Cultura

Defectos de la variedad

  • Anoche, John Cale mostró muchos de sus rostros en el Teatro Cervantes y regaló una versión de 'Pablo Picasso'

Virtud y defecto es la incapacidad de etiquetar a John Cale, un hombre que en cada álbum, en cada canción, es alguien distinto. Desconcierta el galés y la consecuencia es que en la época del producto manufacturado y esterilizado él se ha quedado sin público. No parece importarle. Anoche, ante un Teatro Cervantes algo desangelado, Cale mostró muchos de sus rostros. Los primeros cuatro temas marcaron la pauta: el primero minimalista y atmosférico, el segundo de raíces americanas, el tercero fracturado, negro y disonante... y así.

Poco comunicativo, pero amable, John Cale fue despachando temas de un improbable grandes éxitos -jamás ha tenido un hit en solitario, y los arreglos estaban tan cambiados que era difícil reconocer las pocas canciones familiares- sin preocuparse de explicar lo extraño de su formación: sin batería, con cajón, con guitarra y bajo. Sin más, salvo una ligera capa de electrónica. Bueno, había algo más, su teclado, pero problemas técnicos -demasiado habituales en este escenario- lo dejaron pegado a su guitarra acústica. Lo que no falló, y no había necesidad de explicar, fue su voz: John Cale es uno de los grandes malos cantantes de todos los tiempos, con un registro de una belleza muy personal por suave, cálida e imperfecta.

Quizá fue demasiado variado el planteamiento de Cale. Más allá de lo afortunado o no de la formación John Cale Acoustimatic Band -todos grandes músicos, algo que sí quedó claro-, la idea de no decantarse por un camino sino recorrerlos todos es demasiado difusa. ¿Por qué ni soñar? ¿Y si hubiese decidido interpretar completo Music for a new society? ¿O Paris 1919? Lou Reed lo está haciendo con Berlin. Soñar es hermoso, pero la realidad es que Cale nos llevó de un lado a otro, incluso con canciones de carretera. Y estuvo bien. Sólo bien.

Lo que no hubo fue rock en el Cervantes. John Cale se ha cansado de la guitarra eléctrica tras Black acetate (2005), su último arrebato. De todos modos, nunca ha habido mucho ruido en su discografía personal, salvo en los últimos días de los 70.

¿Mal concierto? Ni de lejos. No fue apasionante, aunque ver a uno de los maestros siempre tiene algo especial. John Cale no vende nostalgia, él sigue creando, inquieto, joven y en el límite de la vanguardia. De regalo, y muchos lo esperábamos, cerró el concierto con una nerviosa y agitada versión del Pablo Picasso de Jonathan Richman. Ya ven, el galés sabía donde actuaba.

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