Cultura

'Herr' Camba en Alemania Mito, herencia y melancolía

  • La editorial sevillana Renacimiento rescata los artículos del periodista gallego desde esa Centroeuropa del año 12, lóbrega y ordenancista, previa a la Gran Guerra

Julio Camba. Renacimiento. Sevilla, 2012. 246 páginas. 18 euros.

No hace mucho dábamos aquí noticia de Mis páginas mejores de Julio Camba. Y antes de su Casa de Lúculo, donde se recogían, a un tiempo, la ciencia culinaria y el vago epicureismo del gallego. El último título recuperado es este de Alemania. Pero no la Alemania de Madame de Stäel y Heinrich Heine, espiritual y grave; sino esa otra del año 12, lóbrega y ordenancista, que se dispone ya para la guerra. Esto significa, probablemente, que Camba vuelve a gozar de cierta popularidad entre los lectores, tras un largo merodeo por el olvido. También, y con igual probabilidad, que sus artículos siguen siendo interesantes. Que Camba fue un gran escritor es algo muy sabido. Por contra, que el articulismo, que el periodismo, que la escritura laboriosa y ágil de los diarios, aún sea del interés del público, es un notable indicio en esta hora de zozobra.

Camba marcha a Alemania enviado por La Tribuna en mayo de 1912. Según cuenta en el prólogo Francisco Fuster, el periodista fue enviado allí desde París, tras recibir algunas críticas de la colonia española. En Camba hay una asombrosa facilidad para la caricatura, como hay una vocación compasiva. De resultas de esto, el caricaturizado asoma a sus páginas con una monstruosidad benévola y disforme, profundamente humana. Se comprende así que Camba marchara de Francia, no por la incomodidad de los franceses, sino por la acerba consideración de los españoles, a quienes conocía mejor, y por tanto, retrató con mayor pericia. Esto mismo es lo que hará en Alemania. Sus españoles nostálgicos y errabundos, entregados a un cierto donjuanismo, son memorables. Y no sólo los españoles de España; sino aquellos otros, rumanos, turcos, húngaros, azerbayanos, etcétera, que bajo la capa de españolismo, se daban a la conquista de las jóvenes teutonas, víctimas de su propia e irrefrenable sed de exotismo. También los españoles fingirán ser otra cosa. Gallegos y catalanes, castellanos y aragoneses, acudieron al imaginario andaluz, a su estampa entre torera y flamenca, como máscara feliz de sus conquistas. Y al parecer, funcionaba.

Hoy esto es impensable. Pero entonces, comenzado el XX, las esencias patrias, el folklore nacional, aún funcionaban como lazo convencional de entendimiento. También, como se vería de inmediato, de tajante separación, gregaria y uniforme, entre las grandes masas continentales. En esta Alemania de Camba asistimos a esa uniformidad de lo diverso que se opera en el país centroeuropeo. No es la Baviera alegre y sensual quien se impone en el imaginario alemán; es el adusto militarismo del norte, la hosca trompetería de Prusia, quien triunfará, hasta llegar a su colofón bélico en el año 14. Camba, ya lo hemos dicho, caricaturiza al bávaro, al prusiano, al español, al francés, al rumano; y lo hace con la misma efectividad que el Heine de La escuela romántica. El resultado, sin embargo, no es un compendio de lugares comunes, sino una sucesión de artículos donde se transparece el aire y la palpitación de una época. Con esto quiero decir que Camba, lejos de interesarse por las constantes de un pueblo, por el fondo inamovible de las naciones (por aquél entonces, Ortega ya había dictaminado que la naturaleza del hombre consiste en carecer de naturaleza), lo que fija es el fluir secreto de la Historia, el lento movimiento tectónico que desplaza ideas y costumbres y afinidades y prejuicios hasta convertirnos, calladamente, en otra cosa. El alemán del año 12, y con mayor exactitud el prusiano de aquella hora, ha descubierto la eficiencia, la automatización, el orden, como signo superior de una germanidad expansiva. Quedan muy pocos meses para que el Zeppelin y el cañón Gran Berta estremezcan el aire del continente. Entonces serán la fusilería y el barro quienes hablen. Muchos de los indicios, sin embargo, buena parte de los síntomas políticos, culturales y de cualquier orden, que llevaron a dicha situación, están recogidos admirablemente en estas páginas. El oficio de articulista no es otro que ése: ofrecernos un trozo de verdad, una parcela del mundo, bajo la especie de lo urgente y accesorio. En Camba, esta futilidad viene dada por el humor. El humorismo, sin embargo, no lo olvidemos, es uno de los grandes modos que ha encontrado el arte para decir lo indecible.

"De repente resultó obvio que los descendientes de los griegos antiguos no podían ser unos aldeanos balcánicos". Pocos pueblos europeos contemporáneos han tenido una identidad tan atormentada como los modernos habitantes del milenario solar de la Hélade. El contraste entre la comunidad ideal o idealizada de la Antigüedad y sus herederos, aún traumatizados por el recuerdo de la dominación turca, ha sido tantas veces resaltado que no es raro que acabara afectando a la autoestima de los griegos. De ello, del "horrible peso de la herencia" y de la paradójica conciencia de no formar o sentirse parte de Europa, habla Nikos Dimou en un libro de culto que ha recobrado actualidad por razones de todos conocidas. Escritos en los últimos años de la dictadura de los coroneles, los 193 aforismos que conforman La desgracia de ser griego aportan un punto de vista brillante, desprejuiciado y amargo. Es grande la tentación de interpretarlos a la luz de la crisis actual, pero el ingenioso discurso de Dimou tiene sobre todo que ver con la absoluta falta de complacencia con la que observa la historia de su país y el modo como los griegos han asumido, en función de lo que el autor llama CNI o Complejo Nacional de Inferioridad, que viven en un permanente estado de decadencia, de acuerdo con una mentalidad autopunitiva que a los españoles -ay- no nos puede resultar ajena.

Aluden los editores de la versión castellana, como posibles "equivalentes" de Dimou, a pensadores como Chomsky o Gore Vidal, pero no vemos que exista paralelismo entre ellos salvo en lo que se refiere a esa visión autocrítica, rayana en el masoquismo, que los ensayistas norteamericanos han aplicado a su nación o al papel que desempeña en el mundo. Quiere decirse que la disidencia, mejor o peor argumentada, de estos últimos se orienta en una dirección ideológica, en tanto que la mirada, impregnada de melancolía, del autor griego responde a parámetros menos políticos que psicológicos o incluso psicoanalíticos, más atenta a las contradicciones internas que a discursos redentores de ninguna clase.

Nikos Dimou. Trad. Vicente Fernández González. Anagrama. Barcelona, 2012. 106 págs. 11,90 euros.

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