Perfil

Fin del camino para el provocador salvaje del 'underground'

  • Lou Reed nunca perdió oportunidad de azuzar al mundo con su irrefrenable doble genio, creativo y temperamental.

Aunque Lou Reed, fallecido este domingo a los 71 años de edad en Long Island (Nueva York), afirmaba que dejó de ser "el chico malo del rock" en los 70, este icono del underground y ex vagabundo del lado salvaje nunca perdió oportunidad de azuzar al mundo con su irrefrenable doble genio, creativo y temperamental. "Yo desde siempre he tenido muy claro lo que quería hacer. Al principio no toqué blues porque todo el mundo lo hacía y me gustaba escribir sobre las cosas de las que no hablaban los demás. He ido huyendo de todas las modas, esa es la razón del por qué todavía estoy aquí", afirmaba este orgullo neoyorquino, nacido en Brooklyn en 1942.

Aunque nunca conoció el éxito comercial como miembro de The Velvet Underground, que confundó en 1964 junto a John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker, con Andy Warhol como mánager, su legado sigue siendo considerado uno de los más influyentes de la historia del rock, con discos como el seminal The Velvet Underground and Nico (1967). En 1970, tras la disolución de la banda, arrancó su etapa en solitario, ganándose una reputación como el "cronista de las miserias de la gran ciudad" y el rockero políticamente incorrecto con canciones como Sweet Jane o Walk on the wild side, aún drogadicto, como mostraba la decadentemente célebre Heroin.

Fueron tiempos de rabiosa explosión creativa, en los que en sus escarceos con el glam-rock, ocasionalmente actuaba trasvestido. En 1972 comenzó a colaborar con David Bowie, quien le produjo el disco Transformer, al que siguió, un año después Berlín, considerado en su momento por la crítica"el disco más depresivo de la historia". Orfandad, depresión, adicción y suicidio son algunos temas de aquel álbum conceptual sobre la autodestructiva relación amorosa de una pareja de drogadictos en Berlín. Considerado hoy uno de sus hitos, suscitó una gran ola de rechazo tras su estreno.

Transfusiones de sangre y artes marciales niponas le arrancaron del lado salvaje hacia el que las drogas y el éxito le estaban abocando sin posibilidad de retorno. A principios de los años 80 se casó con Sylvia Morales y el concepto de la poesía-canción. Se fue a vivir a una casa de campo, lejos de todo, hasta del tabaco y el café, y produjo discos irregulares como Legendary hearts, Mistrial y New sensations. Puede que perdiera puntería musical pero, como señalaba Gerard Mortier, Lou Reed tenía "más cosas que decir que Luciano Pavarotti". Al menos, siempre daba titulares, y eso que nunca leía la prensa, porque, según aseguraba, no le interesa nada lo que dijeran de él.

Miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll desde 1996, un único impulso guió todo su trabajo, "crear", y lo llevó a un sinfín de ramas artísticas, como poeta, guionista, actor, pintor y fotógrafo. Su producción en esas facetas, cuando no discutible, nunca alcanzó su talla como músico, pero él las consideraba equiparables y fiel reflejo de lo que era como artista. Voluble y orgulloso como él solo, su relación con el público y con los periodistas siempre fue complicada, como recordarán los asistentes al festival español Primavera Sound de 2006, cuando decidió no interpretar Walk on the wild side porque no le apetecía.

No faltaban palabras altisonantes. "Lo sorprendente es que no hayamos vendido un millón de ejemplares", decía durante la presentación de su adaptación del poema El Cuervo de Edgar Allan Poe, su autor favorito. En los últimos tiempos decía también estar cansado de que se le calificara siempre de personaje "oscuro y negro" cuando, simplemente, era "realista".

Casado desde 2008 con la músico Laurie Anderson, el pasado mes de noviembre visitó Madrid, no para tocar como estaba previsto, sino para promocionar su muestra fotográfica Rimas, sin ninguna concesión al retoque ni al photoshop, igual que su carácter: monocorde, críptico y conciso. "¿Necesitáis hacer 200 fotos para al final utilizar sólo una?", les espetaba entonces a los reporteros gráficos el músico, que declaraba que "seguramente Dios tenía una Leica".

Con el tiempo, no había perdido ni un ápice de mordiente en su defensa de los derechos humanos, ni tampoco rotundidad en esa poderosa voz grave, pero los excesos de juventud sí le habían pasado pasado factura a un cuerpo cada vez más enjuto, que se desplazaba a duras penas y mostraba más edad de la real. "Soy un triunfo de la medicina, la física y la química modernas", escribía en mayo en su web, tras ser sometido a un trasplante de hígado después de un fallo hepático cada vez más agresivo.

A falta de saber si había logrado acabar (o siquira empezar) su proyecto musical con Metal Machine Trio, su discografía se cierra con Lulu (2011), el controvertido trabajo que le unió a Metallica, con las canciones que compuso para la obra de teatro expresionista Lulu Plays. De aquel opresivo disco se dijeron muchas cosas, entre otras, que no cantaba. "¿Pero cuándo ha cantado Lou Reed?", defendían hace tan solo una semanas los miembros de Metallica, quienes justificaban que, si Lou Reed te invita a colaborar con él, no hay nadie que no atienda la llamada. Al irreducto provocador no se sabe si su "llamada" definitiva le habrá venido de arriba o de abajo, de su fecundo terreno underground, pero una cosa es segura. El camino lo habrá hecho recitando y bien pegado "al lado salvaje".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios