Historia La última puerta a las utopías

Estallido silencioy

  • El director de la Fundación María Zambrano, Juan Fernando Ortega, vivió en la Universidad de París los acontecimientos que desembocaron en el Mayo del 68, que cumple ahora 40 años

En 1968, The Beatles lanzaron el conocido como White album y Stanley Kubrick estrenó 2001: Una odisea del espacio, sólo un año antes del primer viaje del hombre a la Luna. El Muro de Berlín llevaba siete años en pie y Francia vivía una situación económica repleta de contradicciones: los sindicatos atravesaban una seria crisis traducida en una notable pérdida de afiliados y el comercio exterior llegó a multiplicarse ese año por tres, pero una parte importante de los trabajadores veía congelada sin remisión su capacidad adquisitiva. Aunque ciertos sectores sociales vieron cómo sus sueldos se mantenían al alza, las huelgas y despidos en las fábricas se producían a diario y muchos trabajadores tuvieron que hacer frente a la más absoluta precariedad. Todas estas desigualdades pueden ponerse sobre la mesa a la hora de definir las causas que motivaron el Mayo del 68, que cumple ahora 40 años, pero habría que añadir, al menos, un factor externo: la Guerra de Vietnam, cuyas consecuencias despertaron ansias de respuesta contundente en la vieja Europa. De hecho, el primer acontecimiento relacionado con este episodio, ocurrido en realidad el 22 de marzo del mismo año, fue la protesta que ocho estudiantes franceses (entre ellos se encontraba Daniel Cohn-Bendit, alias Dany El Rojo, exiliado después a Alemania y hoy líder del Partido Verde europeo) protagonizaron en Nanterre por el arresto de seis miembros del Comité Nacional de Vietnam.

Hubo un malagueño que vivió los acontecimientos que desembocaron en el Mayo francés en primera fila. El filósofo Juan Fernando Ortega, hoy catedrático en la Universidad de Málaga y director de la Fundación María Zambrano, fue becado por el Gobierno Francés para la Universidad de París (cuyas reformas iniciadas precisamente en 1968 la transformarían hasta dividirla en las trece universidades independientes de la actualidad) a finales de 1967, pero en mayo del 68 se desplazó a Guinea Ecuatorial, donde ejerció como profesor. Su experiencia universitaria, sin embargo, le acercó sin paliativos a la mecha que prendió en la revuelta definitiva: "Desde finales del 67, cuando llegué a París, ya se respiraban aires de cambio; es decir, se tenía la absoluta seguridad de que algo grande iba a suceder, y muy pronto. En casi todas las reuniones de alumnos se hablaba de revolución, se organizaban asambleas, protestas... Se esperaba la oportunidad de organizar toda esa inquietud en una única respuesta y actuar". La doctrina marxista era la moneda de cambio común, pero no la única: junto a las imágenes de Mao, Fidel Castro y el Ché Guevara que comenzaron a proliferar por las facultades se extendía la ideología situacionista, que abogaba por un anarquismo heterodoxo que terminara con todo atisbo de autoritarismo, desde los exámenes finales hasta el presidente de la República (situacionistas son lemas como Prohibido prohibir y Seamos realistas, pidamos lo imposible). Incluso algunos aprovecharon las circunstancias para pregonar exigencias de la extrema derecha, "pero eran las utopías las que estaban en juego". Ortega no llegó a temer por una explosión violenta, que finalmente sí ocurrió en el lunes sangriento del 6 de mayo, "porque la ruptura ya se había venido fraguando desde mucho antes y ya parecía inevitable".

El estallido ocurrió con la salida masiva de miles de universitarios y trabajadores a las calles de un París convertido en campo de batalla para asombro del resto de Europa, incluida España, que asistía atónita a la revuelta por televisión. Y luego, el silencio: el 30 de mayo, De Gaulle convocó elecciones en un plazo de 40 días, que ganó con el 60 % de los votos. El 5 de junio finalizaron todas las huelgas y a finales del mismo mes no quedaba una sola bandera rojinegra en la Sorbona. "El Mayo del 68 prometió un cambio estructural que no se cumplió", apunta Ortega. "Y, visto como hecho aislado, puede concluirse que se trató de un intento frustrado. Pero no debería entenderse como un episodio ajeno a lo que fueron los años 60, a The Beatles, a Sartre, al cine, a toda la transformación cultural que sí influyó decisivamente en lo que vino después. Es así como puede considerarse cierta pervivencia del Mayo del 68".

No obstante, el desencanto es el estado de ánimo que mejor refleja el paisaje posterior al estallido. El catedrático de Psicología Alfredo Fierro, a quien los acontecimientos sorprendieron mientras residía en Madrid, explica que desde España la trifulca se percibía "como algo que ocurría muy, muy lejos", hasta el punto de que otros sucesos como la Primavera de Praga "impresionaron mucho más". Fierro recuerda así la Revolución de los Claveles de Portugal de 1974 como una efeméride mucho más próxima en cuanto a impacto, "porque la Historia mantenía una similitud obvia con lo que se vivía aquí y las implicaciones sentimentales eran inevitables". No obstante, el catedrático apunta que el Mayo del 68 "fue de inmediato mitificado por todos los progresistas españoles de la época, que estaban dispuestos a creer a pies juntillas lo de la revolución emprendida por estudiantes, intelectuales y obreros, aunque hubieran ido cuatro".

La revuelta francesa prometía "la puesta en práctica de utopías no ya modernas, sino de otros siglos", subraya Fierro, y eso despertó la admiración y complicidad de muchos. Sin embargo, cuando tras el estallido gobernó el silencio, "resultó especialmente duro admitir que aquello no iba a ser posible; la realidad se hizo muy cuesta arriba y tuvieron que pasar años para que muchos, incluido yo mismo, pudiéramos renunciar a todo aquello". Eso sí: "Considero aún el Mayo del 68 una referencia". Por si acaso.

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