Cultura

Demasiado para tan poco

Comedia, Francia, 2014, 113 min. Dirección: Bertrand Tavernier. Guión: Christophe Blain, Abel Lanzac (basado en el cómic de Blain y Lanzac). Fotografía: Jérôme Alméras. Música: Bertrand Burgalat. Intérpretes: Thierry Lhermitte, Raphaël Personnaz, Niels Arestrup, Anaïs Demoustier, Julie Gayet, Sonia Rolland, Jane Birkin. Cine: Albéniz.

Que el veterano Bertrand Tavernier es un extraordinario crítico e historiador de cine lo demuestran sus artículos y sus libros. Que es un buen -a veces muy buen- director de cine lo demuestran El relojero de Saint Paul, El juez y el asesino, La muerte en directo", Un domingo en el campo, Round Midnight, La vida y nada más o Hoy empieza todo. Que la edad o las actuales condiciones de la producción hace muchos años que han restringido sus aportaciones lo demuestra que en los últimos 14 años sólo haya rodado cinco películas más bien mediocres.

Dado muchas veces al exceso caricaturesco, y no estando dotado para el humor, Bertrand Tavernier se ha movido siempre mejor en el drama que en la parodia o la comedia. El drama de esta película es que se trata de una parodia.

Esta sátira de la ambición, hipocresía y carencia de escrúpulos de los políticos es excesivamente simplona y previsible. Salones espléndidos (los republicanos españoles tal vez ignoren que la República Francesa se reviste de más pompa, cornucopias, lámparas de araña y alfombras que cinco monarquías) en los que se desarrollan sórdidas intrigas que en este caso son además estúpidas. No sólo a cargo del ministro, sino sobre todo de sus asesores. El hombre tendrá sus principios, pero como Groucho en su famosa réplica está dispuesto a cambiarlo según los acontecimientos. Y para ello contrata a un brillante joven de izquierdas para que revista sus discursos de originalidad, audancia y compromiso.

La exageración en las situaciones y sobre todo en la interpretación de Thierry Lhermitte (que acaba contagiando a casi todo el reparto) me retrotrae, lo siento, a Louis de Funes. Se habla demasiado. La cámara se mueve demasiado. Se gesticula demasiado. Los personajes se mueven demasiado. Y todas estas demasías no construyen una caricatura feroz sino, todo lo más, humor de telecomedia. El choque entre el político todo terreno, curtido en muchas horas de despacho y coche oficial, y el jovenzuelo idealista y sin experiencia de alfombra es excesivamente elemental. ¿Lo mejor? El juego de situar el lenguaje -la redacción de un discurso que el ministro ha de leer en las Naciones Unidas- como elemento esencial de la película. Dar tanto valor a la palabra en la era de la imagen es de agradecer.

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