Cultura

Hábiles sueños de inocencia

  • El Circo del Sol desplegó el miércoles su magia escénica en Málaga con 'Quidam', alegoría de otros mundos posibles habitados por seres de prodigiosa anatomía

La fantasía es patrimonio de la infancia, la imaginación habita cómoda en su regazo, pero nadie ha dicho que los sueños de inocencia no se puedan sentir de cerca. Sin ir más lejos, en Málaga, por obra y gracia del Circo del Sol. Quidam aterrizó el pasado miércoles en la ciudad dispuesto a poblar de juegos el mundo de su protagonista, la pequeña Zoe, trasunto de una Alicia en el país de las Maravillas con unos compañeros de viaje amoldados a sus deseos.

Alrededor de una niña solitaria y desencantada con su convencional vida, irrumpe una aldea de personajes que sobrevuela su cabeza entre acrobacias, desplazamientos imposibles y otras travesuras aéreas. En su deambular le acompañan un histriónico maestro de ceremonias -por momentos eficaz clon del Jim Carrey de La máscara -y un provocador payaso, verdadero hacedor de carcajadas y envidiable comunicador.

Los intervalos de tiempo en los que el clown ejerce de protagonista no tienen desperdicio. Implacable, reclama la participación del público -si usted es uno de los elegidos prepárese para no pasar desapercibido-y logra llevárselo a su terreno.

En el circo no hay espacio para los tiempos muertos y Quidam cumple con el propósito de posar las pupilas del espectador en cada alarde de contorsionismo. Lástima que Dralion en su visita a Málaga hace dos años dejara el listón tan alto. Para el aficionado al virtuosismo de la familia de Québec, este nuevo reto se queda en más de lo mismo. Para los neófitos, el montaje invitaba al aplauso continuo.

Por fortuna, Quidam suple las lagunas de espectacularidad con el acento puesto en una dramaturgia más elaborada, lírica y próxima al imaginario infantil. El deambular de más de 50 artistas por un escenario de plataformas giratorias, desafiando la ley de la gravedad, el acierto en un vestuario propio de la mejor narración de Tim Burton, y una simultaneidad de planos en perfecta conjugación hacen del montaje un digno ejercicio de narración .

Si por momentos su mirada no acierta a distinguir entre lo humano y lo sobrenatural, aquí van un par de razones para aumentar su duda. El número de diábolos -convertido en China en disciplina artística- en manos de cuatro menudas artistas se acerca más a una ilusión óptica que a una técnica practicable. Por no decir de los minutos dedicados a las estatuas y su prodigioso sentido del equilibrio.

Ajenos al titubeo, hombre y mujer se funden en un sólo músculo y una única anatomía inmune a la fragilidad. No es de extrañar que esta pieza se hiciera con el Clown de Plata en el Festival Internacional de Circo de Montecarlo en el año 2000.

Piruetas aparte, si por algo se caracteriza Cirque du Soleil es por convertir la música en directo en un personaje más y, en esta ocasión, por partida doble. Al ecléctico sonido de Benoit Jutras (guitarras, violonchelo, violín, batería, teclados y saxofón) se suma la voz de la pequeña Zoe en limpia comunión con la del vocalista André Boileau.

Entre trapecios, aros y juegos de combas y, sobre todo, entre el cielo y la tierra, los habitantes del mundo de Quidam pasean su crisol de nacionalidades conscientes de estar ofreciendo el resultado de años de entrenamiento, disciplina marcial y entrega al espectáculo. Bajo la gran carpa, todos los sueños son posibles.

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