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Egon Schiele, una vida acelerada

  • El Guggenheim de Bilbao acoge la obra del austriaco, pintor de biografía escandalosa y una estética adelantada a su tiempo

Víctima de la llamada gripe española, Egon Schiele murió a los veintiocho años, la víspera de que el Imperio Austro-Húngaro, al rendirse, pusiera fin a su participación en la Guerra Europea y sellara su propia desaparición. Fue la de Schiele una vida acelerada. Tras muchas discusiones y después de numerosos fracasos escolares, su madre, contra la opinión de su adinerado tutor, decidió que ingresara en la Escuela de Artes Aplicadas de Viena pero los responsables del centro, a la vista de los dibujos y pinturas que presentó Schiele, lo envían a la Academia de Bellas Artes. Entra pues en la escuela superior de arte a los 16 años pero sólo permanece en ella tres: rechaza los métodos tradicionales de enseñanza de la Academia. El mismo año en que la abandona, tenía entonces 19, Gustav Klimt selecciona cuatro obras de Schiele y las incorpora a una muestra en la que hay cuadros de Van Gogh, Gauguin, Munch y Matisse.

Esta fusión de inestabilidad y precocidad parece el reflejo de una inteligencia tan potente como crítica. Al recorrer las obras que conserva el Museo Albertina, se rastrea un incesante afán de búsqueda: dejando a un lado los cuidados dibujos de su etapa académica, hay trabajos que exploran las posibilidades del simbolismo vienés, otros incorporan recursos del diseño de la Werkstätte, y otros, rasgos del expresionismo, que sin duda conoció en sus viajes a Dresde, Berlín y Múnich. No faltan además trabajos que se adelantan a su tiempo. Algunos parecen anticipar a Georg Grosz: una desnuda línea logra crear espacio gracias a la escueta firmeza de la figura que traza.

Esta fuerza de la figura le permite evitar, a veces con ironía, la anécdota. En El violonchelista: los gestos de ambas manos y la disposición de las piernas son del todo exactas, pero no hay ningún cello. Mucho más interés tiene la pieza en que lo vemos dibujando de frente pero en último plano porque el primero lo ocupa una muchacha desnuda y de espaldas que frontalmente aparece en un espacio intermedio, se supone que reflejada en un espejo que, con inteligencia, el autor ha suprimido.

Obras como ésas dan fe de la potencia con la que su trazo consigue organizar la hoja de papel pero también de su sabio uso del fragmento. Los románticos pensaban que un objeto, un lugar o un recuerdo podían llegar a evocar todo un mundo. Tal arte de la evocación lo posee sobradamente Schiele. A veces en temas muy sencillos: un rostro, el del periodista y experto en arte Arthur Roessler, es suficiente para sugerir la robustez del personaje de la que da cuenta otro dibujo. Un vigor poético mucho mayor posee el retrato de su mujer, Edith Schiele, que sólo recoge el rostro, el tocado y la mano, rodeada de un agitado encaje, quedando el resto del papel en blanco. En los dibujos eróticos, la fragmentación de la figura casi siempre busca enfatizar el gesto, pero algunos se limitan a trazar el torso o las piernas y el sexo de una muchacha dejando que la ropa se agite a su alrededor como una luminosa aureola.

Fragmento y capacidad expresiva del gesto se alían con el humor en algunos de sus autorretratos. Especialmente en el llamado con el ombligo al aire. Es el prototipo de la figura del bohemio: un muchacho delgado, casi esquelético con el pelo alborotado y el rostro poblado de moratones; sus ojos parecen mirar sorprendidos en el espejo su propia figura como si de la de otro se tratara, aunque el joven, con los hombros flexionados hacia la espalda, parece orgulloso de reconocer y mostrar la cicatriz de su nacimiento.

En las obras expuestas destaca junto al vigor de la línea, el hábil empleo de acuarela y gouache. Da testimonio de ello Pareja sentada. La entrega apasionada de la mujer contrasta con la actitud del hombre que parece un cuerpo desmadejado. El color fortalece la unión de los cuerpos y subraya el contraste entre los dos personajes. En Durmiente, la delicada transparencia de la acuarela subraya las facciones de la muchacha mientras que la pasta abundante del gouache parece arroparla y proteger su sueño.

Schiele fue un extraño bohemio. Durante años vivió con una muchacha, Wally Neuzil, y llegaron a expulsarlo de alguna localidad por su amancebamiento. Solía acoger en su taller a niños y niñas, y esto le acarreó una denuncia por inmoralidad -en el estudio había dibujos considerados inmorales- que dio con él en la cárcel durante casi cuatro semanas. Aunque en este trance y en sus frecuentes asfixias económicas siempre encontró el apoyo de Wally Neuzil, la relación llegó a su término. Poco después se casó con Edith Harms. Fue un modo de poner orden en su vida. Es verdad que sus retratos de Edith están llenos de ternura, pero en los de Wally Neuzil brillaba la pasión.

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