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Cultura

Evolución del clásico y teoría del caos

  • El próximo 23 de agosto regresará a las salas el 'Parque Jurásico' de Spielberg en formato 3D, práctica que despierta demasiados interrogantes sin resolver

El cine comercial no sabe de experimentos. Desconoce la idea de transgredir la norma y rebajarse al aire genuino de las óperas independientes, o por lo menos, algo más honestas. Este concepto se ha reafirmado tras el principio de siglo; ya no existe el ansia de creatividad que colgaba de la mente de realizadores de la talla de William Wyler, Cecil B. DeMille y, claro está, su homólogo más reciente, el indiscutible Steven Spielberg.

De espíritu meramente artesano, sus incombustibles creaciones siempre han desprendido un aroma de profundidad y frescura muy lejos de la superficialidad, algo que le acerca bastante al pulso firme y creativo del tono social de la obra de John Ford. Eso sí, no pasa de un mero acercamiento (porque compararse con Ford es un sacrilegio se mire por donde se mire), pero acicalado con esa grandilocuencia que tanto le atrajo a Spielberg de Centauros del desierto, así como su mescolanza de dramatismo humano (y social) y su sanguinaria violencia. De ahí a que Spielberg la tenga en un altar como la mejor película de la historia del cine. Desde el tratamiento de la tensión en Tiburón, pasando por el clasicismo de En busca del arca perdida hasta la crudeza visual de Salvar al soldado Ryan (o la de su olvidada Munich), se ha podido observar esa idolatría en forma de duras y complejas influencias. También hay espacio para su lado más lírico y literario, tándem que entregó allá por el año 1993, a través de La Lista de Schindler y Parque Jurásico.

Esta última, adaptación de la entretenida (y poco más) novela del siempre interesantísimo Michael Crichton, supone un giro bastante peculiar en la manera de enfocar el cine de aventuras. Nunca antes se había temido tanto a la naturaleza, aquí tratada de un modo tan brutal como simbólico. El contrapunto creado entre la calma y la paz, con la brusquedad de la acción, es determinante para que el espectador acabe inmerso en el caos biológico de Spielberg. La facilidad con la que maneja la expresividad del entorno es abrumador. La manera en que retrata la violenta y angustiosa caída de la lluvia sobre la tierra húmeda, bajo una luna empañada de sangre, es más de lo que se podría pedir de un mero taquillazo. El esplendor de la película no conoce límites; todo en ella nace como un canto al asombro, a través del penetrante sonido del horror, hasta el esperado momento en el que los admirables dinosaurios de Spielberg cobran vida. Y resulta inevitable recordar al genial Sam Neill, o a aquel curioso personaje que interpretó Jeff Goldblum antes de ser olvidado por todos, el matemático Ian Malcolm, que tantas vueltas le daba a la teoría del caos, divagando sobre el carácter imprevisible de la naturaleza.

Sus dos secuelas, muy por debajo del listón de la primera, nunca supieron recuperar la fascinación que había supuesto aquella magnífica cinta del ya merecedor del título de Rey Midas del séptimo arte.

Sin embargo, pese a que una cuarta parte ya esté en marcha, y prevista para verano de 2014, parece que existe un mayor interés en seguir esa extraña e inexplicable moda de los reestrenos en 3D. Su conversión a las tres dimensiones verá la luz el 23 de agosto de este año, después de los mediocres resultados en taquilla de revisiones de Titanic, La amenaza fantasma y Avatar. De hecho, con este severo batacazo y que las cajas fuertes se hayan resentido tanto (si bien la conversión no fue del todo costosa), han permitido que se niegue con contundencia aquello del todo vale. Obviamente, pocas personas en su sano juicio pagarían un sobrecargo por ver una película que ha pasado por la tijera de la era tecnológica, y ha regurgitado un par de fotogramas que, si, pueden ser algo más realistas que los de un DVD corriente, aunque la diferencia, básicamente, sea el par de gafas que a uno le obligan a ponerse. Para que luego aparezca uno de los responsables de semejante barbaridad, y diga que se aprecia mucho mejor la textura de los neumáticos de los todoterrenos. Si en ese sentido las productoras hubiesen sido algo menos codiciosas, habrían optado por reestrenarla directamente en 2D, y habrían hecho bien en obviar esa desfachatez que huele de lejos a moda pasajera mucho menos comercial de lo que aparenta. Malcolm puntualizaba aquello de la imprevisibilidad de la naturaleza, más que nada por compararla con la predecible codicia del hombre. Como él decía: "La vida se abre camino". Exacto. Pero el 3D, no.

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