Arte

'Hacernos' con Peinado

  • La muestra en el Episcopal es una ineludible oportunidad de enfrentarnos con el 'retrato' de un pintor fundamental

Esta exposición es una amplia selección de piezas del Museo Joaquín Peinado de Ronda que se abrió en 2001 gracias al mecenazgo de la Fundación Unicaja. Sin aquel ejercicio de recuperación, muy distinta hubiera sido la fortuna crítica que ha ido recibiendo la obra del pintor rondeño. La creación del museo supuso una especie de catalizador de su figura, la cual, hasta entonces, no había podido ser formulada en toda su dimensión habida cuenta de la escasa visibilidad y dispersión de su obra, un casi inexistente trabajo de recuperación desde la historiografía artística, así como un amplísimo e inaccesible legado familiar que custodiaba piezas de las que nunca se desprendió el artista ya sea por su valor de testimonio personal, por motivos de calidad y trascendencia, o por representar parcelas marginales cercanas a lo más privado, como sus dibujos de desnudos y eróticos que ayudaron a mostrar a un Peinado postrero exuberante y desprejuiciado, volcado en esta última etapa a retratar el cuerpo humano con un ansia desconocida y prácticamente no manifestada hasta la adquisición de parte de la herencia por Unicaja. Ahora esta selección recala en Málaga por reformas del Palacio de Moctezuma, sede del museo, y propicia que esa visibilidad que necesitaba Peinado se eleve con su presencia en la capital, que no disfrutaba de ninguna muestra de este artista desde 1997.

Sin duda, la selección de obras muestra la dimensión del pintor, aunque no podemos obviar la descompensación cuantitativa entre piezas anteriores a 1940 -escasísimas- y las posteriores. Esto se debe a la exigua presencia de obra de esa fecha en el mercado, aunque desde la Fundación se debería apostar -las adquisiciones se antojan complicadas por la escasez- por una mayor exhaustividad en estos primeros compases de su trayectoria que ayudarían a ajustar el papel que jugó Peinado en la renovación plástica española o Arte nuevo. Sea como fuere, las pocas pero magníficas obras de estas fechas de las que dispone el museo son ilustrativas de las aportaciones y lenguaje propio dentro de un cubismo entendido como lección bautismal de modernidad, tremendamente heterogéneo y sintetizado con herramientas de índole surreal; el desarrollo de la figuración lírica -modo de pintar pleno de sensaciones, impulsivo, gestual y sin ideas apriorísticas, sin duda una de las mayores aportaciones a la creación del momento de los jóvenes artistas españoles radicados en París en torno a 1926-32-, así como ciertos devaneos con el surrealismo. Todo ello, al margen de otros episodios como su participación en los nuevos realismos, sus ilustraciones poscubistas y surrealizantes para Litoral, Gallo o La flor de Californía de Hinojosa, evidencian un papel destacado en el movimiento vanguardista, así como un simultaneísmo y nomadismo lingüístico propio del Movimiento Moderno y que trascendería al resto de su producción.

El Peinado que vino después de las vanguardias, el que refleja con meridiana claridad tanto el museo como esta selección, es una continua lucha del pintor consigo mismo para configurar un lenguaje propio. Lucha que no cesó y que propició que Peinado variara continuamente su modo de expresión. Este Peinado es ya un pintor denso, profundo y grave, a veces cargado de realismo, ascetismo y veta brava propio de lo español -obsequio de la crítica francesa- y otras con un sutil y elegante cromatismo plenamente galo; un pintor que hizo tanto del paisaje como del bodegón géneros cuasi-metafísicos, trasuntos de su personalidad y metafóricas traducciones de algunos momentos históricos como la posguerra (los desasogantes tejados y barcazas parisinas o la falta de comunicación y parquedad de sus bodegones de la década de los cuarenta); un pintor que en sus retratos explotó un sugerente expresionismo a través de una trama de líneas cercana a Giocometti; un pintor que tanteó y exploró todas las coordenadas de la dialéctica figuración-abstracción, lo que propició un viaje desde la figuración más ortodoxa, pasando por un lenguaje extremadamente depurado y reducido cercano al purismo y cierta herencia cubista, o deslumbrantes episodios como la abstracción geométrica del año 1952 (otra de las parcelas por las que ha de crecer la colección de Unicaja para singularizar su trayectoria), que, junto a su producción estrictamente más cercana, lo vincularía a distintos registros de la abstracción que se producía en París como alternativa a las poéticas subjetivistas del informalismo y que lo relacionaría con pintores como Ben Nicholson, de Stäel, Ràfols, da Silva, Laguna o Aguayo; un pintor con una concepción del dibujo y la composición firme y esencial -armazón del cuadro- y una sensibilidad cromática muy acusada impregnada de lirismo, sobre todo desde los sesenta.

En definitiva, esta muestra es una ineludible oportunidad de enfrentarnos con el retrato de un pintor esencial y fundamental, la oportunidad, una vez que la Fundación Unicaja dio el imprescindible paso de su recuperación, por hacernos con Peinado tanto como en su día nos hicimos con Picasso o Moreno Villa; una ocasión para su asimilación e identificación como parte de nuestro más cercano patrimonio.

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