob (Adrian Lyne, 1990) analizan con más o menos fortuna las devastadoras repercusiones humanas de una intervención estadounidense cuyo carácter esencialmente gratuito y político aún permanece imborrable en la historia de las decisiones desafortunadas.

Sin embargo, por algún motivo, en el mundo de los videojuegos Vietnam no ha tenido una presencia realmente sólida, eclipsada por la aplastante supremacía icónica del enfrentamiento mundial, donde los buenos y los malos eran más fáciles de distinguir. La saga Shellshock surgiría en el año 2004 de la mano de la desarrolladora Guerrilla con Shellshock: Nam'67 para desdecir esta carencia en la medida de lo posible. Ciertos descuidos en materia gráfica y el hecho de no ofrecer grandes novedades al género aparte de alguna que otra imagen específicamente desagradable, conseguirían que la propuesta, aunque interesante, no acabara de cuajar. Hoy, cinco años después de aquello, surge Shellshock: Blood Trails, esta vez en manos de Rebellion Software (artífices, entre otros del clásico bélico futurista Killzone) para brindarnos el elemento diferencial que allí faltaba.

Y es que si Vietnam se caracterizó por algo fue por el componente alucinado, de pesadilla oscura y kafkiana, que asistir al combate suponía para unos jóvenes soldados ya aleccionados del sinsentido de la guerra por la anterior generación y los aún persistentes ecos de Corea. Será ese tono claustrofóbico lo que encontraremos en este título, aderezado con una línea argumental que se escora hacia el survival horror en la alusión directa a los legendarios experimentos con drogas que tuvieron lugar desde el bando estadounidense. Whiteknight se denomina el inquietante proyecto que nuestro protagonista, hermano de uno de los afectados por aquella iniciativa, está destinado a desentrañar: un intento de conseguir al soldado perfecto que al gobierno de los EEUU se le va de las manos. Y si bien las tentativas similares de mezclar géneros que habían tenido lugar en cine, encabezados por la delirante Dog Soldiers (Neil Marshall, 2002), no habían resultado inspirados, es precisamente esta línea argumental la que salva un juego por lo demás bastante discreto, con las tintas cargadas en la ambientación y los juegos de luces en detrimento de las texturas, los moldeados y las estructuras expresivas faciales, bastante elementales. Una vez más en la saga, aunque con mayor fortuna en esta ocasión, el contexto salva la forma, aunque lo hace con una indudable cualidad fascinadora, mezcla simultánea de realidad y onirismo, que convierte el nuevo Shellshock en algo realmente especial.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios