Música

Conocer a Ana María, amar a Pasión

  • Pasión Vega conquistó un Teatro Cervantes lleno hasta los topes con la presentación de ‘Cuarenta quilates’ y un carisma a prueba de tiempo

Pasión Vega, en su concierto de esta noche en el Cervantes.

Pasión Vega, en su concierto de esta noche en el Cervantes. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

El comienzo recuerda a Bastidores, la canción de Chico Buarque: una cantante se mira en el espejo de su camerino antes de salir a actuar y ante la imagen de sí misma se le viene encima todo el tiempo, todo el amor, todo el desprecio. Pero lo que en Buarque deviene en una trágica resolución de la piedad, el resumen de noticias significa en Pasión Vega la excusa para empezar de nuevo sin dejar de ser la que es. La intérprete ha vuelto esta noche a unTeatro Cervantes lleno hasta los topes (como correspondía) acompañada por siete músicos de primera fila para presentar su último disco, Cuarenta quilates, con el que celebra sus veinticinco años de trayectoria y que ha sido producido, amasado e inspirado por ese enorme artesano de la música que se llamaFernando Velázquez. “Ustedes me conocen como Pasión Vega, pero seguro que saben que mi nombre real es Ana María Alías Vega. Estas canciones hablan de la una y de la otra”, advirtió la cantante al público, sin bajarse del cariz teatral, heredado de la copla, que tanto le gusta. Y sí, hubo ocasiones en el concierto a mansalva para conocer a Ana María y amar, una vez más a Pasión Vega. Sin reparos y sin medias tintas.

En los conciertos de esta mujer un servidor ha visto entre el público emociones desatadas que rara vez han podido contar otros artistas: expresiones de júbilo y de admiración a boca llena, filas enteras puestas en pie desde las primeras canciones, chaquetas y flores arrojadas a sus pies. Esta noche ha vuelto a haber más de lo mismo, pero es que lo que hizo Pasión Vega con Lejos de Lisboa constituyó un verdadero monumento a la voz humana como fuente de calor. Mucho antes, para abrir boca, Cuarenta quilates adquirió el antiguo compás de la chacarera para sonar a aire fresco, y Querría, el bolero picantón que le ha compuesto El Kanka, se adhería al paladar como la memoria intacta. No se olvidó de la cita La flor de Estambul, una de las cimas de la noche, con el verso de Javier Ruibal y la música de ErikSatie, en una lectura que subrayaba la evocación cristalina de la composición tan limpia como llena de hallazgos (geniales los matices del clarinete barítono). Apuntó Pasión Vega poco después a sus inicios con Cómo te extraño, el homenaje a Camarón que Joaquín Sabina regaló a la malagueña, y lo cierto es que el concierto se desarrolló en un discurso circular, con constantes apuntes tanto al comienzo como al presente, unidos ambos vértices en la misma melancolía. María la Portuguesa resultó así más un homenaje a lo vivido y lo recordado que al propio Carlos Cano, aunque fue en Te creí de Armando Manzanero cuando brotaron las lágrimas de la protagonista y sus acólitos. La Salve del amor perdido explayó su reivindicación de libertad, y con los vestidos y las canciones de antaño cundió el cancionero imprescindible. Por otros veinticinco. Y la vida entera.

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