Cultura

Fragmentos del Apocal psis

  • La fantasía en torno al fin del mundo cuenta con una larga tradición tanto en el registro clásico como en el más rupturista

El deseo que a veces asalta a algunos de que todo reviente por los cuatro costados, lo ha satisfecho el cine con creces, en infinidad de títulos, quizás como recordatorio de que las cosas siempre pueden ir mucho peor y, de paso, echarnos nuestra insensatez a la cara. La fantasía apocalíptica, por sus amplias posibilidades espectaculares, cuenta con una longeva tradición cinematográfica; ahí están: Cuando los mundos chocan, La guerra de los mundos, El planeta de los simios, La noche de los muertos vivientes, Cuando el destino nos alcance y un etcétera interminable… Una tradición, decíamos, lejos de desfallecer. En vista de la saludable respuesta a tan enfermiza tendencia, el fin de la humanidad, el fin del mundo o el fin de todo seguirá siendo materia prima en el cine por venir.

Viendo Soy leyenda o Monstruoso, los dos últimos capítulos del Apocalipsis cinematográfico, llama la atención un punto: ambos títulos han descartado una ambientación lejana para decantarse por un futuro inmediato, que ya está aquí, a la vuelta de la esquina. Comparten también escenario: Nueva York, una ciudad presentada como sinécdoque de la sociedad occidental. El prólogo de Soy leyenda nos sitúa en el inmediato año 2009 y ante una gran conquista de la medicina: se ha encontrado un remedio viral contra el cáncer. La fatalidad, sin embargo, hace que el fármaco tenga unas contraindicaciones letales para la especie humana; en apenas tres años, la población mundial queda diezmada por un retrovirus demoníaco. La situación es de pesadilla. La mayor parte de quienes lograrán sobrevivir a la pandemia acabarán convertidos en monstruos noctámbulos, agresivos y voraces; los escasos hombres inmunes a la enfermedad, como Robert Neville (Will Smith), tendrán que sobrevivir consiguiendo provisiones durante el día y escondiéndose con el crepúsculo para escapar de las hordas infernales que se adueñan de las ciudades al caer la noche.

Soy leyenda respeta el planteamiento argumental de la novela homónima de Richard Matheson, publicada en 1954, pero desprecia su moraleja. El relato de Matheson era pura negación; en ese hipotético futuro imaginado por el escritor, la noción de normalidad debía ser forzosamente reconsiderada: en un mundo poblado por seres bestiales, el monstruo sería el que es diferente; o sea, Robert Neville, el último hombre vivo. El comentario "Soy leyenda" con que Neville pone punto final a la novela hace referencia a esa ingrata verdad. El filme no se atreve a ir tan lejos. En la película, Neville es un héroe que, robinsón en una Nueva York hostil, continúa buscando una cura contra el mal. El carácter legendario del protagonista nace de esa lucha titánica contra una adversidad que sobrepasa la más terrible de las pesadillas. El apunte más áspero del film está en la respuesta de Neville a la chica brasileña que llega a la ciudad en busca de otros supervivientes: "Dios no es el responsable de esto, sino nosotros". La película de Francis Lawrence privilegia la acción sobre la reflexión, pero es un relato templado, bien engrasado, que consigue crear una atmósfera inquietante.

Soy leyenda es una pieza de regusto clásico. Monstruoso, por su parte, se ha armado de los recursos de la más reciente modernidad para narrar el "Veni, vidi, vici" de una criatura descomunal. La historia es inexistente; en fin, se limita a contarnos la destrucción de Nueva York a manos de un ser del que en ningún momento sabremos nada. La gran apuesta de esta película de Matt Reeves radica en su formulación visual. Monstruoso se presenta como la grabación de un videoaficionado, un joven que debía inmortalizar la fiesta de despedida de un amigo que se marcha a Japón y acaba siendo testigo de la devastación de la ciudad de los rascacielos. La puesta en escena nos presenta una pesadilla en tiempo real; no la reconstrucción de una catástrofe, sino un documental de ésta, obviando la naturaleza inverosímil de la misma. El efecto realidad está muy conseguido: la impericia del joven, añadida al caos reinante, conlleva escenas mal encuadradas, continuos reenfoques, imágenes deficientes, fueras de campo, barridos de cámara provocados, unas veces, por la agitación; otras, por el terror.

Monstruoso ha sido, contra todo pronóstico, una de las producciones más originales e insolentes (y por ende, más arriesgadas) de la temporada. La película es el producto resultante de un cruce, habríamos jurado que imposible, entre el cine de gran aparato y las formas transgresoras del movimiento DOGMA; como si a Lars Von Trier le hubieran encomendado un remake de Godzila (1954) u otro filme por el estilo. Sin embargo, la película no se contenta con violentar la narración tradicional o defraudar las expectativas de un público sumamente conformista; Monstruoso propone una interesantísima inmersión en el terror colectivo instalado en nuestro imaginario desde el ataque terrorista a las Torres Gemelas y, en ese sentido, no es casual su ambientación neoyorquina. Independientemente de la naturaleza del peligro, lo que Monstruoso maneja es la lógica respuesta humana (de confusión, de pavor) a una situación que excede al individuo en todos los sentidos. En Monstruoso no hay héroes, sino víctimas; y ya sabemos cuál suele ser el final de éstas.

En fin, tanto en clave clásica (Soy leyenda), como en el registro más rupturista (Monstruoso), el Apocalipsis sigue contando con infinidad de profetas en Hollywood. La paradoja tiene una función catártica: afrontaremos el futuro con escenificaciones de cómo salta en pedazos y el deseo de que se nos quiten estas ideas tontas de la cabeza.

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