arquitectura para el turismo Una mirada a un lugar único en una época irrepetible

Aquella Costa y sus voces

  • El 'estilo del relax' que imprimió su particular estética en el Torremolinos de los años 60 y 70 es ya uno de los fenómenos más estudiados por críticos e investigadores del siglo XXI, lo que permite regresar a una etapa de incuestionable esplendor

Resulta paradójico cómo en los últimos tiempos, según se ha tomado conciencia de la degradación de nuestro litoral y la nefasta ordenación del territorio por la corrupción, la especulación y el desarrollo de un turismo de masas, así como la proliferación de una arquitectura intrascendente e incluso en serie y de ínfima calidad, se ha producido una corriente de recuperación y revalorización de los mejores episodios arquitectónicos -que no fueron pocos aunque tal vez se encuentren metafóricamente ocultados ante tanto cemento y de las más gloriosas páginas que se vivieron en la segunda mitad del siglo XX en la Costa del Sol y en especial en Torremolinos (hasta su segregación en 1988 perteneció a Málaga). Hablábamos de lo paradójico, pero tal vez deberíamos hablar de lo consecuente del asunto: arrojar luz y hacer memorable lo que es digno de ello es un proceso propio de las disciplinas historiográficas, además de un ejercicio de resistencia ante la mediocridad y el olvido.

Así, en cuestión de algo más de un año, hemos asistido a diversas revisiones, recuperaciones o evocaciones, desde distintas disciplinas y a través de diferentes medios, de aquella Costa del Sol, en especial en lo referido a lo que se bautizó como estilo o arquitectura del relax. Arquitectura que jalona la costa, originada en la mediación del siglo pasado (desde 1953 a 1965 aproximadamente) al albur del turismo y el desarrollismo. Al margen de esta estética del relax, también hubo, con anterioridad, en paralelo y con posterioridad, una arquitectura igualmente de calidad y de grandes nombres (Luis Gutiérrez Soto, Miguel Fisac o Antonio Lamela), más ortodoxa, en estricta correspondencia con las corrientes contemporáneas y, también, menos desprejuiciada y singular que la del relax; de esa otra arquitectura podríamos citar el complejo de Playamar y La Nogalera en Torremolinos o la Aldea de las Águilas en Guadalmina, mientras que del relax llamaríamos la atención sobre el Bazar Aladino (Fernando Morilla), el Hotel Pez Espada (el primer gran hotel de la costa, de Jáuregui Briales y Muñoz Monasterio) o la Ciudad Sindical de Marbella (Aymerich Amadios y Cadalso del Pueyo) entre muchos otros ejemplos, algunos, incluso, anónimos y muchos de ellos cercanos a las infraestructuras y equipamientos.

Como hecho fundamental de este clima recuperador, se ha producido la afortunada reedición por parte del Observatorio de Medio Ambiente Urbano (OMAU) de El estilo del relax (1987), mítico estudio del añorado Juan Antonio Ramírez que ideó Diego Santos y que contó con las fotografías de Carlos Canal. Ahora se ha visto ampliado con otro volumen realizado por distintos investigadores, El relax expandido, lo que resulta una científica puesta al día presidida por un lúcido texto de Maite Méndez, verdadera exploración de la arquitectura moderna en Málaga. Precisamente, Méndez, profesora de la Universidad de Málaga, dirige el Proyecto de Excelencia Arquitectura, ciudad y territorio en Málaga (1900-2008), que, entre otras cuestiones, intenta analizar y catalogar la recepción del Movimiento Moderno en nuestro entorno.

No obstante, no debemos perder como punto inicial de esta revalorización el propio libro de Juan Antonio Ramírez (publicado en 1987 por el Colegio de Arquitectos de Málaga, quizá la institución más dinamizadora y transgresora culturalmente de ese momento). El estilo del relax fue una novedosa visión de la arquitectura asociada al turismo, a lo residencial y de la cultura material e infraestructuras que originaba el fenómeno del ocio (depósitos de agua, señalética, arquitectura de interiores, diseño de objetos y mobiliario, etc.). El empleo del concepto estilo ya implica cierta noción social o, cuanto menos, contextual de esas formas, es decir, el estilo es la traducción artística de las condiciones del momento. En definitiva, un aire del tiempo. El libro, en cuanto a diseño y editorialmente, venía a ser un producto ecléctico, como la propia arquitectura que estudiaba, que bien pudiera llevar como adjetivo, en algunos casos, el de proto-posmoderna, pues sus valores constructivos y lenguaje parecían anticipar rasgos que, con posterioridad (a partir de 1968), se asumieron como propios de la Posmodernidad (este concepto surge precisamente en la crítica arquitectónica). El estilo del relax fue espontáneo, ecléctico e incluso sincrético, subvirtió la trascendencia y ensimismamiento de las vanguardias históricas tomando de una manera desinhibida parte de su vocabulario (maquinismo, funcionalismo, geometría); los autores añadieron, en muchos casos, cierto surrealismo y valores organicistas que venían a rebajar el racionalismo, al tiempo que humanizaban los severos lenguajes arquitectónicos de las vanguardias; incorporaron, en ocasiones, formas caprichosas cuya fuente era la Naturaleza y materiales y acabados fuertemente expresivos, aspectos que generalmente habían sido repudiados por el Movimiento Moderno; en algunos, se propendió a la obra de arte total, es decir, la realización de proyectos integrales (desde arquitectura a interiores, mobiliario y tipografía, como ocurrió en algunos hoteles); y, en otros, se rozó los edificios-escultura que incrementaban la semántica de los mismos

Ramírez vincula el talante amable, encantador y desprejuiciado de esa arquitectura con la llegada de extranjeros y la moral relajada que convirtieron algunos puntos de la costa, como Torremolinos, en verdaderos oasis de libertad. Y destaca cómo, quizá debido al cosmopolitismo, "por primera vez, una arquitectura realizada pensando en clientes o espectadores extranjeros, no era folklórica ni remitía a los tópicos estilísticos de lo andaluz-spanish" .

Esa manifestación del relax se producía en torno a la carretera nacional 340, lo que llevó a Ramírez a hablar de "ciudad lineal", mientras que en otro texto de 1984 hablaba de Málaga y su costa como "ciudad que tanto se parece a un distrito espurio de Los Ángeles". La cuestión de la catalogación fotográfica de los edificios, campings o gasolineras seleccionadas a lo largo de la 340, rememora la importancia que tuvo la carretera para el Pop americano -piense en la mítica Ruta 66, la no menos On the road de Jack Kerouac y la pintura de carreteras y su entorno de Ed Ruscha y Allan D'Arcangelo-, así como el sentido de algunos libros de fotografía que se sitúan entre lo pop, lo conceptual y lo minimal, tales como Some Los Angeles Apartments (1965) y Every Building on the Sunset Street (1966), ambos de Ruscha. Otro guiño hemos de encontrarlo en la atención a los depósitos de agua, lo que recordaba la trascendental obra fotográfica del matrimonio Becher.

La libertad y cosmopolitismo del que gozó la costa y cierto mito acerca de su modernidad, acompañó al destino hasta los ochenta; algunos de sus escenarios se convirtieron en emblemáticos en la pintura de Guillermo Pérez Villalta, quien en torno a 1975 realizó un verdadero catálogo pictórico de la costa y la capital, espacios que retomarían los pintores de la Nueva Figuración malagueña de los 80. Durante las décadas de los 60 y 70, la costa fue destino para un turismo de calidad y para personalidades como Frank Sinatra, quien se alojó en el mítico Hotel Pez Espada, que emergía como escenario privilegiado -ilustrador del brillo del naciente constructo Costa del Sol-, importancia que no ha dejado de crecer ya que se toma como uno de los máximos referentes del relax. Precisamente, y dentro de estas recuperaciones, el artista Joaquín Peña-Toro expuso hace justo un año en el ya clausurado Espacio Emergente de la capital malagueña su Suite Sinatra; además de una reflexión acerca de la Costa del Sol en relación a la arquitectura y los iconos y estereotipos aparejados, supone una deliciosa evocación de la accidentada estancia de La Voz. También el escritor Alfredo Taján lo toma como título de su última novela, Pez Espada (Ediciones del Viento, 2011), ambientada en aquella costa y heredera de todo un subgénero literario que durante los años 70 dio cuenta de este fenómeno mediante la ficción novelística y que tuvo en Torremolinos Gran Hotel de Ángel Palomino, título publicado en 1971 y muy destacado best seller de la época.

Junto a éstos, hemos de señalar dos valiosísimas páginas web (aqueltorremolinos.com y torremolinoschic.com), verdaderas crónicas ilustradas que nos nutren de información acerca de la vis más artística y radicalmente moderna de ese rincón de la costa, desde su música hasta su moda pasando por su cine. A esto se suma el interés despertado en la televisión pública española, que emitió en junio de 2011 el documental Bajo el sol de Torremolinos, al que se puede acceder a través de su web.

En definitiva, se trata de una suma de voces que nos recuerdan lo que alguna vez fuimos y lo que ha acabado siendo devorado. Todos estos ejercicios de recuperación son, tal vez, una búsqueda de unas originarias señas de identidad, de un momento en el que el ocio y el turismo no sólo tuvieron una verdadera capacidad de transformación, sino que fueron acompañados de enriquecedoras derivaciones culturales y patrimoniales.

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