Cultura

Gracias por venir, chica divertida

  • La gran actriz y 'vedette', que murió ayer en Madrid a los 78 años, logró hacer realidad su mayor sueño: ser la estrella y propietaria del Teatro La Latina, junto al que nació.

La invisibilidad posterior de quienes en vida fueron populares por dedicarse a los espectáculos más amados por el público y detestados o ignorados por la crítica es una constante en la historia del teatro y del cine español. La historia de estos espectáculos y/o artes se ha basado con pereza en el siempre adverso juicio crítico -cuando no total ignorancia- de la época. La damnatio memoriae que la historia dictamina para ellos es como una venganza posterior de las muchas páginas que ocuparon en vida y los muchos teatros y cines que llenaron sin que la crítica pudiera hacer nada contra ellos, más que guardar silencio tras ver como el público ignoraba sus dictámenes. La venganza, siempre posterior, corre a cargo de los historiadores que los ignoran. En otros países se está corrigiendo esta deriva y desde hace años se estudia el teatro y el cine popular. En España aún queda mucho camino por recorrer hasta que se hagan serios trabajos de investigación histórica sobre Sugrañes o Colsada, grandísimos empresarios de revista, sobre IFI (existe uno, ¡bendito sea Lumière!, sobre su creador. Ignacio F. Iquino, hombre de cine) o Aspa Films, dos importantes productoras, o sobre Celia Gámez o Lina Morgan, la gran cómica y vedette que falleció ayer a los 78 años en su Madrid natal.

La vida de Lina Morgan es tan perfecta para basar en ella un musical que parecería una invención de libretista: el éxito de la niña pobre nacida como María Ángeles López Segovia el 20 de marzo de 1937, en plena Guerra Civil, que en los durísimos años 40 trabaja en el modesto taller de sastrería de su padre soñando con ser, alguna vez, una estrella del Teatro La Latina junto al que nació y vive. Pues, en un happy end digno de apoteosis de musical, no solo llegó a ser una estrella en La Latina pese a no tener hechuras de vedette, sino su propietaria. Allí se instaló ayer la capilla ardiente. Todo es como una Funny Girl (chica divertida) a la española: en el libreto de Isobel Lennart la vida de la fea Fanny Brice empieza con la estrella de Broadway recordando su vida sobre el escenario vacío del teatro de Ziegfield en el que alcanzó una fama que sus modestos orígenes y su físico parecían negarle. El más bien sórdido Madrid viejo de los años 40 de Lina es el Brooklyn de los inmigrantes judíos de Fanny a principios del siglo XX; sacar partido de sus limitaciones creando un tipo cómico que robaba protagonismo sobre el escenario a las esculturales vedettes fue la estrategia que compartieron con éxito ("quiero que se rían conmigo, no de mí"); y Matías Colsada fue su Florenz Ziegfield. Todo, naturalmente, a la escala de Madrid, que no es Nueva York; de la Latina, que no es Broadway; de Matías Colsada, que no es Florenz Ziegfield; y de Gregorio García Segura -el compositor de cabecera de Lina-, que no es George Gershwin.

En 1949, con 13 años, la futura Lina Morgan y todavía María Ángeles ingresó en la compañía infantil Los chavalillos de España integrada por los alumnos de Karen Taft, una bailarina y coreógrafa sueca que abrió su academia de danza -en la que también se formaron otras vedettes como Conchita Velasco o Esperanza Roy- en el Madrid de la posguerra. A los 16 años, y falseando su edad, se cumplió su sueño de actuar en La Latina cuando Matías Colsada la contrató como bailarina de coro en las revistas de Alfonso del Real y Maruja Tomás. Participó así, casi anónimamente, en los enormes éxitos Espabíleme usted al chico, La blanca doble, Virilo que estás en vilo o Ana María. En 1956, para que todo se ajuste mejor a un libreto de comedia musical, saltó al estrellato al sustituir a la entonces popular actriz de cine y vedette Mercedes Llofriu en Mujeres o Diosas, una revista con libreto de M. Filos y música del maestro Dotras Vila en la que compartía cartel con Marisol Clemnet, Adrián Ortega y Quique Camoiras. Es entonces cuando se convirtió en Lina Morgan y fue perfilando su tipo de fea payasa de gestualidad de contorsionista y apariencia tontorrona e inocente pero de fondo más inteligente y puñetero de lo que aparenta, inspirándose en Chaplin, en la cómica argentina Nini Marshall, muy popular en los años 40 y 50, y en la gran y grande Mary Santpere.

Convertida en una vedette popular su siguiente salto, que será triple, lo dio entre 1962 y 1969 formando pareja en los escenarios con Juanito Navarro, siempre en producciones de Colsada, interpretando películas y actuando en la casi recién nacida TVE. En los tres medios triunfó espectacularmente. Su primer gran éxito teatral lo logró en 1965 con Dos maridos para mí. En TVE fue requerida para el prestigioso Estudio Uno, interpretando La chica del gato (1966) o El landó de seis caballos (1968). Su mayor fama cinematográfica la logró a partir de 1969 con títulos como Soltera y madre en la vida (1969), La tonta del bote (1970), La graduada (1971) o Dos chicas de revista (1972). A partir de ahí todo son éxitos hasta alcanzar la cumbre de arrendar y finalmente comprar a su antiguo jefe Matías Colsada el Teatro La Latina en 1983. Allí produjo e interpretó los grandes éxitos ¡Vaya par de gemelas!, Sí al amor, El último tranvía o Celeste no es un color. En TVE culminó su carrera con la serie Compuesta y sin novio y, muy especialmente, con Hostal Royal Manzanares, que bajo la dirección de Lazarov recuperó inteligentemente el teatro televisivo con público y batió récords de audiencia.

Tras la muerte de su hermano José Luis en 1995 -amigo, cómplice, gestor- se fue retirando paulatinamente. En 2004 interpretó su última serie, en 2010 vendió La Latina y en 2012 hizo su última y breve aparición televisiva. El público la quiso porque le hizo reír y la respetó porque vivió su fama con discreción. Esperemos que la historia del teatro le haga justicia. Despidámosla como ella despedía sus revistas: "¡Gracias por venir!".  

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