Cultura

Lobezno-Jackman produce, actúa y triunfa

El empeño personal de un actor que se enamoró del personaje que le dio la fama, a la vez que no quedó del todo satisfecho del tratamiento que recibió en las entregas anteriores, singulariza a esta buena película-cómic que no sacrifica la inteligencia a la acción ni el cine a los efectos especiales. Entre 2006 y 2008 Hugh Jackman se inició como productor televisivo y ese último año debutó como productor cinematográfico con Deception, dirigida por Marcel Langenegger e interpretada por él mismo y Ewan McGregor. Tras ella se lanzó a la producción de esta ambiciosa precuela de la saga de los X-Men -cuya primera entrega, dirigida por Bryan Singer, se estrenó en 2000- y en la actualidad produce e interpreta Drive a las órdenes de Neil Marshall. Se le puede augurar como productor el mismo justo éxito que ha alcanzado como actor al trabajar, con tanta inteligencia como ductilidad, tanto en superproducciones espectaculares (la saga de los X-Men, Van Elsing, Australia) como a las órdenes de Woody Allen (Scoop), Darren Aronofsky (The Fountain) o Christopher Nolan (The Prestige).

Contando de partida con un buen guión Jackman ha tenido la excelente idea de contratar a Gavin Hood, realizador de la prestigiosa Tsotsi, que obtuvo en 2006 el Oscar a la mejor película en lengua extranjera. Involucrar a un autor en una superproducción comercial de efectos especiales suele dar buen resultado, como se ha demostrado a lo largo de muchos años desde el Superman III de Lester hasta el Hulk de Ang Lee. En este caso se repite la experiencia del trasvase: el autor renuncia a su personal creatividad y la película gana calidad, dejando de ser sólo ruido o videojuego para convertirse en una buena historia bien contada.

Esto es X-Men Orígenes: Lobezno. Bien escrita -con mayor fidelidad al original en la (relativa) humanización de los fantásticos personajes- y dirigida con una sobriedad formal muy de agradecerse, funde la perspectiva del cómic en que se inspira con la tradición del monstruo sufriente que, contra su voluntad, es convertido en una máquina de matar por la ambición de un científico sin escrúpulos. Monstruo y máquina del que no ha desaparecido, para su desgracia, un resto de humanidad. Desde La isla del doctor Moreau (el sufrimiento de los mutantes) hasta Frankenstein (la desdichada criatura artificialmente creada) son muchos los temas de la fantasía clásica que se cruzan en las historias de los X-Men. Jackman y Hood han potenciado esta tradición sufriente de las criaturas torturadas o creadas por la ciencia, dándole toda la profundidad que una película de estas características pueda tener.

La han enriquecido con la credibilidad de las excelentes interpretaciones del propio Jackman y de unos espléndidos Liev Schreiber como el bestial Víctor y Danny Huston como el oscuro Stryker. Y la han revestido con la maestría de la luz -en este caso sombría- que caracteriza al director de fotografía australiano Donald McAlpine, veterano maestro acreditado por sus trabajos para Bruce Beresford (Breaker Morant), Paul Mazursky (La tempestad), Paul Newman (Harry e hijo), John McTiernan (Predator), Martin Ritt (Stanley & Iris) o Baz Luhrmann (Romeo y Julieta, Moulin Rouge). Buen cine comercial: lo mejor para la dieta del gran público.

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