Arte

Doblemente pantagruélico

  • Javier Martín propone en Alfredo Viñas un festín pictórico repleto de fusiones y maridajes, en un viaje de ida y vuelta entre la figuración y la abstracción

La pintura que viene realizando Javier Martín desde 2005 se ajustaría al calificativo de pantagruélica: es desmesurada, exuberante, un estallido cromático, heterogénea en sus atomizados motivos y diversa en los tratamientos y recursos formales y estilísticos. Pero he aquí que el pintor se nos muestra doblemente pantagruélico en Quiosco, ya que, en algunas piezas, aparecen alusiones a la gula (Hansel & Gretel), alimentos, formas abstractas que se metamorfosean en comida (manchas que amenazan deshacerse o fundirse como una bola de helado) e invitaciones y referencias al acto de comer. Esta elección temática (puntual) valdría como suerte de metáfora de la pintura, ejercicio primordialmente sensual y sensitivo que degustamos con fruición saciándonos, y, como propuesta ensimismada y de autorreferencialidad pictórica, la suya invita al placer de su disfrute. Además, la pintura es una disciplina proclive a lo sinestésico (valores táctiles y analogías musicales con frecuencia se despiertan gracias a los ritmos, colores o texturas), y en la obra de Martín pudieran surgir sensaciones que van de la vista a la boca, de lo óptico al paladar. También se come con la mirada.

Asistimos pues a un festín pictórico repleto de fusiones y maridajes, como los que establece entre su registro protagónico que es el abstracto con la figuración que, principalmente con valores expresivos aunque también con citas pop, ofrece la sugerencia y el anclaje con la realidad -igualmente ofrecidos en los títulos-; otras confrontaciones, sumas o ensamblajes -estos estados antagónicos y cómplices se concitan- son los que se entablan a niveles lingüísticos y formales, esto es, soluciones tan disímiles como zonas a color plano, gestualidad que denota una pintura de acción, o ejercicios de mayor pictoricismo y minuciosa definición.

Su pintura se suele articular por capas, superponiéndose unas a otras, ocultando las inferiores parcialmente y dejando aflorar puntualmente algunos de esos motivos. Esta estratificación se desarrolla en distintos lugares de la superficie, con lo cual las relaciones no sólo se establecen por superposición sino por yuxtaposición, relaciones como indicios de la presentación de una idea o un posible sencillo relato. La acumulación y los diferentes modos de aplicar el color suponen una traducción del ejercicio de pintar, es lo que en alguna ocasión -pienso en Lourdes Murillo o Juan Uslé- he calificado como "transparencia del proceso". Ante las telas, en el recorrido visual a través de esas capas, percibimos las muy distintas dinámicas del acto de pintar; esos espacios, como cartografías, nos traducen la disposición, los movimientos y las acciones, unas pautadas y otras impetuosas, en la aplicación de la materia, al tiempo que describen el proceso de construcción y aprehensión del cuadro por anexiones y superposiciones.

Tres cuestiones han de ser valoradas. En primer lugar la cercanía -una ambivalencia formal- entre figuración y abstracción, ya que muchas manchas informes se trasmutan en elementos reconocibles icónicamente en un viaje de ida y vuelta (nubes, fuego, vegetación o humo poseen este tratamiento ambiguo). De otro, la reformulación del paisaje y, por último, cómo la pintura abstracta, paradigma de planitud y bidimensionalidad -así lo quiso codificar el injustamente vapuleado Greenberg-, se convierte en los ejercicios del artista sevillano en ámbitos que proveen sensación de profundidad.

Javier Martín. Galería Alfredo Viñas Denis Belgrano 19, 1º, Málaga. Hasta el 6 de marzo.

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