Crítica de Teatro

Defensa tibia de un hombre en pijama

Héctor Alterio, en 'El padre'.

Héctor Alterio, en 'El padre'. / miguel ángel de arriba

El padreHHHHH

Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 15 de enero. Dirección y adaptación: José Carlos Plaza. Texto: Florian Zeller. Reparto: Héctor Alterio, Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes, María González. Entrada: Cerca de mil personas (lleno).

Al salir ayer del Cervantes de la función de El padre, un veterano director teatral me decía que habría que aceptar de una vez que el subgénero del alzheimer en la taxonomía crítica del arte dramático. Razón no le faltaba: nada como la pérdida de memoria y la tragedia que entraña el olvido paulatino para armar un melodrama como es debido. Para este director, El padre representa uno de los ejemplares menos bochornosos del citado subgénero, y bueno, a lo mejor dentro de los límites precisos cabría ponderar el espectáculo con mayor entusiasmo; sin embargo, lamentablemente, y a pesar de la larga ovación con la que el público despidió la obra puesto en pie en el Cervantes, un servidor encontró un montaje conformado y conformista, pobretón, previsible en sus alcances ya desde el primer minuto y, más que fácil, directamente masticado: todo para excitar en el respetable la mucha penita, la lástima y el desamparo a cuenta de una derrota como la que sacude al protagonista. La propuesta encierra algunos elementos valiosos y favorables al teatro, como la interpretación de los mismos personajes a cargo distintos actores y la repetición (o citación) de escenas con tal de recrear cierta sensación de angustia y de subrayar la identificación del espectador con el protagonista. El trabajo de Héctor Alterio es excelente, lleno de coraje y de verdad, como no lo es menos el de Ana Labordeta, una actriz magnífica, siempre eficaz y garantía de buen hacer, que aquí regala otra dosis de rigor y solvencia, con técnica y amor al oficio a partes iguales. El problema es que todo se va al garete por culpa de una dirección blandita, tibia, sin valentía, que acude a las fórmulas ya vistas mil veces con tal de no incomodar demasiado al público. Lo que en otras manos podría haber sido un espejo de la condición humana, una reflexión sobre el hecho de existir en uno mismo o existir en otros o, por lo menos, una historia de grandeza y dignidad, aquí se queda en episodio ultrasentimental dirigido a la fibra sensible, viertan ustedes alguna lagrimita después de pasar por taquilla y todos contentos.

La verdadera lástima es que lo que plantea El padre podría haberse empleado como excusa para hacer teatro de verdad, para sacudir e interrogar, para llevar al espectador a lugares incómodos y preguntarle qué haría ahí. Aquí todo consiste en la proyección del mal del personaje (arquetipo, nunca persona) para mover a la piedad el corazón del espectador, con lo cual, a éste, aunque emocionado, no le queda más remedio que salir del teatro como entró. Ahí tienen el eterno pijama como signo del pobre viejito al que compadecer.

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