Crítica de Teatro

Mejor Beckett

Definitivamente, el asunto del Lorca hombre en el teatro contemporáneo va adquiriendo tintes arrianistas. Tan elevado a los altares ha sido el poeta que la sola posibilidad de que el mismo fue simplemente un tipo que pasaba por ahí ejerce una extraña fascinación en la creación escénica actual. De hecho, a cada nueva obra sobre Lorca un servidor ya no sabe bien si se refieren al autor de Yerma o a Jesucristo: los dos tuvieron un final parecido, universalmente conocido, y ambos padecieron, parece ser, similares tránsitos entre lo divino y lo humano. Federico, en carne viva, que tuvo ayer su estreno absoluto en el Echegaray, dentro del Festival de Teatro, incide precisamente en la búsqueda del Federico hombre frente al mito. Y ofrece el texto de José Moreno Arenas algunos matices interesantes, como el conflicto estético del protagonista respecto al teatro y su ambición de ser el dramaturgo que finalmente no pudo ser (la referencia a Samuel Beckett es harto explícita y valiente), mientras dialoga con Margarita Xirgu en persona y con los despechados personajes de sus obras anteriores a través de voces evocadas. El problema es que este Lorca es tan relamido, tan engolado, tan redicho (seguramente más que el original, lo que ya tiene mérito), como si fuese incapaz de hablar sin llenarlo todo de adjetivos y metáforas, que más termina pareciendo una parodia que una aproximación desmitificadora al autor. Tampoco ayuda mucho la puesta en su boca del título de un libro de Miguel Hernández, a quien Lorca detestaba profundamente. Por cierto, este Lorca protagoniza una de las salidas de escena más extrañas que un servidor ha visto jamás. Por más que me pregunto las razones para hacerlo salir así, no me las imagino.

A partir de aquí, el montaje que dirige Elena Bolaños ofrece algunos hallazos escénicos loables, mucho más significativos en los márgenes (los juegos de sombras, el espejo, el agua) que en el corazón de la obra, donde hay lamentablemente más empeño que verdad. En fin, que no es éste que digamos el Lorca de nuestras vidas. Nos quedamos con Beckett.

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