Ramón Andrés. Escritor

"Europa ha fracasado al haber traducido todo su ideario en términos económicos"

  • El ensayista y poeta, autor de libros esenciales como 'Semper dolens' y 'No sufrir compañía', participó este jueves en el Encuentro de Música y Filosofía de Ronda.

La sola mención de títulos como Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005), No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010), Diccionario de música, mitología, magia y religión (2012), El luthier de Delft (2013) y el último, Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (2015), aparecidos en Acantilado, bastan para señalar a Ramón Andrés (Pamplona, 1955), Premio Príncipe de Viana en 2015, como uno de los intelectuales imprescindibles de la España presente. Ensayista, poeta y musicólogo, Andrés encarna como pocos, tal vez, al último humanista, guiado por un profundo amor a la erudición alzado siempre en la aventura del conocimiento. Ayer participó en la última jornada del Encuentro de Música y Filosofía que, bajo la dirección de Víctor Gómez Pin y Tomás Marco, ha acogido un año más la Real Maestranza de Caballería de Ronda; y lo hizo con la conferencia Necesaria katharsis: una inocente alegría. De la tradición órfica al Pseudo-Plutarco, con la que sentó en la misma mesa a Rilke, Aristóteles, Pitágoras y el chamanismo. Después atendió a Málaga Hoy para esta entrevista.

-Rilke expresa en sus Sonetos a Orfeo un ansia de deshumanización con tal de superar el dolor. Dado que la experiencia humana está abocada al sufrimiento, ¿podemos considerar entonces una buena noticia que la postmodernidad nos haya legado tantos instrumentos para abdicar de la humanidad que se nos supone?

-No sé si es una buena o mala noticia, pero en todo caso creo que tu interpretación es correcta. En una carta sobre el humanismo, Heidegger ya hace pensar en la función de la técnica y en la degradación consecuente del pensamiento y la ética humanista. El mundo de la técnica está dinamitando este pensar, que durante cinco siglos creó una verdadera forma de vida. Paradójicamente, la técnica, que nos tendría que hacer más libres, está sirviendo justo para lo contrario; y, además, nos animaliza en la medida en que depositamos en las máquinas funciones que nos corresponden como seres humanos. Dejamos de ser pasionales y profundos porque hemos llegado a un mundo absolutamente racional y técnico. También ha escrito sobre esto Alexander Kojève, con algunos textos fundamentales, y la lectura que hace Giorgio Agamben en Lo abierto es esencial para comprender este proceso.

-Habla usted sobre el entusiasmo y advierte de su fácil deriva al fanatismo, que hoy está al orden del día. ¿El éxito del fanatismo es un acicate para quienes sospechan de las conductas demasiado humanas y terminan prefiriendo la animalización?

-El fanatismo, especialmente el religioso, era ya objeto de sospecha por parte de los ilustrados. El mismo Kant miraba muy de reojo el asunto del entusiasmo. La reacción romántica fue en contra de los ilustrados con el fin de recuperar la idea de entusiasmo, que poco a poco fue tomando desde el punto de vista intelectual una deriva un tanto irónica. Pero existe hoy una esclavitud de masas que afecta no sólo a eso que llaman tercer mundo: se trata de una verdadera servidumbre ideológica que sólo el entusiasmo y una razón bien aplicada pueden cambiar.

-¿Es la educación el mejor medio para fomentar el entusiasmo y mantener a raya el fanatismo?

-Por ejemplo.

-¿Y es usted optimista al respecto, dado el modelo educativo aplicado actualmente en España?

-El elemento de transformación social tendría que ser la educación, pero entramos aquí en un asunto delicado porque se trata de una disciplina sumamente manipulada. Cuando Nietzsche hablaba ya de la muerte de la verdadera enseñanza en las escuelas hacía mención a "granjas humanas" de las que salen todos los alumnos exactamente iguales. Y a esto habría que añadir la malignidad de hacer creer a cada uno de estos seres humanos que son distintos del resto, que son individuos exclusivos, cuando en realidad han salido de una granja de hombres. Es importante darse cuenta de esta perversión. Habría que contrarrestar en toda Europa la fuerza de esta especie de no pensamiento único, que en realidad es un pensamiento no crítico. No hay más que ver que entre nuestros jóvenes hay mucha más violencia que rebeldía.

-Sin embargo, ¿no es el individuo la mayor esperanza frente a las consignas que también han liquidado el humanismo?

-No estar en la consigna es estar fuera del orden, la pertenencia al caos. Es una preferencia a pensar éticamente y políticamente, no económicamente, porque todo, incluidas las ideas políticas, está formulado en virtud de la economía. Los Estados obedecen a los dictados de la banca. Bien, no obedecer a las consignas es precisamente esto: no someterse al imperio de la economía, que con su lenguaje nos ha barrido.

-Cioran aseguraba tener como meta "ser más inútil que la música". ¿La utilidad es la peor de las tiranías posibles?

-Sí, la utilidad, la eficacia mal entendida es una imposición contraria a lo humano. El conocimiento ya no es útil porque presenta demasiadas conjeturas a un mundo monolítico, presidido por la economía, por una idea de falso orden muy bien camuflado.

-Kurt Vonnegut afirmaba que el fin de toda obra de arte debería ser "hacer preferir la vida". Entiendo que esto tiene que ver con la catarsis, pero ¿es imprescindible esta preferencia por la vida para que la obra tenga efectos purificadores o terapéuticos?

-Es que el arte y la música son una apuesta por la vida. La obra de arte contiene formas de orden, y el orden invita a tomar una dirección hacia la energía vital. Cuando una obra nos conmueve es porque está haciendo algo en nosotros, aunque tal vez no lo sepamos; está despertando una katharsis, una transformación, porque está llamando a ciertos rincones que creíamos dormidos o que directamente desconocíamos. Una música o un color en un cuadro pueden avivar esto y procurar una sanación. A veces salimos de un concierto con la impresión de que respiramos más hondo, de que estamos sanando, de que lo que hemos escuchado nos ha sacudido.

-Por cierto, el mismo Vonnegut ponía como ejemplo de artistas capaces de hacer preferir la vida a The Beatles. ¿Está usted de acuerdo con él?

-Sí, por supuesto. Me gustan mucho The Beatles, aunque no escriba sobre ellos. Las personas somos realidades complejas. El hecho de que nos guste un compositor franco-flamenco del siglo XV no excluye la posibilidad de que también nos guste Eric Clapton. Como personas somos una polifonía, una pluralidad. Tenemos muchas formas de recepción. Es más, creo que si sólo admitimos una determinada vía para compartir la emoción artística estamos sosteniendo una visión muy parcial y sesgada del mundo.

-Cuenta usted que ya en la Antigüedad había quien defendía el empleo de músicas atonales con fines sanadores. Eso me lleva a pensar en el siglo XX, cuando, especialmente en las vanguardias, la música se hizo rabiosamente atonal, la pintura abstracta e incluso cierta poesía aspiró a ser destructiva. Sin embargo, ya antes del siglo XXI la música culta se hizo más tonal, la pintura más figurativa y la poesía más accesible. ¿Tal vez hay un desencanto con aquella ruptura del siglo pasado, seguramente porque tampoco nos sirvió?

-La música atonal y la abstracción en la pintura nos han enseñado a escuchar y a mirar de formas distintas. Y también a descubrir, como decíamos antes, partes de nuestra inteligencia y nuestra mente donde no está bien todo atado. Una música atonal nos lleva a superar los límites impuestos por la razón, a alcanzar ciertos confines. La razón es demasiado tonal, nosotros mismos somos demasiado tonales a veces. Creo que las vanguardias permitieron mirar al otro lado, cumplieron una función parecida a la que propuso Freud cuando se refirió al inconsciente. No creo, eso sí, que haya habido un fracaso en este sentido. Ni siquiera creo que la música que se hace ahora sea más tonal; lo que sí pienso es que hasta la música tonal de hoy ya se escribe de manera distinta. Una aportación esencial de las vanguardias, especialmente de las vanguardias musicales, fue la recuperación de un elemento que la música clásica había olvidado: el silencio. La no narratividad. Toda la música a partir de Mozart es absolutamente narrativa, las grandes sinfonías son muy descriptivas, por no hablar de la ópera. Pero, más allá de la atonalidad, creo que la propuesta musical más interesante en el siglo XX tiene que ver con otra forma de entender la narración, o más bien de romperla, lo que a su vez implica la ruptura del tiempo lineal. Seguramente ahora no estamos en condiciones de disfrutarlo del todo, pero no me extrañaría que de aquí a un siglo pudiésemos escuchar a Ligety sin asomo alguno de rechazo.

-Más allá de la música, ¿cree posible la superación del tiempo lineal como paradigma del conocimiento, por más que la Historia se nos presente como una sucesión racional de causas y efectos a lo largo de épocas bien definidas?

-Conocimiento y tiempo están en contradicción. El conocimiento es uno y no tiene tiempo. En realidad, la noción de pertenencia a una determinada etapa histórica es un fenómeno reciente, no tiene más de tres siglos. Pero un egipcio que viviera hace 6.000 años, por ejemplo, en su búsqueda del conocimiento, manejaba los mismos universales que ahora nos mueven a nosotros. Esto nos tendría que hacer más humildes. En lugar de ir siempre plantando por ahí la bandera de lo que hemos conseguido y hemos conquistado, convendría pensar que somos un flujo casi siempre en el origen.

-Ésa es de hecho la conclusión de su Diccionario de música, mitología, magia y religión: el presente sólo es en el fondo una prolongación del origen.

-El origen se prolonga y siempre se prolongará. Somos tanto origen como muerte, y no se puede resolver el uno sin el otro, si es que acaso hubiera que resolverlo. Estamos siempre muy cerca del origen. Lo demás es una construcción de la mente que la modernidad nos ha enseñado a proyectar en una biografía, pero también la noción de uno mismo como itinerario temporal, como una biografía, es algo relativamente reciente.

-¿Es Jorge Luis Borges quien mejor ha expresado esta idea?

-Yo dediqué a Borges el Diccionario por su manera de entender el mito y todo lo que estamos abordando aquí: el centro, el tiempo, el laberinto, el conocimiento, las fuentes, la humildad de saber que en muchos aspectos somos no más que el ser, lo que es común a todos. El mundo de la técnica ha procurado que ese ser deje serlo para convertirse en un ente, un individuo, una unidad cerrada. Pero lo que somos es otra cosa, algo muy distinto de lo que el mundo dice de nosotros y de las convenciones con las que pretende definirnos.

-En ese sentido, ¿la sospecha que vertió Freud, al que citaba antes, sobre esas convenciones son válidas todavía?

-A Freud le debemos mucho, sobre todo por sus intuiciones. Él intuyó que somos una construcción, que ese yo, construido de manera artificial y a base de consignas, ha ido soterrando lo que verdaderamente somos: fuerzas de energía y de pensamiento, fisuras, carencias... Él dinamitó al individuo que había proclamado Hegel, del que ciertamente recela mucho Freud, así como Nietzsche, para quien el individualismo era otra cosa. Es cierto que hay que revisar mucho a Freud todavía, teniendo en cuenta siempre que su pensamiento se articula en claves muy europeas. En general no es aplicable fuera de Occidente.

-Precisamente, ahora que ciertas estructuras europeas están siendo cuestionadas, cuando no directamente diluidas, ¿qué cree que pervivirá de Europa? ¿Podemos esperar algo bueno?

-No es que Europa esté cuestionada, es que el imperio de la economía ha resultado devastador. Y esta Europa devastada se veía venir ya desde el momento en que empezó a construirse en clave económica. Se ha ido fabricando como un artículo de lujo para unas cuantas personas que viven en algunos países de Europa, no en todos. Europa incurrió en un error de nuevo hegeliano al considerar que ese mundo en el que podemos comer tres a veces al día y tener una vida plácida y confortable es el mundo. No, esto no es el mundo: Europa ha fracasado al haber traducido todo su ideario en términos económicos y al haber hecho de sí un territorio irreal. La invención de la moneda única, sin ir más lejos, ha sido catastrófica para muchos países en los que el valor real del euro es algo inalcanzable. Pero es que en la principales ciudades de países de una fortaleza económica probada, como la misma Alemania, se están creando ya enormes bolsas de pobreza; el modelo está dejando a muchos europeos atrás y paradójicamente la muerte de la idea de humanismo es lo que está fragmentando Europa. A menudo se dice y se repite que Europa es Dante, Shakespeare, Bach, Monteverdi, Newton; y sí, claro, ésta es la gran Europa, no la de Juncker y Merkel. Pero este mundo ha convertido al ser humano en un contable. Y ésta es, lamentablemente, la Europa que prevalece.

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