Obituario La ciudad pierde a uno de sus grandes referentes literarios

Memoria viva y cielo abierto para Juan Campos Reina

  • El escritor cordobés afincado en Málaga, autor de la 'Trilogía del Renacimiento', falleció el pasado martes a los 63 años después de una larga enfermedad

Tenía un perenne acento cordobés contra el que no pudieron dos décadas de activismo literario en Málaga. Juan Campos Reina (Puente Genil, 1946) era un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, como quería Machado. Y aquella tonalidad fricativa se disfrutaba especialmente en la conversación, otro arte en el que también era maestro, además del contenido, siempre mordaz, irónico, inteligente, como el de los ilustrados. A su vera, parecía que Jovellanos iba a salir por alguna parte. En cuanto al ejercicio de escritor, su caso fue el de una isla libre: sus novelas constituyen uno de los episodios más felices de las letras españolas en el último medio siglo, por mucho que el reconocimiento, sobre todo fuera de Andalucía, se lo haya pensado demasiado. La cuestión es que Campos Reina murió el pasado martes en Málaga, a los 63 años, después de haber luchado contra una larga enfermedad que le tuvo ingresado desde agosto. Ayer se celebró el sepelio en Parcemasa. Y se hace torpemente extraño, además de injusto, hablar de él en pasado.

Campos Reina saltó al panorama literario con Santepar, que publicó Seix Barral en 1998. Aquella novela, primeriza pero ya madura, correspondiente a un autor de sobrada capacidad, contenía buena parte de las virtudes que conformarían su obra: personajes trazados con una maestría inusual y un admirable uso del lenguaje, barroco, evocador siempre, de enormes alcances poéticos, significante en sí mismo independientemente del relato. En su estilo se daban cita la misma esencia barroca andaluza, el aire, el calor, la música, la arquitectura, el agua. En esto se distinguió, sin duda, de sus contemporáneos: mientras la plana mayor de los autores de su generación optaban por privar al lenguaje de cualquier retórica hasta el punto, bastante más frecuente de lo deseable, de empobrecerlo, en las novelas de Campos Reina el lenguaje es un personaje más, vivo, fulminante. Así ocurre en Un desierto de seda (1990) y en las tres novelas que constituyen la aplaudida e inolvidable Trilogía del Renacimiento: Tango rojo (1992), El bastón del diablo (1996, ganador del Premio Andalucía de la Crítica en 1997) y La góndola negra (2003). Estas obras aparecieron publicadas por Random House Mondadori, al igual que La cabeza de Orfeo (2006), su último libro, conformado, a su vez, por otras dos novelas: Fuga de Orfeo y El regreso de Orfeo. En la página web de la editorial, dentro de su apartado de noticias, no se hacía ayer referencia alguna al fallecimiento de Campos Reina, que llevaba varios años dedicado a su proyecto más emblemático: un ensayo sobre Japón y su cultura para el que dedicó más de dos lustros al estudio del japonés (hasta su dominio, según gustaba de contar) y muchos viajes.

Campos Reina respondía, insisto, al perfil del ilustrado defensor del papel de la sociedad civil y contrario a cualquier tipo de imposición dogmática. En su atalaya de El Limonar conservaba su posesión más preciada: una antigua edición francesa de las Obras completas de Voltaire. Era generoso en sus consejos y se prodigaba en estímulos ante los jóvenes escritores que buscaban su complicidad. Se fue, aunque todavía parezca increíble. La memoria lo conserva tan vivo.

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