Crítica de Música · Concierto Amaral

Limpia, fija y da esplendor

  • Amaral actuó el pasado 18 de junio en el Palacio de Ferias y Congresos de la capital ante unas 2.500 personas.

Había una inevitable curiosidad por comprobar cómo funcionan en directo los temas de Nocturnal, el último disco de Amaral, levantados desde unas bases poderosas y contundentes, de una rara monumentalidad en el rock español. Y lo cierto es que las canciones extraídas del álbum contuvieron los mejores momentos del concierto que la banda zaragozana ofreció el pasado sábado en el Palacio de Ferias y Congresos, después de un cambio de sede que no se comunicó con el afán merecido (a la misma hora en que el recinto abría sus puertas, no pocos seguidores del grupo se amontonaban en el Auditorio Municipal, espacio señalado en primera instancia para el evento, preguntándose qué diantre sucedía; la proximidad entre ambos lugares evitó una catástrofe mayor), y ante un público que apenas superaba la mitad del aforo reservado. Hubo entre los espectadores quien achacó la tibia respuesta al precio de las entradas, pero el espectáculo servido bien valió los 25 euros del ala. Quizá sean Juan Aguirre y Eva Amaral quienes hayan pagado el precio más caro al haber imprimido a sus dos últimos discos una sonoridad más madura, una construcción musical menos complaciente y unas letras cuya hondura llega a ser en algunos momentos arrasadora. Nada, en fin, que se conforme una escucha superficial. Pero quien gana aquí es la música, y de qué manera.

Después de la consabida intro enlatada de All tomorrow's parties, abrió fuego Unas veces se gana y otras se pierde, una de las canciones más hermosas de Nocturnal, con la primera cuota de riesgo: se trataba de pedir al respetable un clima favorable a cierta introspección, a disfrutar aquello hacia adentro. Revolución, Kamikaze y Salir corriendo brindaron lo que muchos habían ido a buscar con la eficacia marca de la casa y bajo una escenografía bien armada con sus motivos visuales aunque exenta de moños superfluos, pero fue en Laberintos, y especialmente en el incontestable himno que es Lo que nos mantiene unidos, así como en Nocturnal, cuando la revelación se hizo completa. Asistíamos a una celebración del sonido de alcances devastadores: Toni Toledo, responsable de las baterías del álbum junto a Ged Lynch, reproducía sus alcances con virtuosismo y generosidad en cada envite, mientras Ricardo Esteban transmitía las distorsiones del bajo de Chris Taylor con sabiduría, oficio y mucha, mucha limpieza. Porque de esto se trató: de un concierto saneado, fijado y esplendoroso, con cada nota en su sitio y sin que sobrase ni faltase nada, sin un solo truco, todo en un sostén rítmico apabullante. El universo sobre mí puso la plaza boca abajo, como se esperaba, ya con Eva Amaral convertida en arrebatada maestra de ceremonias, soberana en los graves y valiente en los agudos. Juan Aguirre dejó las mejores muestras de su oficio en 500 vidas, haciendo fácil lo difícil, dando rienda suelta a una arquitectura proverbial en las armonías, antes del trance neworderiano que entraña Estrella de mar, dotado para la ocasión, eso sí, de una significación más directa y menos proclive al rollo house que en anteriores lecturas.

Donde sí hubo una verdadera declaración de intenciones fue en la revisión de Marta, Sebas, Guille y los demás en una clave cercana al gospel, sobre un espiritual telón de órgano: Amaral y Aguirre están dispuestos a diluir su propia memoria para llegar a ser el grupo que en realidad ya son ("Parece que fue ayer y ya han pasado diez años", apuntaba Eva Amaral al respecto: el tiempo pasa volando y este dúo está dispuesto a aprovecharlo hasta las heces). Antes habían sonado La ciudad maldita y Noche de cuchillos, temas nuevos pero ya dados a probar en anteriores conciertos, con la misma sacudida de ángeles eléctricos que salieron en desbandada en Hacia lo salvaje, merced al volcán de Aguirre a las seis cuerdas (un servidor sólo echó de menos en el repertorio Antártida: otra vez será). Lo mejor terminó deslizándose hacia los bises, con una revisión muy afortunada de Siento que te extraño (que encajaba como un guante en el ánimo ya asentado en el concierto), la triste belleza de Llévame muy lejos y una puesta en escena de Sin ti no soy nada que muy gustosamente habrían firmado Los Planetas, de nuevo con Aguirre soberbio en la orquesta de ruidos que atesoraba su guitarra. Nadie nos recordará, una de las más conmovedoras canciones que ha regalado el rock español reciente, bajó el telón con la convicción de que Amaral es nuestro grupo. Y al que no le guste, que no mire. 

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