Cultura

Costuras de la venganza

Agustín Díaz Yanes regresa a territorio conocido, al paisaje de aquella poderosa relectura ibérico-mexicana del cine criminal con la que debutara hace ahora trece años en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. No se trata únicamente de repescar a Gloria Duque, una desclasada y vapuleada madre coraje (Victoria Abril) en un mundo de hombres-macho. Su nuevo filme recupera también el trasfondo realista, la sequedad, la violencia frontal y las maneras lírico-trágicas de aquella primera película, aunque con novedades y variantes. Y es que Díaz Yanes parece asumir aquí el guiño a referentes cinéfilos que antes no eran tan evidentes. Y no me refiero únicamente a la cita explícita a Sam Peckinpah y su Grupo salvaje. Si por un lado tenemos un robo perfecto que nos remite al cine de Melville, de quien también se recupera su filiación por el mutismo de sus criaturas y la apuesta por la acción pura sobre el diálogo, Sólo quiero caminar no se entiende tampoco sin su evidente y posmoderno guiño tarantiniano que convierte en heroínas lúcidas y vengativas a un cuarteto de atractivas delincuentes apaleadas.

Por cierto, si Victoria Abril es aquí un pálido y desfigurado reflejo de lo que fue, Ariadna Gil parece enquistada en su registro cara de palo. Elena Anaya y Pilar López de Ayala, flacas hasta decir basta, se quedan también fuera de juego con sendos personajes bastante desdibujados. Primer problema.

Díaz Yanes ha masculinizado a sus chicas y las ha dotado de argumentos para su revancha, o lo que es lo mismo, ha puesto cuerpo femenino a los estereotipos del cine criminal. La operación nos trae ecos de Kill Bill y otros títulos de venganza, aunque cambiando las catanas y el chándal amarillo por una asombrosa habilidad para jugar al escondite y para urdir el golpe perfecto a espaldas del espectador, que va aquí siempre por detrás de lo que ve y oye.

En Sólo quiero caminar no acaban de cuadrar las referencias genéricas con su superficie realista y se nos pide una confianza tal en el progreso del relato que hay que pasar por alto demasiadas casualidades, lagunas y caprichos, desde una reducción de condena a golpe de mamadas, al inevitable deux ex machina que alarga la agonía. A la película se le ven las costuras, los huecos, su inquebrantable voluntad de cuadrar el círculo, el perfil y el trayecto trágico de unas criaturas que parecen moverse teledirigidas y no por sus motivaciones.

Tal vez sea por su propia inercia, por caminar hacia delante contra viento y marea como reza en su título, por lo que, a pesar de sus innecesarios subrayados y de su excesiva confianza en el papel escrito, Sólo quiero caminar parezca mejor película de lo que en realidad es.

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