Cultura

Hogar y templo para 20 años

  • El Teatro Cánovas celebra el día 13 su vigésimo aniversario, consolidado como escenario indispensable en la vida cultural de la ciudad y como escaparate de las tendencias dramáticas y musicales contemporáneas

La historia del Teatro Cánovas puede resumirse con la sentencia del clásico: "No sabían que era imposible y lo hicieron". El espacio escénico de El Ejido ha sabido de logros artísticos y penurias económicas, de páginas imborrables y de luchas en solitario, y sus relaciones institucionales, especialmente con los poderes públicos, se han arrimado a todos los extremos. Pero, de cualquier forma, el Cánovas es hoy un equipamiento imprescindible de la vida cultural de Málaga y uno de los escaparates más comprometidos con las tendencias escénicas y musicales contemporáneas. El próximo martes día 13 (quien crea todavía en la mala suerte, que levante el dedo) se cumplen veinte años de la inauguración de este rincón entrañable y familiar, que ha hecho de la clientela fija su mayor tesoro y que, en su acepción más puramente teatral, ha sabido compaginar sus funciones de templo y hogar, como un lugar capaz de cumplir con los preceptos de la liturgia y, al mismo tiempo, de hacer sentir al espectador que está en tu casa. Por eso, y porque pocos proyectos culturales saben lo que son dos décadas, cabe celebrar que el Teatro Cánovas existe, respira y, sobre todo, cumple una función sin la que Málaga sería una ciudad mucho más inhóspita, bruta, triste y anodina.

Que una compañía decida poner en marcha un espacio escénico en un hueco pensado para una función bien distinta puede parecer hoy algo corriente (lo que, en buena medida, demuestra que Málaga sí ha evolucionado culturalmente hablando). De hecho, hace sólo un par de semanas se dio un caso parecido con La Cripta, una sala para teatro y conciertos instalada en la antigua bodega del Instituto Gaona que gestiona una productora independiente de la ciudad, Malaparte. Pero hace veinte años, cuando en lo que se refiere a cultura prácticamente todo estaba por hacer, la compañía Antares dispuso de la antigua capilla del Instituto Cánovas y se lanzó a la aventura de hacer lo propio con la entonces llamada Sala Cánovas. La puesta de largo, aquel 13 de diciembre de 1991, ya fue toda una declaración de intenciones: la compañía representó La llamada de Lauren, la primera obra de la dramaturga Paloma Pedrero, signo inequívoco de un nuevo teatro que llamaba a las puertas dispuesto a abrirse camino. En el reparto estaban Antonio Salazar, un actor que después ha visitado el Cánovas en infinidad de ocasiones (la última, de hecho, fue el mes pasado con Los últimos días de Don Juan), y otros actores participantes en una escena, la malagueña, que quería hacerse notar y que por primera vez contaba con una plataforma propia. En la Sala Cánovas comparecieron compañías locales fundamentales (algunas ya lo eran, otras no tardarían en serlo) como El Espejo Negro, Fernando Hurtado, Teatroz, Málaga Danza Teatro y diversas andaluzas que no tardaron en hacer de aquel enclave, bendecido por la comunidad universitaria que lo arropaba y que lo nutría de su principal público, su propia casa. Resultó fundamental en este sentido la implicación de la Escuela de Arte Dramático, que vio pronto en la sala un aliado inestimable. La Cánovas ganó la complicidad de no pocos amantes de las artes escénicas, e incluso se animó a conceder premios a las propuestas más celebradas que cada temporada acontecían bajo sus focos. Pero el empeño quijotesco no tardó en salir demasiado caro. El aislamiento institucional, con un Ayuntamiento que a finales de los 90 mostraba una insensibilidad irracional a este tipo de propuestas, comenzó a hacer mella. Y a punto estuvo el nuevo milenio de llevarse la casa por delante, muy a pesar de los esfuerzos de su entonces director, Antonio Navajas.

Sin embargo, la aventura renació poco después de sus cenizas rebautizada como Teatro Cánovas e incorporada al circuito escénico de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Navajas, de hecho, pasó a formar parte de las mismas entrañas de la Consejería en Sevilla algunos años más tarde, cuando Teresa Morilla se hizo cargo de la dirección. Desde entonces, el equilibrio entre promoción comercial, cuota local, identidad andaluza y compromiso con la vanguardia se ha traducido en multitud de actividades y ciclos. El último de ellos, El mal de Tourette, es un innovador trance dedicado a la poesía escénica que tendrá su próximo episodio precisamente el martes 13, con un concierto del grupo Santos de Goma a modo de cumpleaños feliz. De La Zaranda a Carles Santos, de Cristina Hoyos a Nuria Espert, las propuestas inolvidables brindadas son incontables, aunque quienes vivieron en 2005 la representación de La habitación de Isabella a cargo de la compañía belga Needcompany, dirigida por Jan Lawers, pueden presumir todavía hoy de que estuvieron allí. La consigna no puede ser otra: a por veinte años más.

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