Cultura

Corriente continua

"¿Se puede, se puede?". Pregunta retórica de Tomasito al público. Don Tomás pasa al proscenio directamente. Viene dispuesto a hacer diabluras, a inyectar en vena su vitamina B12 del compás, a levantar el tramo final de un espectáculo plano, monocorde, epidérmico. Una obra que naufraga entre un amago de recital y un concepto híbrido; que se deshace a cada golpe de cajón, a cada corito -hasta en dos pasajes consecutivos, muy a la estética de De Lucía-, en todos los efectos cara a la galería que dejan soterradas las notas de un guitarrista brillante. Un artista, Juan Diego, que en teoría da pie a la función y cuyo inconfundible sonido apenas se disfruta a pequeñísimos sorbos. Inspiración, cuya puesta de largo tuvo lugar anoche en el Teatro Villamarta, decepcionó.

Quizás la suma total de la velada resultó positiva, pero el regusto fue agridulce y sólo pudo ser equilibrado en la recta final por un niño robot inspiradísimo: capaz de recitar el pasaje final de Blade runner, hasta hacerse replicante recordando cómo su hermana marciana fue bautizada con gasolina; o de entonar ad líbitum una libérrima revisión personal de El fino de mi casa, uno de sus hits. Aunque al final, como decía Roy Batty en el mítico filme de Scott, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia... Momentos de comicidad, de entretenimiento, de acuerdo. Todo eso está genial. Pero, al fin y a la postre, no dejan de ser instantes de pura comercialidad, de efectismo, que no pasarán a la inmensidad y perpetuidad de la historia jonda.

Ni que decir tiene que había buena gente sobre las tablas. No es necesario recordar, pues los aficionados de sobra lo conocen, el pulcro y frágil, a la par que clarividente, toque de Juan Diego. La serenidad de un tesoro melódico que ya encandiló con Luminaria -donde como aquí ya contó con los arreglos del músico venezolano Antonio Soteldo Musiquita- y que a buen seguro volverá a hacer vibrar con el trabajo que nacerá a partir de buena parte de las composiciones que conformaron Inspiración. Empero, la calidad de los artistas, liderados por el tocaor jerezano, no tuvo nada que ver con la propuesta, repleta de altibajos, falta de ritmo en las transiciones e iterativa en su concepción musical y escénica.

En todo caso, bailó con garbo el cordobés Ángel Muñoz en la rumba Dieguito, donde se movió socarrón y gustándose en ese abanico de formas recias y firmes que maneja; y apuntó, al tiempo, buenos modos algo más tarde en las alegrías Chipi=Cali. Del mismo modo, Adela Campallo, con un sello de la escuela sevillana inconfundible, no desentonó en su soleá por bulerías ni en los posteriores aires festeros que engarzó, en los que quizás pecó de cierta sobreactuación y una aparatosidad del todo insustancial.

Lo anterior le restó el ángel ganado, sin ir más lejos, en la escobilla de la soleá. Ahí sí fue energía y puro nervio, una exhalación y un prodigio en fuerza y recursos. Si domina y mide bien sus esfuerzos, si vuelve a la armonía y coherencia de aquella ocasión en la que la vimos compartiendo cartel con su hermano Rafael, Manolo Marín y la diosa Esmeralda, Adela Campallo lo tiene todo para despuntar en el Olimpo del flamenco. Veremos.

La corrección general del atrás durante el espectáculo -donde la acústica de Jorge Gómez y la trompeta de Enrique Rodríguez relucieron sofisticadas-, mejoró notablemente su nivel en la guajira que ejecutaron Londro y Eva Durán, secuencia que resultó un bello diálogo de ida y vuelta sustentado en la línea que impuso Juan Diego. Maestro de ceremonias de un montaje pensado, aparentemente, para agradar, para hacer pasar un buen rato sin más aspiraciones y siempre tendiendo al compás frenético, a la fiesta, a una inercia dionisíaca que lo inunda todo sin distingos. Un clima cálido, mestizo, un 'ensemble' fructífero y poco discutible en lo que a calidad artística se refiere, pero de escasa profundidad y variedad de acentos. No en vano, todo discurrió en la misma dirección.

Como epílogo del espectáculo, queda meridiana la conclusión de que técnica y destreza en la ejecución son independientes de toda inspiración. Tan sencillo es que alguien que no es artista se inspire, acaricie a las musas, como que un artista no tenga suficiente con ser hábil para encontrar dicha inspiración. Por una cosa o por otra, algo similar bien pudo suceder anoche, lo que no quita para que el público de Villamarta batiera una velada más palmas por bulerías. El experimento de baile para toque, en ese sentido, funcionó cual mecanismo de reloj suizo.

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